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– Es tan triste, fiel compañero, como la película “El último emperador”.
-Veramente, caro patriarca: Moctezuma
parecía un muñeco articulado en manos de los españoles, lo mismo que le ocurrió
al heredero de la milenaria dinastía china con los japoneses. Los mexicanos se
habían quedado sin cabeza, y los caciques hacían intentos desesperados para
romper la tela de araña, entorpecidos por sus propios conflictos internos y las
ambiciones de poder de los más aristocráticos. Por encima de los cuales,
destacaba uno: Cacamatzín, señor de Texcoco y sobrino de Moctezuma. “Y cuando
este supo que andaba convocando a todos los caciques para darnos guerra y
soltarle a él, como el Moctezuma era cuerdo y no quería ver la ciudad puesta en
armas, se lo dijo a Cortés, que ya lo sabía, mas no por tan entero; y nuestro
capitán envió a decir a Cacamatzín que se quitase de revolver guerra, y que le
quería tener por amigo. Y le contestó que no quería oír más esas palabras de
halagos con las que prendió a su tío”. Haciendo buenas las teorías de
Maquiavelo sobre el eterno mecanismo manipulador que hace andar la política,
Cacamatzín elaboraba soflamas astutas, y se dirigió a un corro de caciques
diciendo verdades como puños mezcladas con hipotéticas recompensas, igualito,
igualito que el mismísimo Cortés: “Comenzó a bravear diciendo que nos mataría
en cuatro días, e que su tío era una gallina; y les prometió que si se quedaba
con el señorío de México, les habría de hacer grandes señores, les dio muchas
joyas de oro y les dijo que tenía ya de su parte a sus primos, los señores de
Coyoacán, Iztapalapa y Tacuba. Y cuando el gran Moctezuma se enteró, recibió
mucho enojo y llamó a seis de sus capitanes para que fueran a prenderle al
Cacamatzín y a los que eran de su consejo, y así lo hicieron, trayéndoles a
México. Luego Cortés fue al aposento de Moctezuma y le agradeció tamaña merced,
y se dio orden de que se alzase por rey de Texcoco a un mancebo que estaba con
Moctezuma, que también era su sobrino, hermano de Cacamatzín, que estaba allí
por temor de que este le matase, y los principales le alzaron por rey de
aquella gran ciudad, y luego se llamó don Carlos (bautizo mediante). Y Cortés atrajo a Moctezuma para que prendiese a
los demás reyezuelos y parientes suyos que estaban en la conjura, y en ocho
días estuvieron presos. Miren los curiosos lectores cómo andaban nuestras
vidas, tratándose de matarnos cada día y comer nuestras carnes”. Sigue, reve,
que hoy he estado muy ‘chupón’.
- Desactivado
el intento de rebelión de Cacamatzin y sus ‘palmeros’ (para variar, sin ser
ejecutados), Cortés disfrutó de haber resuelto el enésimo problema volviendo a
la vida tranquila y al compadreo amistoso con Moctezuma, al que visitaba
respetuosamente a diario y le hacía las veladas agradables. Pero una araña no
puede dejar de urdir su tela. De hecho, aunque lo tenía completamente a su
merced, había que formalizar protocolariamente su vasallaje y el de su propio
pueblo. Y se lo exigió, “porque así se tiene por costumbre, que es necesario
dar la obediencia antes que los tributos; y el Moctezuma juntó a los más de los
caciques, sin estar Cortés delante, salvo el paje Orteguilla”. Les expuso un
revoltijo de argumentos a la española y a la mexicana. Lo que cuenta después
Bernal es un drama histórico: “E desque oyeron este razonamiento todos dijeron
que harían lo que mandase, con lágrimas y suspiros, y el Moctezuma mucho más. Y
luego mandó a decir que al otro día darían la obediencia y vasallaje a Su Majestad.
E desta manera, delante de Cortés, de
nuestros capitanes y muchos soldados, y Pero Hernández, secretario de
Cortés, Moctezuma y sus caciques dieron la obediencia a Su Majestad, con mucha
tristeza que mostraron, y el Moctezuma no pudo sostener las lágrimas. E queríamoslo tanto e de buenas entrañas, que a
nosotros, de verle llorar, se nos enternecieron los ojos. Y soldado hubo que
lloraba tanto como Moctezuma, por el amor que le teníamos”. Duro e implacable
como la vida misma. Amén.
(Imágenes de la película “El último
emperador”. Foto 1ª: Los cortesanos y los guerreros chinos arrodillados ante su
endiosado emperador en la Ciudad Prohibida. Foto 2ª: El divino jerarca
convertido por los japoneses en un príncipe de opereta a su servicio).
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