sábado, 2 de julio de 2016

(Día 314) NARVÁEZ pone en alerta sus tropas, que se cansan de esperar el ataque de CORTÉS y, considerándolo poco enemigo, SE RETIRAN. Sin embargo CORTÉS no tiene dudas. VA A ORDENAR EL ATAQUE y exhibe su alta calidad de líder CON UNA PERFECTA ARENGA ÉPICA, a la altura del drama histórico que van a vivir.

(66) –Pasen y vean vuesas mersedes la grandesa de Cortés.
     -Añadamos, ilustrísima, para que, con razón, no se mosquee Bernal, la valía y el coraje de la tropa que le acompañaba. Vayamos por partes. Fue el cacique gordo quien les hizo comprender  a los de Narváez (tiene guasa el asunto) que debían espabilar y preparar la batalla contra Cortés: lo conocía demasiado bien. Así que “Narváez mandó sacar toda la artillería, caballería, escopeteros, ballesteros y soldados a un cuarto de legua de Cempoal. Y como llovió mucho, estaban ya todos hartos de estar aguardándonos al agua, y como no estaban acostumbrados a trabajos ni nos tenían en nada, sus capitanes le aconsejaron que se volviesen a sus aposentos, y que era gran afrenta estar allí aguardando a dos, tres y as (‘sota, caballo y rey’) que éramos, porque bastaba esperarnos con poca vigilancia. Y más le decían sus capitanes a Narváez: ‘¿Por tal tiene a Cortés que se ha de atrever con tres gatos que tiene a venir a este real?’. Por manera que  se volvió Narváez a su real y prometió que a quien matase a Cortés o a Sandoval le daría dos mil pesos. Un soldado que se llamaba el Galleguillo, que se vino huyendo del real de Narváez, o le envió Andrés de Duero, dio aviso a Cortés de todas estas cosas”. Sigue, buen Sancho: te encanta.
     -Eres generoso, hijo mío, dejándome el mejor bocado. Cortés lo prepara todo para la batalla,  sabiendo que solo un milagro le puede dar la victoria, y les suelta a sus soldados una arenga épica que sea capaz de engañarles a todos, incluso a sí mismo, para vencer el miedo. Bernal lo cuenta embobado: “Nos pidió por merced que nos callásemos, y comenzó un parlamento con tan lindo estilo y plática tan bien dicha, que fue el más sabroso y lleno de ofertas que sabré escribir, en que nos trujo a la memoria todo lo acaecido desde que salimos de Cuba”. Les hizo ver cuánto les había costado llegar a  México, “habiendo entre vuestras mercedes algunos que se quisieron volver a Cuba, que no lo quiero más declarar, puesto que ya pasó, y fue muy santa y buena nuestra quedada; e teníamos por cierto que don Juan Rodríguez de Fonseca (¡ay!) pediría a nuestro rey estas tierras para el Diego Velázquez, por lo que mandamos todo el oro y joyas que teníamos a Su Majestad. Bien se les acordará, señores, cuántas veces hemos llegado a punto de muerte en las guerras que hemos tenido, y que más de cincuenta de nuestros compañeros han muerto en las batallas…”. Aun resumiendo, y en versión Bernal, limitada de oratoria, brilla el piquito de oro de Cortés: “Traigamos a la memoria las batallas de Tabasco, Almería, Cingapacinga y Tlaxcala, y en qué peligro nos pusieron. Pues en la de Cholula, ya tenían puestas las ollas para comer nuestros cuerpos. ¿Quién podrá ponderar los peligros de la entrada en la gran ciudad de México, y cuántas veces teníamos la muerte al lado? Y ahora viene contra nosotros Pánfilo de Narváez, llamándonos traidores, y envió a decir a Moctezuma, no palabras de sabio capitán, sino de alborotador’. Y luego Cortés empezó a sublimar nuestras personas y esfuerzos en las guerras pasadas, diciendo que entonces peleábamos para salvar nuestras vidas, y ahora habíamos de pelear con todo vigor por vida y honra, porque, si por ventura, Dios no lo quiera, caíamos debajo de las manos de Narváez, todos los servicios que habíamos hecho a Dios y a Su Majestad, los convertirían en deservicios y harían procesos contra nosotros; y que él todo lo ponía en las manos de Dios y después en las nuestras. Entonces, todos a una, le respondimos que tuviese por cierto que, mediante Dios, habíamos de morir o vencer sobre ello. Con lo que Cortés se holgó mucho e hizo muchas ofertas e prometimientos de que seríamos todos muy ricos y valerosos. Y hecho esto nos advirtió que en las guerras y batallas se ha menester de prudencia y saber, más que de osadía”. Bernal tiene plena conciencia de que estaban viviendo un momento histórico. No hay vuelta atrás: comenzará el desigual encontronazo.

     (Foto: El clásico preludio de las batallas épicas: al amanecer, en medio de la mugre del campamento, el líder tiene que conseguir que todos se rían del miedo y les salga la adrenalina hasta por las orejas. Pudo ser Alejandro Magno, Aníbal, Julio César, o Napoleón… En la imagen es el general Máximo, el Hispano, en la mejor escena de la película Gladiator, contagiando valor y energía a la tropa romana, que está a punto de enfrentarse a las durísimas tribus germánicas. A poca distancia de Cempoala, donde se encuentra Narváez, la misma situación, pero esta vez en vivo y en directo, con una piña de 276 curtidos soldados españoles dispuestos a vencer o morir tras oír la arenga de un líder excepcional: Hernán Cortés. Se enfrentarán a un ejército de más de 1.300 hombres).


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