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–Y va Cortés, querido biógrafo mío, y solicita ver el horror.
-México no solo era bucólico y pintoresco,
sabio ectoplasma. “Por medio de doña Marina, le dijo a Moctezuma: ‘Os pido por
merced que nos mostréis vuestros dioses y teúles. Y Moctezuma después de
hablarlo con sus papas, nos dijo que entráramos en una torrecilla donde estaba
su dios de la guerra, Huichilobos, de rostro muy ancho e ojos disformes y
espantables. Y estaban allí unos braseros con copal, que es su incienso, y tres
corazones de indios que aquel día habían sacrificado y se quemaban; y todas las
paredes y el suelo tan bañados y negros de sangre y de costras que hedía muy
malamente, peor que los mataderos de Castilla”. Describe otros ídolos,
igualmente con corazones de sacrificados, “y todo estaba lleno de sangre,
y no veíamos la hora de salirnos afuera
y quitarnos de tan mal hedor y peor vista; y tenían un tambor grande en
demasía, con un sonido tan triste que parecía instrumento de los infiernos”.
(Llegará el día en que Bernal oirá “aquellos malditos tambores” mientras
sacrificaban a sus compañeros). “Y Cortés, medio riendo, le dijo a Moctezuma:
‘No sé yo cómo un gran señor y sabio
varón como vuestra merced es no haya colegido que estos vuestros ídolos
no son dioses, sino cosas malas que se llaman diablos. Y el Moctezuma respondió
medio enojado: ‘Señor, Malinche, si tal deshonor como has dicho creyera que
habrías de decir, no te mostrara mis dioses. Nosotros los tenemos por buenos, y
nos dan salud y victorias, e tenémoslos que adorar e sacrificar”. Total que
Cortés solo consiguió que hubiera otra víctima, porque Moctezuma dijo que
“antes de marcharse tenía que rezar e hacer un sacrificio para reparar el gran
pecado que había hecho al dejarnos ver a sus dioses y ser causa del deshonor
que les hicimos”. Luego Bernal va dando datos de todo el entorno sagrado, con
otros adoratorios, a cuyos altares llama
“sacrificaderos”, y uno de ellos “con
muchas ollas grandes donde cocinaban la carne de los tristes indios que
sacrificaban, y se la comían los papas (que,
curiosamente, llevaban las orejas rajadas). Y asimismo, detrás de aquella maldita casa había tzompantlis de
calaveras e zancarrones (como los que
habían visto poco antes de llegar a México)”. Subrayaban (y dulcificaban)
la religiosidad del recinto “otros grandes aposentos a manera de monasterio
donde se recogían muchas hijas de mexicanos como monjas hasta que se casaban”.
Tras la idílica excursión, dear daddy, ¿qué hicieron?
-Como Cortés tuvo que desistir de colocar
un altar y una cruz en las mismísimas entrañas del tenebroso Templo Mayor,
decidió pedirle permiso a Moctezuma para hacer la instalación en los aposentos
de los españoles. Mandó con el recado a doña Marina, a Aguilar y (atención) a
su paje Orteguita, curiosísimo mancebo que aprendió pronto el náhuatl, fue muy
apreciado por Moctezuma y presenció hechos históricos de gran calado. Obtenida
la licencia, lo prepararon en dos días, “y allí se decía misa a diario hasta
que se acabó el vino; pero seguimos rezando por costumbre de buenos cristianos,
y para que los mexicanos lo viesen y se inclinasen a ello; y uno de nuestros
carpinteros, Alonso Yáñez, vio en la pared señal de que había habido una puerta
que estaba anulada, y sospechóse que detrás estaría el tesoro de Axayaca, el
padre de Moctezuma, porque teníamos noticia dello. Y secretamente abrimos la
puerta y vimos tal número de joyas de oro, piedras preciosas y otras riquezas,
que quedamos perturbados. E acordamos que no se tocase cosa ninguna dellas, sino
que la puerta se volviera a cerrar y encalar como estaba antes”. Increíble la suerte
de los españoles y garrafal el descuido de Moctezuma.
(Foto 1ª: Reproducción de la inmensa
explanada de Tenoctitlán-México, en la que se encontraba el Templo Mayor con
sus numerosas dependencias, entre ellas otros adoratorios; hermosísimo conjunto
arquitectónico destinado a los ritos más crueles que han podido surgir de las
necesidades religiosas del ser humano. Foto 2ª: Montaje fotográfico de gran
eficacia para poder comprender el gigantesco volumen que tenía el Templo Mayor
y su emplazamiento exacto. Sirva de comparación el enorme edificio de la
catedral de México, con la grandísima plaza del Zócalo enfrente, que tiene a su
izquierda la interminable fachada del Palacio Nacional. Ciertamente, algo
faraónico).
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