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–Es un placer viajar juntos, socio, con Cortés y Bernal.
-Nos lo estamos pasando de miedo,
reverendo: es una borrachera deliciosa tocar con la mano la epopeya que
vivieron. El asombroso libro de Bernal (que nosotros resumiremos en unas 170
sesiones) llega a las 700 páginas, y el festín sigue igual de sabroso hasta el
postre. ¿Qué pasó tras la derrota de
Narváez?
-La verdad es que, competentísimo
cronista, Narváez, a pesar de ser algo fantasma y hablar “como de bóveda (Bernal dixit)”, llega a inspirar
ternura tras la derrota: “Como estaba muy mal herido y con el ojo quebrado,
demandó licencia a Sandoval para que su cirujano le curase, y se la dio. Al
saber que estaba allí Cortés, dijo: ‘Señor capitán Cortés, tened en mucho esta victoria que de mí habéis habido’.
Y le contestó (no muy generosamente)
que desbaratarle había sido una de las menores cosas que había hecho en la
Nueva España. Luego vinieron muchos caballeros de los de Narváez a besar las
manos a Cortés. Y era cosa de ver la
gracia con que les hablaba y abrazaba, e qué alegre estaba sentado
en una silla de caderas, y tenía mucha
razón de verse en aquel punto tan señor y pujante”. Pero Bernal no se olvida de
la parte trágica. Recógelo.
-Con tu venia, reverendísimo: “Digamos
agora de los muertos y heridos que hubo. Murieron de los de Narváez el alférez
Fuentes, el capitán Rojas, así como otros dos más; murió Alonso García el
Carretera, uno de los tres soldados nuestros que se habían pasado a su bando; y
heridos de los de Narváez hubo muchos. Y también murieron cuatro de los nuestros,
e hubo más heridos, y el cacique gordo también salió herido, porque se refugió
en el aposento de Narváez y allí le hirieron, y luego Cortés le mandó curar muy
bien y le puso en su casa, y mandó que no se le hiciese enojo”. Conseguida la
victoria, Cortés derrochó espíritu organizador; de momento apresó a Narváez y a
sus capitanes, se quitaron las armas a todos sus soldados, controló sus 18
navíos, y como sus tropas se habían
reforzado con el gran número de los derrotados, preparó de inmediato expediciones
para poblar dos zonas, la de Pánuco y la de Coatzacoalcos. Para utilizarlos
como mandos, liberó a los capitanes de Narváez. Y lo que cuenta Bernal resulta
cómico y de una sinceridad entrañable. Él y sus compañeros hicieron algo normal
en la guerra, pero actuaron como raterillos. Prosiga su reverencia.
-Gracias, hijo mío. Cortés ordenó a los
suyos que le devolvieran a los capitanes de Narváez todas las armas que les habían ‘rapiñado’: “Y los soldados le
dijimos claramente que no se las queríamos dar, porque ellos quisieron
prendernos y tomar lo que teníamos. Y Cortés porfiaba, e como era capitán
general hubo que hacer lo que mandó. E yo les devolví un caballo que tenía ya
escondido, ensillado y enfrenado, y dos espadas, tres puñales y una adarga. Y
como Alonso de Ávila era capitán y persona que osaba decir a Cortés cosas que
convenían, le dijo que parecía remedar a Alejandro de Macedonia, que más
procuraba hacer mercedes a los que vencía que a sus propios soldados, porque
además había dado joyas y bastimentos a los de Narváez, y nos olvidaba a
nosotros como si no nos conociera. Cortés le contestó que todo cuanto tenía
sería para nosotros, pero que, al presente, tenía que dar las dádivas a los de
Narváez porque eran muchos y se podían levantar. Alonso de Ávila le respondió
con palabras algo soberbias, de tal manera que Cortés le dijo que si alguien no
le quería seguir, las mujeres seguían pariendo soldados en Castilla”. ¿Se
callaría el Ávila?: ni de coña, y lo que dijo fue casi un desafío: “Y el Alonso
de Ávila, con palabras muy soberbias e sin acato le contestó que así era en
verdad, que parían soldados y capitanes y gobernadores”. Cortés se calló, y
optó después por ganárselo con dádivas y por mandarle a asuntos de importancia
para tenerle alejado.
(Foto: En los dibujos del Lienzo de Tlaxcala, de mediados del siglo XVI,
también se recoge -de manera secuencial- la escena del prendimiento de Narváez;
arriba se ve el ataque que sufrió en la cima de un adoratorio, y debajo lo que
vino después, cuando Gonzalo de Sandoval lo encadenó. Hay un detalle erróneo:
todo el trabajo lo hicieron solitos los 276 soldados de Cortés, porque los
indios de Tlaxcala no participaron en la batalla; tuvieron miedo al ser los de Narváez
1.300 hombres, y, además, españoles).
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