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–Pasó algo más en Xochimilco, secre, por lo que lloró Cortés.
-Las oleadas de guerreros que mandaba
Cuauhtémoc, reverendo, eran demoledoras; los españoles se veían rodeados por
todas partes, y tuvieron que decidir la
vuelta hacia Texcoco. Pero nunca faltan insensatos: “Xochimilco era una ciudad
rica, y algunos soldados fueron a unas casas donde sabían que había buenas
mantas y cosas de oro, y estando sacando mucho botín, vino una gran flota de
canoas de guerreros e hirieron a muchos, y apañaron a cuatro soldados y vivos
se los llevaron a México, que uno se llamaba Juan de Lara, otro Alonso
Hernández, y los otros no me acuerdo”. Llegaron a Tacuba, y por tercera vez,
Cortés pica el anzuelo de una huida fingida. Aclaremos que, por lo que cuenta
Bernal, se desprende que debía de ser costumbre militar que el jinete (se
supone que de cierta categoría) llevase al lado unos ‘mozos de espuela’,
soldados jóvenes que lucharan a su lado: “Los mexicanos, que simulaban huir, se
volvieron contra los de caballo, de manera que apañaron a dos de los cuatro
mozos que llevaba Cortés, y vivos los llevaron a Cuauhtémoc e los sacrificaron.
Cuando volvió Cortés a Tacuba estaba bien triste y como lloroso por la pérdida
de sus mozos de espuela. Subimos al cu de la ciudad, y el fraile y el tesorero
Alderete (los recién llegados) cuando
vieron la grandeza de México, con toda la laguna y las poblaciones sobre el agua,
dijeron que nuestra venida a esta Nueva España no era cosa de hombres humanos,
y que nunca supieron de vasallos que hicieran tan gran servicio a su rey. Y
nosotros mirábamos el gran cu de Huichilobos y los aposentos donde solíamos
estar, y los puentes y la calzada por donde salimos huyendo. Y en este instante
suspiró Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor que la que traía por los
mozos que le habían matado. Entonces le dijo un soldado que se decía el
bachiller Alonso Pérez: `Señor capitán, no esté vuestra merced tan triste, que
en las guerras esas cosas suelen acaecer´.
Y Cortés le dijo que la tristeza no la tenía por una sola cosa, sino en
pensar en los grandes trabajos en que nos habíamos de ver hasta señorear
México, y que, con la ayuda de Dios, presto lo pondríamos por obra”. El
mismo Cortés le comentó en una carta al rey su tristeza por los
mancebos: “Creo que les darían muy cruel muerte, de lo que hube mucho sentimiento”.
Continuaron su retirada siempre a la defensiva, y llegaron, por fin, a Texcoco,
siendo calurosamente recibidos…, pero no por todos. Triste cosa, Sancho.
-Ya no sé si reír o llorar, sensible
mancebo: esta historia es un sobresalto continuo, y en los momentos menos
oportunos. Dice Bernal: “Un gran amigo del gobernador de Cuba, que se llamaba
Antonio de Villafaña, concertó con otros soldados de los de Narváez –que por su
honor no nombro- entregarle a Cortés una carta sellada, como que era de su
padre, Martín Cortés, y cuando la estuviese leyendo, darle de puñaladas a él y a
todos los capitanes y soldados que saliésemos en su defensa. Pero Nuestro Señor
quiso que esto no pasase, porque un soldado se lo descubrió a Cortés y le certificó que había muchas personas de
calidad en el asunto. En cuanto lo supo, se lo comunicó a nuestros capitanes y
a todos los que éramos de su parte. Y sin más tardar fuimos a la posada de
Antonio de Villafaña, estando con él muchos de los que eran en la conjuración”.
Una vez más, el prudente Cortés controló
su sed de venganza, castigando solamente a uno: “Desque tuvimos preso a
Villafaña, le sacó del seno el memorial
que tenía con las firmas de los que estaban en el concierto, y echó fama de que
no lo había leído porque se lo comió Villafaña. Luego se le juzgó y se le
sentenció, y, después de confesarse con el padre Juan Díaz, le ahorcaron.
Cortés no quiso que otro ninguno fuese infamado, porque la ocasión no se
prestaba a ello, y se disimuló, pero
acordó entonces tener guardia personal”.
Foto: Al llegar a Tacuba, vieron de nuevo,
desde lo alto de un cu, la temible Tenochtitlán. Alderete y el fraile de las
bulas se quedaron petrificados, porque no la conocían. Cortés y sus soldados
sintieron una profunda angustia recordando lo pasado, las intensas emociones que
habían vivido en esa espantosa trampa, con el horror de la huida por las calzadas
y sus puentes, y sobre todo pensando en el terrible reto que les esperaba.
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