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–No es extraño, coleguita, que temblara Bernal recordando.
-Y hasta pide disculpas, querido maestro,
por ser repetitivo: “Por fuerza tengo que volver a hablar de los escuadrones que nos seguían y
mataban a muchos de nosotros. Era lástima vernos curar nuestras heridas. Pero
llorábamos más por los caballeros y esforzados soldados que faltaban, y
escribir los nombres de todos ellos sería no acabar de presto. Ni siquiera al
Botello le aprovechó su astrología, que también se quedó allá con su caballo. Y
asimismo quedaron muertos en los puentes los hijos de Moctezuma y los
prisioneros que traíamos, el Cacamatzín, señor de Texcoco, y otros reyes de
provincias”. Pero tenían una preocupación añadida.
-No había más opción, secre, que la de
continuar la huida, acosados sin tregua, hacia Tlaxcala: “Pero lo peor de todo
era que no sabíamos la voluntad que habíamos de hallar en nuestros amigos tlaxcaltecas (¿les seguirían siendo fieles en la
derrota?)”. En el revoltijo de los recuerdos, a Bernal se le cruza uno tierno:
“Olvidado me he de escribir el contento que recibimos de ver viva a nuestra
doña Marina y a doña Luisa, la hija de Xicotenca, que las salvaron en los
puentes unos tlaxcaltecas”. Pudieron descansar de noche, después de comerse un
caballo que había muerto, pero de día
tenían que continuar su escapada repeliendo a aquella muchedumbre feroz, que
surgía de todas partes: “¡Oh qué cosa era de ver estas terribles batallas, cómo
andábamos tan revueltos con ellos, y qué cuchilladas les dábamos, y con qué furia
los perros (de guerra) peleaban, y
qué herir y matar hacían en nosotros con sus lanzas y macanas!”. Y fíjate,
poético carrozón, cómo animaban los capitanes.
Dieron ejemplo de coraje, ilustre abad: “Pues
quiero decir cómo Cortés, Cristóbal de Olid, Gonzalo de Sandoval, Gonzalo
Domínguez y un Juan de Salamanca andaban de una parte a otra rompiendo los
escuadrones, aunque estaban bien heridos. Y Cortés nos decía que la estocada
que diésemos fuese en señores señalados, los que traían grandes penachos. Y nos
animaba el valiente y animoso Sandoval diciendo: ‘¡Ea, señores, que hoy es el
día que hemos de vencer; tened esperanza en Dios de que saldremos vivos
para algún buen fin!’. Y quiso Dios que
Cortés viera al gran capitán de los mexicanos con sus principales, que todos
traían grandes penachos”. Como puestos en bandeja, reve.
-Era la estrategia preferida de Cortés:
descabezar al enemigo. Estaban inmersos durante la huida en una de las batallas
más épicas de la historia de Indias, la de Otumba, y Hernán no iba a
desaprovechar el descuido del mando mexicano. Así que, como un relámpago, les
gritó a sus capitanes: “¡Ea, señores, rompamos por ellos y que no quede ninguno
sin heridas!’. Y arremetimos todos con tal fuerza que matamos al gran capitán
que traía la bandera mexicana y a muchos otros guerreros, con lo que aflojó su
batallar. Y nuestros amigos de Tlaxcala estaban hechos unos leones, luchando
muy esforzadamente. Dimos entonces muchas gracias a Dios por haber escapado de
tan gran multitud de gente, porque no se había visto en las Indias ninguna
lucha con tan gran número de guerreros juntos, ocurriendo esta batalla de
Otumba a 14 días del mes de julio de 1520 (siempre
que Bernal da una fecha, se trata de algún momento grandioso)”. Fue una
auténtica victoria, porque los mexicanos se amedrentaron y ya no se sintieron
capaces de exterminarlos. Pero el balance de bajas españolas y tlaxcaltecas
resultó escalofriante. Oigamos a Bernal: “Cuando fuimos a México para socorrer
a Alvarado, éramos unos 1.300 soldados, e más de 2.000 tlaxcaltecas. En cinco
días, desde que salimos huidos, fueron muertos e sacrificados sobre 870 soldados, y 1.200 tlaxcaltecas. Y si bien
miramos, tuvimos mal gozo del oro, y si de los de Narváez murieron muchos más
en los puentes que los de Cortés fue por ir muy cargados de oro, porque con el
peso de ello no podían salir bien ni nadar”. La expulsión de México fue una de las
batallas más trágicas de todas las Indias y una derrota fulminante.
(Foto: La pintura es del siglo XVI. En Otumba,
los españoles atacaron en tromba para acabar con el gran capitán mexicano;
Cortés lo derribó con un golpe de su caballo; lo remató Juan de Salamanca, que
es quien le entrega a Hernán el estandarte que llevaba el jefe, al que vemos
sin vida en primer plano. Los aztecas tenían dos puntos vulnerables: 1.-
Procuraban, más que matar, apresar a los enemigos para sacrificarlos; 2.-
Si moría el líder principal, se
derrumbaba su moral guerrera).
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