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–Recordemos, tierno cronista, al olvidado Cristóbal de Olea.
-Aunque Cortés, querido doctor, le contó
al rey con emoción y agradecimiento la proeza
del joven soldado (26 añitos), se echa en falta un homenaje más extenso.
Como siempre, es Bernal el que habla con el corazón y trata de hacer justicia a
los méritos de cada uno. Cuando lleguemos casi al final de su libro, veremos
unas larguísimas listas de sus compañeros y de las batallas que presenció; nos
dará dolor de corazón tener que resumirlas.
-Como lo hagas, débil pecador, te pondré
una severa penitencia. En esa lista de nombres aparecerán primeramente los
capitanes. Y Bernal tiene el detalle de meter entre ellos a Cristóbal de Olea,
dándose así el gustazo de ascenderle de rango; tuvieron que ser muy amigos
porque eran de edad parecida y, los dos, de Medina del Campo. Como nos advierte
Bernal, no hay que confundir a este
Cristóbal de Olea con Cristóbal de Olid, uno de los principales capitanes de
Cortés. Y ahora, todos en pie e humildemente destocados para escuchar a Bernal
hablando de este gran héroe y muy amigo suyo:
“Estuvo también entre nosotros un esforzado soldado que se decía
Cristóbal de Olea, natural de Medina del Campo, y bien se puede decir que,
después de Dios, por Cristóbal de Olea salvó la vida don Hernando Cortés (le trata de ‘don’ porque, cuando escribe,
ya le habían nombrado marqués): la primera vez en lo de Xochimilco, cuando
le derribaron a Cortés de su caballo y este Olea llegó de los primeros a le socorrer
e logró que don Hernando pudiera cabalgar, quedando el Olea muy mal herido; y
la postrera vez, cuando nos desbarataron en México y tenían ya los mexicanos
asido a Cortés para le llevar a sacrificar, y el buen Olea peleó tan
valientemente que lo liberó; y allí perdió la vida este animoso varón, que
agora que lo estoy escribiendo (unos 47
años después) se me enternece el corazón, porque me parece que agora lo
veo, y se me representa su persona y gran ánimo”. Murió, pues, el dignísimo
Cristóbal de Olea, pero otro español más sacrificó su vida por la de Cortés; su
mayordomo, Cristóbal de Guzmán: le facilitó otro caballo a su jefe con el que
pudo escapar, pero él fue apresado y llevado vivo por los mexicanos.
Luego Bernal cuenta lo que pasaba en su propio
destacamento: “Dejemos de hablar de Cortés y de su desbarate (ya sabemos que se equivocó de táctica)
y volvamos a los que íbamos con Pedro de Alvarado”. ¿Recuerdan vuesas mersedes
a Joseph Conrad? Pues bien, en su novela “El corazón de las tinieblas”, con su
grito (“¡el horror, el horror!”), nos enfrentó a la crueldad humana. Bernal nos
muestra ese mismo horror sin tapujos, tal y como lo vivió: “Íbamos muy
victoriosos con Pedro de Alvarado por la calzada de Tacuba, y entonces vimos
venir contra nosotros muchos escuadrones de mexicanos, y nos echaron delante cinco cabezas que habían
cortado a los que habían tomado a Cortés. Pero nosotros no perdíamos el orden
retrayéndonos, mientras oíamos con el más triste sonido, como instrumento de
demonios, el tambor del cu mayor, donde estaban sus ídolos, Huichilobos y
Tezcatepuca; retumbaba tanto que se
oyera a dos leguas. Según supimos después, estaban ofreciendo diez corazones y
mucha sangre a los ídolos que dicho tengo. Luego tocaron la trompeta de ataque,
y agora pienso en ello y lo veo como si estuviese luchando, pero no sé escribir
la rabia y esfuerzo con que se metían entre nosotros para nos echar mano, que
era cosa de espanto. Mas torno a afirmar que, si Nuestro Señor no nos diera
esfuerzo, no nos habríamos salvado; y le doy muchas gracias y loores por ello,
que me escapó aquella vez y otras muchas del poder de los mexicanos”.
Foto: La escena es de la película
Apocalypto, y muestra a los mayas llevando al ‘matadero’ de sus templos una
fila de indios cautivos. Pero tanto da: los aztecas tenían los mismos ritos
bestiales, en templos casi gemelos, y muchos españoles acabaron igualmente
sacrificados. Es curioso que Bernal menciona numerosas veces algo que se le
quedó grabado en lo más hondo como símbolo de aquel horror: el fúnebre y
demoníaco sonido de los tambores cuando les arrancaban el corazón a sus
compañeros.
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