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- Surgió un nuevo incidente, príncipe de las letras; y van...
-Y van tropecientos, reverendísimo. Es el
primer asomo de una cuestión que más tarde se hará muy problemática. Cuéntalo,
daddy.
-Lo voy a abreviar porque, de momento,
Cortés lo resolvió sin despeinarse. En la historia de Indias hubo conflictos
muy graves por la ambigüedad de los límites establecidos en las licencias de
exploración. La tarta de México era inmensa, y los ambiciosos se movían en la
Corte solicitando exclusivas. Uno de ellos era Francisco de Garay, que ya nos
visitó en alguna tertulia pasada.
Dijimos que era de Sopuerta (Vizcaya), y tan veterano en América que
llegó en el segundo viaje de Colón. Pero
mi queridísimo hijo putativo (que el Señor le bendiga) me cede los
trastos por otra razón: Garay y yo éramos el no va más en Jamaica: el
Gobernador y el Abad respectivamente, aunque
mis cansados pies nunca pisaron aquella tierra (rubor me da decir que me
enviaban los diezmos). Como el ilustre Garay era inmensamente rico, se permitió
el lujo, previo permiso real, de preparar
carísimas expediciones para conquistar y poblar en tierras costeras de
México, aunque con linderos algo confusos. Y el tío se pasó: sus barcos tocaron
en la zona que ya tenía controlada Cortés. Más adelante veremos que toda la
increíble suerte que tuvo en su vida hasta entonces, se fue despeñadero abajo
poco a poco, con cierto parecido al episodio de Narváez.
-Te
relevo, dottore. La primera calamidad de las empresas de Garay la cuenta Bernal
(se enteró por una carta que recibió Cortés), añadiendo uno de sus
sorprendentes chascarrillos: “Llegó uno de los navíos de Garay al puerto del
peñón de nombre feo, que le llamaban “el tal de Bernal” (el ‘tal’ suponemos lo que es, pero no sabemos si se refería al de
nuestro Bernal). Iba por capitán un fulano Camargo, y traía sobre 60
soldados, todos dolientes, muy amarillos y con las barrigas hinchadas, y dijo
que al resto de la expedición los habían muerto los indios de Pánuco”. Como
pasó con Narváez, todos los recién llegados fueron a incorporarse a las tropas
de Cortés. Y llegó luego otro barco de Garay destinado a ayudar a la expedición
anterior; carentes ya de objetivo, “se fueron todos adonde estábamos con
Cortés, y fue este el mejor socorro y al mejor tiempo que le habíamos
menester”. El gran líder lo engullía todo como un gigantesco remolino. Mal asunto para Garay.
Se repitió la historia con un tercer barco de Garay. De manera que, con estos,
más el que anteriormente mandó el desorientado gobernador Velázquez, las tropas
de Cortés se incrementaron en unos 120 soldados; así que, fortalecidos con tan
benditos incidentes, se lanzó otro
ataque de castigo contra poblaciones donde habían matado a españoles (y
que se vaya enterando Cuauhtémoc). “Envió Cortés por capitán para hacer aquella
entrada a Gonzalo de Sandoval, que era muy esforzado y de buenos consejos, con
200 soldados y muchos tlaxcaltecas”. Eran como una apisonadora, “y vinieron los
caciques de aquellos pueblos a demandar perdón y dar la obediencia a Su
Majestad. Volvieron los soldados con buena presa de esclavos; y, en adelante,
tenía Cortés tanta fama en todos los pueblos de Nueva España, por la justicia
que hacía y lo esforzado que era, que a todos ponía temor, e muy mayor a
Cuauhtémoc”. La frase que sigue pone de relieve cómo se iba extendiendo y
asentando como una mancha de aceite su prestigio y su dominio, casi de cacique
máximo, sobre las poblaciones mexicanas: “Y tanta era la autoridad y ser y
mando que había cobrado Cortés, que traían ante él pleitos de indios desde
lejanas tierras, en especial sobre cosas de cacicazgos y señoríos. Como
entonces fallecían muchos caciques de viruela, venían los indios a Cortés, como
señor absoluto de toda la tierra, para que por su mano e autoridad alzase por
señor a quien le perteneciera. E así vinieron de muchos pueblos con sus
pleitos, y Cortés a cada uno daba sus tierras y vasallos según sentía por
Derecho que le pertenecían”.
Foto.- Vaya cuarteto: La Española –es
decir, Haití y República Dominicana-, Cuba, Puerto Rico y Jamaica. Mi querida
Jamaica, sin recursos mineros, pero tan
rica en agricultura y ganadería, que en ella se abastecían los barcos que iban
a explorar el continente. Allí gobernaba, en lo terrenal, Francisco de Garay, y,
en lo espiritual, mi alma pecadora. Pero te aseguro, suspicaz pequeñuelo, que
desde la distancia velé por el bien de las almas y los cuerpos de mis
feligreses, a los que envié santos frailes y cosas muy útiles para su
desarrollo económico.
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