miércoles, 15 de junio de 2016

(Día 297) HACEN (con asombro) “TURISMO” POR MÉXICO. Desde la cima del templo más alto, MOCTEZUMA les muestra el esplendor de TENOCHTITLÁN. Con verdadero arrobo, BERNAL recuerda lo que vio.

(49) –Naturalmente, my dear, había que hacer turismo: ¡México!
     -No podía ser de otra manera, caro dottore: tenían que saturarse con las maravillas de aquella ciudad de ensueño (e infernal). “Nos dijo Cortés que sería bueno ir a la plaza mayor y ver el gran adoratorio de Huichilobos (Huitzilopochtli, el dios principal, el de la guerra). Les acompañó Moctezuma, que se quedó allá haciendo sus oraciones, mientras los españoles, acompañados por varios caciques fueron a Tlatelolco, el lugar del gran  mercado. Bernal se impresionó “con la multitud de gente, así como con las mercaderías, e indios esclavos y esclavas que allí había para vender. Y todo estaba puesto con mucho concierto, de la manera que se hace en  mi tierra, que es Medina del Campo”. Conociendo desde niño el principal mercado de España, dedica dos páginas a describir la variedad de artículos que estaban expuestos, y no puede evitar hablarnos de algo chocante. “Hablando con acato, también diré que vendían muchas canoas llenas de yenda (estiércol) de hombres. Era su costumbre meterse en unos apartados si tenían ganas de purgar los vientres, para que no se perdiese aquella suciedad”.
     -Es curioso, querido socio,  cómo evita el rudo Bernal las expresiones groseras. Dice luego que, visto el mercado, volvieron al Templo Mayor: “Desde arriba, donde estaba Moctezuma haciendo sacrificios, nos envió seis papas y dos principales para que nos acompañaran a subir. En lo alto había una placeta con unas grandes piedras donde ponían a los tristes indios para sacrificar, e una gran estatua como de dragón, e mucha sangre derramada de aquel día. Y Moctecuma le tomó de la mano a Cortés y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las otras que estaban en medio del agua, e otros muchos pueblos en tierra alrededor de la misma laguna. E ansí lo estuvimos mirando, porque aquel grande y maldito templo era tan alto que todo lo señoreaba muy bien. Y desde allí vimos las tres calzadas que entran en México, la de Iztapalapa, que fue por la que entramos cuatro días antes, la de Tacuba, por donde salimos huyendo cuando nos desbarataron, y la de Tepeyac. Y vimos el agua dulce que venía (en acueducto) desde Chapultepec, de que se proveía la ciudad. E la laguna estaba llena de canoas que iban y venían, y de casa a casa no se pasaba sino por unos puentes levadizos”. ¿Recuerdas lo que viste escrito en el Zócalo?
     -¿Cómo no, querido Sancho? En esa gran plaza han recogido palabras de Bernal.
     -Allí están en letras de bronce, y  te descubrieron hace 25 años, alma sensible, al cronista-soldado. Entre otras, han copiado estas, que sí han sido del gusto de los mexicanos: “Y después de bien mirado, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había comprando y vendiendo, que solamente el rumor y zumbido de las voces sonaba más que a una legua. Entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, en Constantinopla, en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada, y con tanto concierto, tan grande y llena de tanta gente, no la habían visto”. Luego Cortés, más papista que el papa, volvió a la carga hablándole a fray Bartolomé de Olmedo: “Paréceme, señor padre, que será bueno que demos un tiento a Moctezuma sobre que nos deje hacer aquí una iglesia”. Y nuevamente le hizo entrar en razón el frailuco diciéndole “que sería bien si aprovechase, mas que le parecía que no era cosa convenible hablar en tal tiempo, que no veía al Moctezuma de arte que tal cosa concediese”.

     (Foto: El pintor Diego Rivera, imaginativo maestro del dibujo y el color -y que no perdía ocasión de atizar a los españoles-, representa aquí el mercado de Tlatelolco, con una buena vista de Tenoctitlán-México en medio de la laguna. La figura central con abanico es la de un funcionario encargado del control del “tianguis” (todavía hoy llaman así a los mercados). Se diría que la mujer de blanco es una prostituta, y Rivera aporta el dato macabro de un guerrero que parece ofrecerle un brazo humano).


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