miércoles, 6 de julio de 2016

(Día 318) LLEGA CORTÉS A MÉXICO y los AZTECAS les dejan pasar con idea de matarlos dentro. SANDOVAL trata de justificar el ataque que sublevó a los indios, y CORTÉS se lo reprocha airadamente; se sentía, además, deprimido e irritado porque esperaba un buen recibimiento de los nativos, hasta el punto de insultar a MOCTEZUMA. Va a estallar LA MADRE DE TODAS LAS TORMENTAS.

(70) –Esta vez, mon grand ecrivain, Cortés pecó de optimista.
     -Es cierto, delicieux ectoplasme. Viéndose reforzado con los soldados de Narváez, más 2.000 guerreros tlaxcaltecas (me pregunto cómo habrán juzgado los historiadores mexicanos a este pueblo), “le pareció a Cortés que llevaba gente suficiente para poder entrar muy a nuestro salvo en México”. Y de hecho, así fue: vía libre para que se metieran en la trituradora. “Llegamos a México el día del Señor San Juan, 24 de junio de 1520, y no se veía gente por las calles; al llegar a nuestros aposentos, salió el gran Moctezuma a abrazar a Cortés y darle la bienvenida por la victoria sobre Narváez. Y como Cortés venía victorioso, no le quiso oír, por lo que Moctezuma entró en su aposento muy triste y pensativo. Cortés procuró saber qué fue la causa de se levantar México”. Alvarado dio la versión de que los mexicanos estaban decididos a atacarlos y liberar a Moctezuma, porque creían que así se lo mandaban sus dioses y era la mejor oportunidad, con Cortés lejos y en guerra con Narváez. Parece, reve, que la respuesta no le bastó.
     -No era un inquisidor cómodo. Fue directo al grano: “Y le tornó a decir Cortés que a qué causa les fue a dar guerra estando bailando y haciendo sus fiestas. Y contestó que sabía muy ciertamente, por un papa, dos principales y otros mexicanos, que luego iban a venir a dar guerra. E Cortés (no soltaba la presa) le dijo: ‘Pues hanme dicho que os demandaron permiso para hacer los bailes’. Replicó Alvarado que así era en verdad, pero para tomarlos descuidados, e, para que temiesen y no viniesen a darle guerra, se adelantó a dar en ellos. Y cuando aquello Cortés le oyó, le dijo muy enojado que era muy mal hecho e gran desatino”.
     Era como cuando de repente se callan los pájaros y se ocultan los animales de la selva: el preludio de un huracán. A Cortés le afectó la silenciosa tensión del ambiente y (cosa increíble en él) se deprimió: “Por el camino les había dicho a los capitanes de Narváez, alabándose de sí mismo, que en México mandaba absolutamente en Moctezuma, e que les saldrían a recibir y hacer fiestas, y a darles oro, pero no siendo así, sino que todo estaba muy al contrario de sus pensamientos, con las calles vacías y sin mercado, y ni siquiera de comer nos daban, estaba muy airado y soberbio por la mucha gente que traía, y muy triste y mohíno”. De manera que perdió sus diplomáticas zalamerías. Moctezuma le mandó recado de que le quería ver, y Cortés exclamó: “¡Vaya un perro, que ni de comer nos manda!’. Y entonces nuestros capitanes le dijeron: ‘Señor, temple su ira, y mire cuánto bien nos ha hecho, que si no fuese por él ya fuéramos muertos’. Y Cortés se indignó más con estas palabras, e dijo: ‘¿Qué cumplimiento he de tener yo con un perro que entendía secretamente con Narváez?’. Y como Cortés tenía allí tantos españoles, ya nada le importaba, e por eso hablaba tan airado y tan descomedido”. Marcharon los emisarios de Moctezuma, y poco después ESTALLÓ LA MADRE DE TODAS LAS TORMENTAS.

     (Foto: Todo vacío, todo silencioso en Tenochtitlán; pero la gran capital de México era un volcán a punto de reventar y abrasar con su lava a aquellos insensatos aventureros).


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