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–Naturalmente, my dear, había que hacer turismo: ¡México!
-No podía ser de otra manera, caro
dottore: tenían que saturarse con las maravillas de aquella ciudad de ensueño
(e infernal). “Nos dijo Cortés que sería bueno ir a la plaza mayor y ver el
gran adoratorio de Huichilobos (Huitzilopochtli,
el dios principal, el de la guerra). Les acompañó Moctezuma, que se quedó
allá haciendo sus oraciones, mientras los españoles, acompañados por varios
caciques fueron a Tlatelolco, el lugar del gran
mercado. Bernal se impresionó “con la multitud de gente, así como con
las mercaderías, e indios esclavos y esclavas que allí había para vender. Y
todo estaba puesto con mucho concierto, de la manera que se hace en mi tierra, que es Medina del Campo”.
Conociendo desde niño el principal mercado de España, dedica dos páginas a
describir la variedad de artículos que estaban expuestos, y no puede evitar
hablarnos de algo chocante. “Hablando con acato, también diré que vendían
muchas canoas llenas de yenda (estiércol)
de hombres. Era su costumbre meterse en unos apartados si tenían ganas de
purgar los vientres, para que no se perdiese aquella suciedad”.
-Es curioso, querido socio, cómo evita el rudo Bernal las expresiones
groseras. Dice luego que, visto el mercado, volvieron al Templo Mayor: “Desde
arriba, donde estaba Moctezuma haciendo sacrificios, nos envió seis papas y dos
principales para que nos acompañaran a subir. En lo alto había una placeta con
unas grandes piedras donde ponían a los tristes indios para sacrificar, e una
gran estatua como de dragón, e mucha sangre derramada de aquel día. Y Moctecuma
le tomó de la mano a Cortés y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las
otras que estaban en medio del agua, e otros muchos pueblos en tierra alrededor
de la misma laguna. E ansí lo estuvimos mirando, porque aquel grande y maldito
templo era tan alto que todo lo señoreaba muy bien. Y desde allí vimos las tres
calzadas que entran en México, la de Iztapalapa, que fue por la que entramos
cuatro días antes, la de Tacuba, por donde salimos huyendo cuando nos
desbarataron, y la de Tepeyac. Y vimos el agua dulce que venía (en acueducto) desde Chapultepec, de que
se proveía la ciudad. E la laguna estaba llena de canoas que iban y venían, y
de casa a casa no se pasaba sino por unos puentes levadizos”. ¿Recuerdas lo que
viste escrito en el Zócalo?
-¿Cómo no, querido Sancho? En esa gran
plaza han recogido palabras de Bernal.
-Allí están en letras de bronce, y te descubrieron hace 25 años, alma sensible,
al cronista-soldado. Entre otras, han copiado estas, que sí han sido del gusto
de los mexicanos: “Y después de bien mirado, tornamos a ver la gran plaza y la
multitud de gente que en ella había comprando y vendiendo, que solamente el
rumor y zumbido de las voces sonaba más que a una legua. Entre nosotros hubo
soldados que habían estado en muchas partes del mundo, en Constantinopla, en
toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada, y con tanto
concierto, tan grande y llena de tanta gente, no la habían visto”. Luego
Cortés, más papista que el papa, volvió a la carga hablándole a fray Bartolomé
de Olmedo: “Paréceme, señor padre, que será bueno que demos un tiento a
Moctezuma sobre que nos deje hacer aquí una iglesia”. Y nuevamente le hizo
entrar en razón el frailuco diciéndole “que sería bien si aprovechase, mas que
le parecía que no era cosa convenible hablar en tal tiempo, que no veía al
Moctezuma de arte que tal cosa concediese”.
(Foto: El pintor Diego Rivera, imaginativo
maestro del dibujo y el color -y que no perdía ocasión de atizar a los
españoles-, representa aquí el mercado de Tlatelolco, con una buena vista de
Tenoctitlán-México en medio de la laguna. La figura central con abanico es la
de un funcionario encargado del control del “tianguis” (todavía hoy llaman así
a los mercados). Se diría que la mujer de blanco es una prostituta, y Rivera
aporta el dato macabro de un guerrero que parece ofrecerle un brazo humano).
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