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–Pasen y vean vuesas mersedes la grandesa de Cortés.
-Añadamos, ilustrísima, para que, con
razón, no se mosquee Bernal, la valía y el coraje de la tropa que le
acompañaba. Vayamos por partes. Fue el cacique gordo quien les hizo
comprender a los de Narváez (tiene guasa
el asunto) que debían espabilar y preparar la batalla contra Cortés: lo conocía
demasiado bien. Así que “Narváez mandó sacar toda la artillería, caballería,
escopeteros, ballesteros y soldados a un cuarto de legua de Cempoal. Y como
llovió mucho, estaban ya todos hartos de estar aguardándonos al agua, y como no
estaban acostumbrados a trabajos ni nos tenían en nada, sus capitanes le
aconsejaron que se volviesen a sus aposentos, y que era gran afrenta estar allí
aguardando a dos, tres y as (‘sota,
caballo y rey’) que éramos, porque bastaba esperarnos con poca vigilancia.
Y más le decían sus capitanes a Narváez: ‘¿Por tal tiene a Cortés que se ha de
atrever con tres gatos que tiene a venir a este real?’. Por manera que se volvió Narváez a su real y prometió que a
quien matase a Cortés o a Sandoval le daría dos mil pesos. Un soldado que se
llamaba el Galleguillo, que se vino huyendo del real de Narváez, o le envió
Andrés de Duero, dio aviso a Cortés de todas estas cosas”. Sigue, buen Sancho:
te encanta.
-Eres generoso, hijo mío, dejándome el
mejor bocado. Cortés lo prepara todo para la batalla, sabiendo que solo un milagro le puede dar la
victoria, y les suelta a sus soldados una arenga épica que sea capaz de
engañarles a todos, incluso a sí mismo, para vencer el miedo. Bernal lo cuenta
embobado: “Nos pidió por merced que nos callásemos, y comenzó un parlamento con
tan lindo estilo y plática tan bien dicha, que fue el más sabroso y lleno de
ofertas que sabré escribir, en que nos trujo a la memoria todo lo acaecido
desde que salimos de Cuba”. Les hizo ver cuánto les había costado llegar a México, “habiendo entre vuestras mercedes
algunos que se quisieron volver a Cuba, que no lo quiero más declarar, puesto
que ya pasó, y fue muy santa y buena nuestra quedada; e teníamos por cierto que
don Juan Rodríguez de Fonseca (¡ay!) pediría
a nuestro rey estas tierras para el Diego Velázquez, por lo que mandamos todo
el oro y joyas que teníamos a Su Majestad. Bien se les acordará, señores,
cuántas veces hemos llegado a punto de muerte en las guerras que hemos tenido,
y que más de cincuenta de nuestros compañeros han muerto en las batallas…”. Aun
resumiendo, y en versión Bernal, limitada de oratoria, brilla el piquito de oro
de Cortés: “Traigamos a la memoria las batallas de Tabasco, Almería,
Cingapacinga y Tlaxcala, y en qué peligro nos pusieron. Pues en la de Cholula,
ya tenían puestas las ollas para comer nuestros cuerpos. ¿Quién podrá ponderar
los peligros de la entrada en la gran ciudad de México, y cuántas veces
teníamos la muerte al lado? Y ahora viene contra nosotros Pánfilo de Narváez,
llamándonos traidores, y envió a decir a Moctezuma, no palabras de sabio
capitán, sino de alborotador’. Y luego Cortés empezó a sublimar nuestras
personas y esfuerzos en las guerras pasadas, diciendo que entonces peleábamos
para salvar nuestras vidas, y ahora habíamos de pelear con todo vigor por vida
y honra, porque, si por ventura, Dios no lo quiera, caíamos debajo de las manos
de Narváez, todos los servicios que habíamos hecho a Dios y a Su Majestad, los
convertirían en deservicios y harían procesos contra nosotros; y que él todo lo
ponía en las manos de Dios y después en las nuestras. Entonces, todos a una, le
respondimos que tuviese por cierto que, mediante Dios, habíamos de morir o
vencer sobre ello. Con lo que Cortés se holgó mucho e hizo muchas ofertas e
prometimientos de que seríamos todos muy ricos y valerosos. Y hecho esto nos
advirtió que en las guerras y batallas se ha menester de prudencia y saber, más
que de osadía”. Bernal tiene plena conciencia de que estaban viviendo un
momento histórico. No hay vuelta atrás: comenzará el desigual encontronazo.
(Foto: El clásico preludio de las batallas
épicas: al amanecer, en medio de la mugre del campamento, el líder tiene que
conseguir que todos se rían del miedo y les salga la adrenalina hasta por las
orejas. Pudo ser Alejandro Magno, Aníbal, Julio César, o Napoleón… En la imagen
es el general Máximo, el Hispano, en la mejor escena de la película Gladiator,
contagiando valor y energía a la tropa romana, que está a punto de enfrentarse
a las durísimas tribus germánicas. A poca distancia de Cempoala, donde se
encuentra Narváez, la misma situación, pero esta vez en vivo y en directo, con
una piña de 276 curtidos soldados españoles dispuestos a vencer o morir tras
oír la arenga de un líder excepcional: Hernán Cortés. Se enfrentarán a un
ejército de más de 1.300 hombres).
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