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-¡Qué terrible situación, secre! Iban a morir todos sin remedio.
-Pero erais muy dados a creer en milagros,
reverendo abad; además un soldado de verdad tenía que morir matando y sin
desaprovechar una mínima oportunidad de huida. “En fin, veíamos nuestras
muertes a los ojos y los puentes alzados, por lo que fue acordado que de noche
nos fuésemos”. Hasta les animaba la palabrería de un tal Botello, “que decían
que era nigromántico o astrólogo, y aseguraba que, si no salíamos aquella noche
de México, moriríamos todos. Con maderos hicimos un pontón para llevarlo a
cargo de 400 tlaxcaltecas y 150 soldados, que serviría de paso donde habían
roto los puentes”. Se distribuyó la tropa: cuatro capitanes con sus soldados en
la vanguardia, en medio cien soldados jóvenes con Cortés, para acudir como
refuerzo de emergencia, y, en la retaguardia, dos capitanes con los soldados de
Narváez reteniendo a los prisioneros”. Pones cara de asombro.
-Fíjate qué detalle, tierno trovador: “Y
para doña Marina y doña Luisa se señalaron 300 tlaxcaltecas y 30 soldados”; les
dieron el trato de verdaderas esposas de Cortés y Alvarado. Ocurrió también que
se puso de manifiesto la insensatez de la codicia; con todo ya organizado,
juntaron la gran cantidad de oro que había, y cargaron cuanto pudieron en
caballos y porteadores tlaxcaltecas, “pero quedaba mucho en la sala hecho
montones. Entonces Cortés les dijo a los soldados que, como había de quedar
perdido entre aquellos perros, podían sacar lo que quisieran; y muchos de los
de Narváez y algunos de los nuestros cargaron dello. Yo no tuve codicia sino de
salvar la vida, mas no dejé de apañar algunas joyas que me fueron luego buenas
para curarme las heridas y comer del valor delllas”. Pero yo diría que Cortés
aseguró en primer lugar su propia salvación.
-Así lo veo yo también, ilustre abad. Fue
un capitán que escapó el primero del barco que se hundía sin remedio, y Bernal
no se priva de dejar claro el detalle: iniciaron la escapada antes de
medianoche, “yendo en cabeza los del fardaje, y los caballos y los indios
cargados con el oro, y de presto se puso el pontón, y pasó Cortés primero con
los demás que consigo traía, y muchos de a caballo. Y estando en esto sonaron
las voces y cornetas de los mexicanos, y vinieron muchos escuadrones de
guerreros sobre nosotros, y nos atacaron tantos que, aunque peleábamos muy bien,
no se pudo aprovechar el pontón, de manera que aquel paso de agua se llenó de
caballos muertos, y de indios, indias y fardaje. Y a estocadas que les dábamos,
pasamos”. Aunque Bernal se queja del ‘sálvese quien pueda’, sin embargo reconoce
que, de no hacerlo así, habrían muerto todos. Si algo se le puede censurar a
Cortés es el haberse aprovechado de la opción más segura para salvarse él y
sacar el oro: salir en cabeza y por sorpresa. “Cortés y los capitanes y
soldados que pasaron primeros, por salvarse y llegar a tierra firme y asegurar
sus vidas, aguijaron por la calzada adelante. También salieron a salvo los
caballos con el oro, y digo que si aguardáramos los unos a los otros en los
puentes, todos feneciéramos. Luego los capitanes que estaban a salvo le decían
a voces a Cortés: ‘Señor capitán, aguardemos, que los estamos dejando morir en
los puentes’. Y la respuesta de Cortés fue que los que habíamos salido era por
milagro”. Sin embargo hicieron un intento de acudir en su ayuda, “pero llegó
Alvarado bien herido a pie, con la lanza en la mano, porque le habían muerto la
yegua alazana, y traía consigo 4 soldados heridos y 8 tlaxcaltecas, todos
cubiertos de sangre, y como Cortés vio que no venían más soldados, se le
saltaron las lágrimas de los ojos. Y dijo Alvarado que el capitán Juan
Velázquez de León quedó muerto con otros muchos caballeros, y que todos los
puentes y calzadas estaban llenos de guerreros mexicanos”. Así que desistieron
de volver, porque era una muerte segura.
(Foto: Vaya panorama: la muchedumbre de
soldados mexicanos les perseguía por detrás, les atacaba también de frente
sobre una calzada sin puentes, en la que
resbalaban los caballos, y les acosaba por los lados en canoas. La expresión de
Bernal quedó para la Historia: fue verdaderamente la “Noche Triste” de Cortés y
los suyos).
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