lunes, 6 de junio de 2016

(Día 288) RECIBIDOS APOTEÓSICAMENTE POR LOS INDIOS EN TLAXCALA, se toman 17 días de descanso. No bajan la guardia, y los caciques les demuestran su buena voluntad, deseosos de que sus hijas se emparejen con los españoles. Nuevamente CORTÉS cae en el error de querer prohibirles su religión. Los frailes le hacen entrar en razón.

(40) –Lo nunca visto, secre: estaremos ¡17 días! de vacaciones, pero intensos, en Tlaxcala; aunque Cortés jamás descansa.
     -Fue apoteósico, monseñor: las calles llenas de expectación, agasajos continuos de todos los caciques y principales, e incluso de los siniestros sacerdotes: “Vinieron los papas de toda la provincia, que había muchos, con sus inciensos sahumándonos a todos, y los cabellos muy largos y engreñados, llenos de sangre que les salía hasta de las orejas, porque en aquel día habían hecho sacrificios, y traían las uñas muy largas; oímos decir que los tenían por religiosos y de buena vida”. Luego les llevaron a unos aposentos, donde también entraron los enviados de Moctezuma. Pero el ‘mosqueo’ era inevitable: “Y aunque estábamos en tierra que veíamos muy de paz, no nos descuidábamos de estar muy apercibidos, como era nuestra costumbre”. A un capitán le pareció excesiva tanta precaución, y Cortés le dijo: “Aunque los indios sean muy buenos, no hemos de creer en su paz, sino como si nos quisiesen dar guerra, que muchos capitanes fueron desbaratados por se confiar, y peor estamos nosotros por ser tan pocos”. Los grandes caciques Xicotenca el Viejo y Maseescací captaron la desconfianza y se sintieron ofendidos. Incluso le ofrecieron a Cortés rehenes para que estuviera tranquilo, “y todos estábamos asombrados de la gracia y amor con que lo decían, pero respondió que no hacían falta rehenes, y que en cuanto a estar apercibidos, que siempre lo teníamos por costumbre, y que no lo tuviesen a mal”. Después dijo el viejo Xicotenca: “Malinche, para que más claramente conozcáis que os queremos bien, os queremos dar hijas nuestras para que sean vuestras mujeres y hagáis generación; yo tengo una hija muy hermosa y quiérola para vos; y los demás caciques dijeron que traerían a sus hijas”. Y el reportero del detalle que es Bernal añade: “Como era ciego el viejo Xicotenca, con las manos tentaba a Cortés en la cabeza, en las barbas y en el rostro, y se la llevaba por todo el cuerpo. Y estaba allí presente el padre de la Merced y Cortés le dijo: ‘Señor padre, paréceme que será agora bien que demos un tiento a estos caciques para que dejen sus ídolos y no sacrifiquen’. Y el fraile dijo. ‘Dejémoslo hasta que traigan a sus hijas, y dirá vuestra merced que no las quiere recibir hasta que prometan de no sacrificar’. Al otro día trajeron 5 indias hermosas…”.
     -Sigue, maestro, que la cosa se pone interesante.
     -Cortés hizo el teatro que le aconsejó el fraile y les dijo que no recibiría a las mujeres hasta que renunciaran los indios a sus horribles costumbres religiosas, “y a las torpedades malas que suelen hacer”. Como si estuviera en el púlpito de la catedral de Toledo, les adoctrinó a fondo sobre las creencias cristianas. Y el bueno de Xicotenca no pudo contestarle otra cosa: “Malinche, bien creemos que vuestro Dios y esa gran Señora son muy buenos; pero ¿cómo quieres que  dejemos a nuestros dioses a los que desde muchos años nuestros antepasados han adorado y sacrificado?;   ¿qué harán nuestros papas y todos los vecinos y mozos de esta provincia sino levantarse contra nosotros?’. Así que  dieron por respuesta que no habláramos más de aquella cosa, porque no habían de dejar de sacrificar aunque los matasen. Y entonces dijo el padre de la Merced, que era buen teólogo: ‘Señor, no es justo que por la fuerza les hagamos cristianos. Y aun lo que hicimos en Cempoal, derrocarles sus ídolos, no quisiera yo que se hiciese aquí hasta que tengan conocimiento de nuestra fe. ¿Qué aprovecha quitarles ahora sus ídolos de un adoratorio, si los pasan luego a otro?”. Parece que Cortés titubeaba, porque solo cedió cuando dos de sus capitanes le dijeron que el consejo del fraile era muy sensato. Cuesta creer que el prudentísimo Hernán estuviera poniendo en peligro por segunda vez una valiosísima alianza que tanto esfuerzo había costado.

     (En el mapa se ve claramente que, hecha la paz con los tlaxcaltecas, los españoles tenían toda su retaguardia pacificada, pudiendo viajar hasta la costa del Atlántico sin encontrar un solo enemigo; México estaba –casi- al alcance de la mano).


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