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–Llega el momento, querido mancebo. Cortés va a atacar.
-Y va a intentar, santo patriarca, la
estrategia del débil. No la inventó él, sino que se venía utilizando desde la
noche de los tiempos: la pedrada en la cabeza del poderoso, como hizo David con
Goliat; como cuando el mismo Cortés apresó a Moctezuma, y como actuaría diez
años después Pizarro con Atahualpa. “Y para que lo primero que hiciésemos fuese
tomarles la artillería, que estaba asentada delante de los aposentos de
Narváez, dispuso que fuera el capitán Pizarro (pariente del ‘glorioso’) con 60 mancebos (por su agilidad), y entre ellos me nombraron a mí. Y mandó que,
después de tomada la artillería, acudiésemos todos adonde Narváez, que estaba
en un muy alto cu, señalando para prenderlo al capitán Gonzalo de Sandoval (iría con otros 60 soldados), y le
ordenó por escrito: ‘Yo os mando que prendáis el cuerpo a Pánfilo de Narváez, e
si se defendiere, matadle’. Y prometió dar tres mil pesos de oro al primer
soldado que lo prendiese”. Formó otros dos grupos (de 60 soldados cada uno) con
el objetivo prioritario de apresar a los dos oficiales principales de Narváez. Así que el ataque sería en cuatro
direcciones y al mando de sus mejores capitanes,
Pizarro, Sandoval, Velázquez de León y Ordaz. “Y Cortés quedaba de
sobresaliente (sin misión fija), para
acudir con otros 20 soldados adonde más necesidad hubiese”. Todo listo, reve.
-Y para que no se apague el ardor,
secretario mío, les vuelve a dar una última sopita de palabras energéticas:
“Bien sé que los de Narváez son cuatro veces más que nosotros, pero no están
acostumbrados a las armas, y como están la mayor parte a malas con su capitán,
y muchos dolientes, y les tomaremos de sobresalto, pienso que Dios nos dará
victoria, porque más bienes les haremos nosotros que no su Narváez. Así que,
señores, pues nuestra vida y honra está en vuestros esfuerzos, no tengo más que
deciros, sino que en esta batalla está el toque de nuestras honras y famas para
siempre jamás, y más vale morir por buenos que vivir afrentados”. Añade Bernal
un comentario al margen que da total confirmación a su presencia en un momento
tan histórico: “Una cosa me he parado a pensar después acá (sin duda, al hilo de su escritura), que jamás nos dijo que tenía
un concierto en nuestro favor con algunos de los de Narváez, y veo que fue muy
cuerdo de su parte, para que no aflojáramos y solamente tuviésemos esperanza en
Dios y en nuestros grandes ánimos”.
(Sigo yo, pequeñín, que la emoción crece y
no puedo parar). En estos momentos críticos, se intensificaban los afectos.
Dice Bernal: “Como yo era gran amigo y servidor del capitán Sandoval (tenía solo
23 años, Bernal 25, y Cortés 35), me dijo aquella noche que desde
que hubiésemos tomado la artillería, si quedaba con vida, siempre me hallase
con él y le siguiese, e yo se lo prometí y así lo hice”. Se puso en marcha la
reducida tropa “a paso tendido y sin tocar pífano ni tambor, y cuando un
centinela gritó ‘al arma, al arma’, Narváez llamó a sus capitanes, mientras
nosotros, calando nuestras picas, atacamos a sus artilleros, que solo tuvieron
tiempo de poner fuego a cuatro tiros, e una de las pelotas mató a cuatro de los
nuestros. Tomamos la artillería y no osábamos desampararla, porque Narváez
desde su aposento nos tiraba muchas saetas y disparos. Y entonces llegó el
capitán Sandoval y subió de presto las gradas arriba del cu. Asegurada la
artillería, fuimos a ayudar a Sandoval, que les hacían los de Narváez venir dos
gradas abajo, retrayéndose, y con nuestra llegada tornó a subir, y oímos voces
de Narváez que decía: ‘¡Santa María, váleme, que muerto me han y me han
quebrado un ojo!’. Y luego Martín López, el de los bergantines (el carpintero naval), como era alto de
cuerpo, puso fuego a las pajas del cu, e
vienen todos los de Narváez rodando las gradas abajo. Entonces prendimos al
Narváez y se lo dimos al Sandoval gritando: ‘¡Viva el rey, y en su nombre
Cortés, Cortés! ¡Victoria, victoria!’. Y luego Cortés pregonó que todos los de
Narváez, so pena de muerte, vinieran a someterse bajo la bandera de Su
Majestad”. Y tras el gran triunfo, las celebraciones…
(Foto: Sin tanta teatralidad, ni hecho un
figurín como el gran Napoleón en este cuadro, pero con la misma firmeza, espoleó
Cortés a su caballo, poniendo en marcha a sus animosos compañeros aquella
mañana que parecía la última de sus vidas. Y, en Tenochtitlán, ¿qué estaría
pasando?).
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