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–No me cambias el menú, divino chef: a diario
tropezones.
-No te quejes, socarrón abad, porque te
encantan. El que los sufría de verdad era Bernal (y sus colegas): “Como de
continuo nunca nos faltaban sobresaltos, y de tal calidad que eran para
acabarnos las vidas en ellos, parece ser que los dioses Huichilobos y
Tezcatepuca les dijeron a los papas que les abandonarían si Moctezuma y sus
capitanes no comenzasen una guerra y nos matasen, porque todo su oro lo
habíamos hecho ladrillos (lingotes),
nos íbamos señoreando de la tierra y teníamos presos a cinco grandes caciques.
E vino el paje Orteguilla y dijo que Moctezuma estaba muy alterado y triste.
Cortés fue muy de presto con doña Marina e cinco capitanes al palacio, y el
Moctezuma le dijo: ‘¡Oh, Malinche: cuánto me pesa que nuestros teúles manden
que os matemos! Lo que conviene es que, antes de que comiencen la guerra, salgáis desta ciudad’. Y
Cortés le agradeció el aviso y le dijo que al presente no tenía navíos, y,
además, por fuerza habría de ir el Moctezuma con nosotros para que lo vea
nuestro emperador, lo que le puso muy más triste que antes; y respondió que él
daría carpinteros para hacer los navíos, y que entretanto mandaría a los papas
que no alborotasen la ciudad e que aplacasen con sacrificios a los dioses. Y
con esta alborotada plática se despidió Cortés, y estábamos todos con gran
congoja esperando cuándo había de comenzar la guerra”. Entonces le tocó el turno al carpintero
naval.
-Eso es sorprendente, caro investigatore. Cortés
mandó de inmediato a la Villa Rica al gran artesano Martín López con los indios
que les dio Moctezuma para que hicieran tres navíos. ¿Era un simulacro, o la
cosa iba en serio, como si Cortés, barajando todas las alternativas, quisiera
tener una vía de escape asegurada? Conociendo su tenacidad, resulta extraño. Y
Bernal mete baza en el asunto dudando de la interpretación del cronista
adulador de Cortés: “Dice Gómara en su Historia que le mandó a Martín López que
hiciese, como cosa de burla, apariencia de que labraba los navíos, para que lo
creyese el Moctezuma. Remítome a lo que Martín López me dijo –que gracias a
Dios aún vive-, y es que, de hecho, los labraba aprisa, e los dejó terminados
en astillero”. Pero no sería de extrañar que la intención de Cortés fuera,
también, rebajar la agresividad de los mexicanos haciéndoles creer que se
disponía a huir para siempre. Veamos en su salsa el miedo de los españoles: “Andábamos
todos en aquella ciudad muy pensativos temiendo que de una hora a otra nos
habían de dar guerra. Y nuestros indios de Tlaxcala y doña Marina así lo decían
al capitán, y Orteguilla (curioso
personaje, difuminado en la sombra), el paje de Moctezuma, siempre estaba
llorando, y todos nosotros muy a punto y guardando bien al Moctezuma”. Nuevo
regate asociativo de Bernal, y va derechito a lo anecdótico: “Otra cosa digo, y
no por jactarme dello: que quedé tan acostumbrado de me acostar con armas,
vestido y sin cama, que dormía mejor que en colchones. Y agora, cuando voy a
los pueblos de mi encomienda (pero como
tú, vetusto secretario, en plan de jubiloso jubileta), no llevo cama, y si,
por haber algunos caballeros presentes, la llevo para que no crean que no la
tengo, me echo vestido en ella. Y otra cosa digo: no puedo dormir sino un rato
cada noche, que me tengo de levantar y ver el cielo y estrellas, y me he de
pasear un rato al sereno”. Buena ocasión para poner en orden sus notas, y
elaborar poco a poco la larga y magnífica historia que habría contado mil y una
noches ante un corro de oyentes absortos. Añade un comentario: “Y esto he dicho
para que sepan de qué suerte andábamos los verdaderos conquistadores” ¿Piensan
vuesas mersedes que ya no puede haber más complicaciones que las vistas y
anunciadas? Craso error. Será premiado con una bula de absolución
plenipotenciaria el primero que acierte la terrible amenaza que se cierne sobre
todos aquellos atormentados, pero especialmente sobre Cortés.
(Foto: Tenochtitlán en laguna. Era
indudable que los escasos 400 españoles acabarían sacrificados si los miles de
soldados mexicanos de Tenochtitlán, y de las poblaciones ribereñas del lago, se
olvidaban del riesgo de Moctezuma en la prisión, y lanzaban un ataque en
tromba. Todo indicaba que lo iban a hacer, y Bernal, lógicamente, temblequeaba
ante la seguridad del horror. El caso es que, de momento, siguió la calma,
quizá porque parecía que los españoles se disponían a huir. Ese respiro le
permitiría a Cortés enfrentarse a otro problema de gran envergadura que le
costó tiempo, sangre, sudor y lágrimas resolverlo; y todo para que después
surgiera uno más, pero ya de dimensiones verdaderamente trágicas).
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