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-Volvemos, virtuoso escribano, a la barbarie del esclavismo.
-Lo justificaban, santo padre, como botín
de guerra; pero era demasiado cínico el planteamiento, y se prohibió totalmente
más tarde. Bernal mostrará de nuevo sin paliativos el egoísmo económico de
Cortés: “Como había ya muchos esclavos de las luchas pasadas, fue acordado que
se herrasen. La mayoría de los soldados llevamos nuestras piezas para que las
marcasen, creyendo que nos devolverían
las mismas, pero se hizo peor que en Tepeaca, de manera que después de
repartirlas a Cortés y los capitanes, nos desaparecían las mejores indias. Y
desde entonces muchos soldados que teníamos buenas indias, las escondíamos y no
las llevábamos a herrar, diciendo que se habían huido, o las dejábamos en nuestros aposentos como que eran naborías (sirvientes) que habían venido de paz”.
Da también un detalle de lo importante que era qué clase de amo les tocaba:
“Como las esclavas conocían a los soldados y sabían si trataban bien o mal a
las indias, y si tenían fama de caballeros o no, si en el reparto se quedaba
con ellas algún soldado que no las
contentaba o las había tratado mal, de presto desaparecían y no las veían más,
y preguntar por ellas era como buscar a Mahoma (Mohamed) en Granada, o escribir a ‘mi hijo el bachiller en
Salamanca’ (o preguntar por Pedro en Burgos)”.
-No te hagas el tonto, liante, que otra
vez me dejas sufrir el bochorno de los abusos de mi casta clerical. Pues allá
vamos, y me tragaré el sapo: “En aquella sazón vino un navío de Castilla,
llegando en él por tesorero de Su Majestad un Julián de Alderete, y también un
fraile de San Francisco que se decía fray Pedro Melgarejo de Urrea, que trajo
unas bulas del señor San Pedro (del
Vaticano), para que con ellas nos compusiéramos (o sea, purificación total) si algo éramos en cargo por las guerras
en que andábamos, por manera que en pocos meses el fraile fue rico y compuesto (qué guasón) a Castilla”. Y Bernal, que
no lo puede evitar, da de nuevo en la ‘tecla’ de mi padrino: “No me acuerdo de
las nuevas que de Castilla trajeron, mas paréceme que dijeron que Fonseca, el
obispo de Burgos ya había perdido algo de poder, y Su Majestad no estaba a bien
con él desde que supo de nuestros buenos
servicios”. De ahí que el barco fuera una bendición por sus muchas provisiones
de todo tipo y, además, porque suponía ya un reconocimiento oficial de la
empresa de Cortés.
Pero el baile era interminable: parecía
que se entrenaban con aperitivos para darse luego el gran atracón de tragarse
Tenochtitlán. Una vez más llegaron los de Chalco pidiendo ayuda por la
pesadilla azteca. Así que Cortés quiso zanjar el asunto yendo a luchar contra
los mexicanos con unos 360 soldados y un buen grupo de indios amigos, más un
refuerzo impresionante: “Mandó llamar a todos los caciques amigos de aquella
provincia, y les hizo un parlamento con nuestras lenguas, doña Marina y
Aguilar”. Les soltó un discurso ciceroniano con hábiles argumentos que le
harían ver a un ciego lo que todos se estaban jugando en aquellos momentos: “Y
les pidió que al otro día estuvieran aparejados sus guerreros para ir con
nosotros; desque lo entendieron, todos a una dijeron que así lo harían. De
manera que vinieron después más de
20.000 amigos, que tantos nunca vi en
las entradas que estuve en Nueva España”.
Terminemos,
para no variar, con una cruda explicación de Bernal, seguida de un ejemplo
que nos eriza el cabello: “Ya he dicho
otra vez que iba tanta multitud dellos a causa de los despojos que se tendrían,
y, lo más cierto, por hartarse de carne humana. Y son, a manera de decir, como
cuando en Italia salía un ejército de una parte a otra, y le siguen cuervos y
milanos y otras aves de rapiña que se mantienen de los cuerpos muertos que
quedan en el campo al darse una batalla muy sangrienta; así lo pensaba yo
cuando nos seguían tantos millares de indios”. La anotación es espeluznante,
pero de una fuerza narrativa insuperable.
(Foto: Un buen artista de raíces
tlaxcaltecas, y con buenos conocimientos históricos, Desiderio Hernández
Xochitiotzin, ya fallecido, pintó un gran mural en el Palacio del Gobierno de
Tlaxcala, y ahí vemos parte del mismo; probablemente el cacique central sea el anciano
y ciego Xicotencatl, quizá recibiendo a su rebelde hijo. Todos los pueblos de
México compartían la misma cultura refinada, pero con la crueldad que simboliza
la pirámide del fondo. La alianza entre tlaxcaltecas y españoles fue
inquebrantable y definitiva).
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