viernes, 15 de julio de 2016

(Día 327) LA CRUDA REALIDAD DE LA ESCLAVIZACIÓN DE LOS VENCIDOS. Se queja BERNAL de su mal reparto. CORTÉS FALTA A SU PALABRA y les requisa a los soldados la mayor parte del ORO QUE SACARON DE MÉXICO. Pero sí cumple otra promesa: permitir a la gente de NARVÁEZ que vuelva a CUBA.

(79) –Me gustaría saltarme esto, pero ni modo, cuate.
     -Estamos de acuerdo, patroncito: con la excusa de la rebeldía, se esclavizaba a parte de los derrotados, asquerosa inhumanidad que luego se prohibió. Bernal lo cuenta como un simple asunto de rentabilidad; también nos explica por qué solo se mercadeaba con mujeres y con muchachos jóvenes. Y si habla del tema es porque se va a quejar del reparto que se llevó a cabo. Como ya todos los poblados estaban sometidos y de momento no había que guerrear, “acordó Cortés que se herrasen a los esclavos para sacar su quinto después de sacar primero el de Su Majestad (el rey se beneficiaba de aquella porquería). Y se dieron pregones para que llevásemos a una casa a herrar a todas las piezas (esclavos) recogidas; fuimos todos con las indias y muchachas y muchachos que teníamos, que hombres de edad no apresábamos porque eran malos de guardar, y no habíamos necesidad dellos  teniendo el servicio (voluntario) de nuestros amigos tlaxcaltecas. Y el día de repartir, ya habían escondido las mejores indias, que no apareció ninguna buena, y nos daban las viejas y ruines. Y sobre esto hubo muchas murmuraciones contra Cortés y los que mandaron esconder las indias buenas. Desque Cortés aquello oyó, con palabras algo blandas dijo que juraba en su conciencia –que así tenía por costumbre jurar- que en adelante no se haría de la misma manera”. Y tuvo el santísimo cinismo de obligarles después a los soldados a tragar otro sapo, gordo y viscoso.
     -No era hombre de palabra, querido socio; estaba por encima del bien y del mal: el mejor discípulo de Maquiavelo. Y Bernal, que tanto le admira, no se lo calla: “Y digamos otra cosa casi peor que esto de los esclavos. Cuando la triste noche en que huimos de México, Cortés dijo ante escribano que, como se había de perder mucho oro que allí quedaba en la sala, el que quisiera que cogiese lo que pudiere, y que se lo llevase en buena hora como suyo. Y muchos soldados perdieron con el peso del oro la vida en el lago, y los que escaparon con el botín estuvieron en gran riesgo de morir y salieron llenos de heridas. Pues siendo así, Cortés pregonó que presentaran todo el oro que sacaron, y que les daría la tercia parte dello; y que, si no lo hacían, que les quitaría todo. Y como la mayoría de los capitanes tenían oro (dispensados de devolverlo), se calló lo del pregón y no se habló más dello, pero pareció muy mal esto que mandó Cortés”. Para variar, Cortés va a cumplir su palabra en otro asunto, quizá por estar harto de quejas: “Como vieron los capitanes de Narváez que ya teníamos refuerzos (con los soldados incorporados), le suplicaron a Cortés con grandes ruegos que les diese licencia para se volver a Cuba, pues se lo había prometido. Y Cortés se la dio, y aun les prometió darles más oro si volvía a ganar la ciudad de México (conociéndole, nadie dudaría de que estaba dispuesto a reconquistarlo), y les dio un navío de los mejores con mucho matalotaje (provisiones). Escribió a su mujer, que se decía doña Catalina Juárez, la Marcaida (su 2º apellido), que vivía en Cuba, enviándole barras y joyas de oro. Y nosotros le dijimos a Cortés que por qué les daba licencia, siendo pocos los que quedábamos, y respondió que para excusar escándalos e importunaciones, pues ya veíamos que algunos de los que se iban no eran buenos para la guerra, y que valía más estar solo que mal acompañado. También mandó a Castilla a Diego de Ordaz con ciertos recados suyos, pero no sé si Cortés nos tuvo en cuenta en los negocios que enviaba a tratar con Su Majestad; ni alcancé a saber lo que pasó en Castilla, salvo que a boca llena decía el obispo Juan Rodríguez de Fonseca (qué cáliz más amargo) que así Cortés como todos sus soldados éramos malos y traidores, aunque el Ordaz respondía muy bien por nosotros”. Negociando en todos los frentes, Cortés mandó  también representantes a la Audiencia de Santo Domingo con una memoria de todo lo conseguido, llena de convincentes razones para que los frailes jerónimos, “que tenían entonces la gobernación de todas las islas, intercediesen  ante el emperador para que fuésemos favorecidos con justicia y contra la mala voluntad el obispo Fonseca”.

     Foto.- Hay un fondo de mala intención en el cuadro de Diego Rivera: él y los aztecas son unos santos; y, todos los españoles, frailes incluidos, unos demonios (hasta tienen cara de serlo). Lo malo es que los hechos que expone son ciertos. Está magníficamente pintada la escena; el tema central muestra a un comprador, un vendedor y, en medio, un funcionario anotando la transacción, mientras el pobre esclavo está siendo marcado en la cara con la G de ‘guerra’; se ve al fondo el destino que le espera. Aparece también, a caballo, el rubio Pedro de Alvarado, simbólico responsable de la captura de los indios que van a sufrir la quemadura.


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