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–Y llegaron otros cuatro embajadores de Moctezuma: ¡qué pesado!
-Era el pánico, monseñor. Estaba bien
informado y quería romper la alianza de los españoles con los tlaxcaltecas. Los
enviados venían cargados de regalos, y le dijeron a Cortés “que su señor
Moctezuma se maravillaba mucho de que estuviéramos tantos días entre aquellas
gentes pobres y sin policía (groseras),
que aun para esclavos no son buenos, y que nos matarían para nos robar”. Esta
vez (cambiante como la luna) el gran emperador azteca les invitaba a ir a
México. Con su habitual tacto, Cortés se mostró muy agradecido, y creyó
oportuno aprovechar la oferta mandando por delante a Pedro de Alvarado y
Bernaldino Vázquez de Tapia a hablar con Moctezuma y ver la gran ciudad de
México, quedando como rehenes los recién llegados. “Y porque había enviado así
a la aventura a aquellos caballeros, se lo reprochamos. Y les escribió que se
volviesen. Y como Moctezuma quiso saber cómo eran, parece ser que le dijeron
sus embajadores que Pedro de Alvarado era de muy linda gracia en el rostro,
como en su persona, y que se parecía al
sol. Y demás desto llevaban figurado su dibujo muy al natural, y desde entonces
le pusieron el nombre de Tonatio, que quiere decir sol. Y tuvieron razón en así
compararlo, porque así en el rostro como en el hablar era agraciado, que
parecía que se estaba riendo (se le olvida comentar que era muy rubio).
Y desque volvieron a nuestro real, nos holgamos mucho, y les decíamos que no
era cosa acertada lo que Cortés les mandó”. Comienzan ahora los tanteos con
Cholula.
-El hueso va a ser muy duro de roer, caro
figliolo. Cortés presionó a los de Cholula para que le visitaran en Tlaxcala, pero
le devolvieron el guante: ni hablar de ir allá porque era territorio peligroso
para ellos; que fuera él a Cholula. “E viendo nuestro capitán que la causa que
decían era muy justa, acordamos de ir allá. E dijeron los caciques de Tlaxcala
que, puesto que no les creíamos e íbamos a Cholula, que lleváramos 10.000 de sus hombres de guerra. Cortés les
dio muchas gracias por ello, pero como vimos que no estaría bien que fuésemos
con tantos guerreros adonde queríamos procurar amistades, les dijo que bastaría con 2.000. Una mañana comenzamos
nuestra marcha, e los caciques de Cholula nos mandaron mensajeros a darnos la
bienvenida a su tierra”. Sin embargo no quisieron que los tlaxcaltecas armados
entraran en su ciudad. Cortés estuvo de acuerdo, y cuando vio que los de
Cholula se tranquilizaron, les lanzó el repetitivo sermón religioso-político.
-Y, naturalmente, le dieron la respuesta
habitual. Prosiga el mosén.
-Siempre se irritaban los indios cuando
Cortés pretendía llegar y cambiar sus costumbres. Y ese mismo malestar
mostraron los de Cholula, pero rubricaron su respuesta con una promesa que
resultaría pura chatarra: “que dar la obediencia a ese vuestro rey que decís,
les place”. Les llevaron entre una multitud de curiosos “y nos dieron de comer
muy bien y en abundancia”. Pero poco a poco su actitud se fue haciendo extraña
y huidiza. Los embajadores mexicanos les dijeron abiertamente que Moctezuma
(ahora sí, ahora no) ya no quería verlos, de manera que Cortés preparó a sus
hombres: “Muy desconcertada veo a esta gente. Estemos muy alerta, que alguna
maldad hay entre ellos”. Habló con el cacique principal y le dijo “que por la
mañana íbamos a partir para México, e que le tengan aparejados porteadores y
que nos dieran comida (era una cortesía
habitual). Y el cacique estaba tan cortado que no acertaba a hablar”. Los
indios amigos habían observado que los de Cholula estaban preparando un ataque,
y que, además, en los alrededores había una multitud de guerreros de Moctezuma.
Se fueron acumulando detalles muy alarmantes que iban acrecentando la tensión
de la espera, como cuando las nubes van bajando, agrupándose y volviéndose cada
vez más negras: aquello iba a explotar…
(Foto: Lo que vemos es una maqueta de la
gran pirámide de Cholula, la de mayor extensión y volumen de México -no la más
alta-, sobre la que se construyó el santuario cristiano. Esa ciudad era la más
importante después de la capital del imperio azteca, Tenoctitlán, y un lugar de
peregrinación lleno de pirámides religiosas, pero también un avispero de
100.000 almas, en el que se van a meter Cortés, sus soldados y los indios
amigos, tlaxcaltecas y totonacos de Cempoala. A cara o cruz, como siempre, pero
más dramáticamente que nunca).
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