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–Yo creo, buen hombre, que Cortés tenía algún talismán.
-Era puro carisma, santo clérigo. Los de
Texcoco se le entregaron incondicionalmente. La situación estaba muy tranquila,
pero había que aprovechar el tiempo al servicio de su gran objetivo, la
conquista de México. “Como teníamos en nuestra compañía sobre 7.000
tlaxcaltecas, y estaban deseosos de ganar honra y guerrear contra los
mexicanos, acordó Cortes que entráramos en un buen pueblo que se dice
Iztapalapa (muy próximo a Tenochtitlán,
en la orilla sur del lago), del que recibíamos mucho daño porque impedía
que vinieran a nuestra amistad otros pueblos que lo deseaban. Cuando llegamos,
nos estaban esperando los de Iztapalapa con unos 8.000 mexicanos de socorro, y
pelearon muy valerosamente contra nosotros; mas, como los nuestros de a caballo
rompieron por ellos y todos nuestros amigos tlaxcaltecas se metían entre ellos
como perros rabiosos, dejaron presto el campo y se retiraron”. Y ellos les
siguieron, pero era un trampa: “Estando de esa manera, vino tanta agua por todo
el pueblo que, si no saliésemos presto
de las casas a tierra firme, todos quedáramos ahogados, porque soltaron dos
acequias de agua dulce y salada y abrieron una calzada, con que de presto se
llenó todo de agua, muriendo dos tlaxcaltecas; y nos volvimos a Texcoco medio
afrentados de la burla y ardid de
echarnos el agua”. Durante un tiempo, continuó el baile de pequeños encuentros
militares, peticiones de numerosos pueblos que venían a pedir la protección de
los españoles frente a los mexicanos, y solicitudes de que Cortés interviniera para que se hicieran con
lógica sucesoria los nombramientos de caciques. Pero lo primero es lo primero:
“Como siempre estábamos con gran deseo de tener ya los bergantines y vernos en
el cerco de México, mandó Cortés a Sandoval que luego fuese por la madera con
235 soldados y buena cantidad de indios de Tlaxcala y Chalco (que era uno de los pueblos recientemente
pacificados). E antes que partiesen hizo Cortés amistades entre ellos,
porque se tenían mala voluntad y se trataban como enemigos. Y mandó Cortés a
Sandoval que de camino fuesen a un pueblo llamado Calpulalpan y lo castigaran,
porque allí habían matado a más de cuarenta españoles y muchos tlaxcaltecas. Fue fácil someterlo, y
los indios se excusaron diciendo que los autores habían sido los mexicanos”.
Dentro del pueblo, vieron una vez más el terrible rostro del horror.
-No gana uno para sustos, jovenzuelo:
“Hallóse allí en aquel pueblo, en las paredes, mucha sangre de los españoles
que mataron, con la que habían rociado a sus ídolos; y también había dos caras
que habían desollado y adobado los cueros como pellejos de guantes, y las
tenían con sus barbas puestas y ofrecidas en uno de los altares; y asimismo se
hallaron cuatro cueros de caballos curtidos, muy bien aderezados, que tenían
sus pelos, e con sus herraduras, y colgados para sus ídolos en el cu mayor; y
se hallaron muchos vestidos de los españoles muertos”. Y había otra cosa que a
ti, alma tierna, te escalofría, y a mí también: “Y también se halló en un
mármol de una casa en la que los tuvieron presos (¡santo Dios, qué tortura sería la espera sin esperanza!), escrito
con carbones: “Aquí estuvo preso el sin ventura Juan Yuste, con otros muchos
que traía en mi compañía”. Créeme, hijo mío, que esta sola frase bastaría para
que se mirara con algo de piedad a todos
los atormentados españoles que anduvieron por aquellas tierras. A pesar del
espantoso espectáculo, Sandoval reaccionó al estilo de Cortés, con sentido
común: “De todo lo cual el Sandoval y todos sus soldados tuvieron mancilla (pena) y les pesó, mas, ¿qué remedio
había ya sino usar de la piedad con los de aquel pueblo, que se fueron abandonando
a sus mujeres e hijos? Y Sandoval los dejó libres, enviándolos a llamar a los
huidos, los cuales vinieron, le pidieron perdón y dieron la obediencia a Su
Majestad”.
Foto: En el mapa se ve Calpulalpan, el
lugar donde se les heló la sangre a los soldados al ver la espantosa prueba de
la muerte de más de cuarenta españoles, quedando solo memoria de ellos en un
grafiti escrito por el “sin ventura Juan Yuste”. Sandoval se dirigía a
Tlaxcala, pero hizo un pequeño rodeo para, como mensaje amenazador a
Cuauhtémoc, castigar y someter al triste poblado, al que le pusieron el nombre de
Pueblo Morisco (Bernal, cosa rara en él, no explica por qué).
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