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–Esta vez, mon grand ecrivain, Cortés pecó de optimista.
-Es cierto, delicieux ectoplasme. Viéndose
reforzado con los soldados de Narváez, más 2.000 guerreros tlaxcaltecas (me
pregunto cómo habrán juzgado los historiadores mexicanos a este pueblo), “le
pareció a Cortés que llevaba gente suficiente para poder entrar muy a nuestro
salvo en México”. Y de hecho, así fue: vía libre para que se metieran en la
trituradora. “Llegamos a México el día del Señor San Juan, 24 de junio de 1520,
y no se veía gente por las calles; al llegar a nuestros aposentos, salió el
gran Moctezuma a abrazar a Cortés y darle la bienvenida por la victoria sobre
Narváez. Y como Cortés venía victorioso, no le quiso oír, por lo que Moctezuma
entró en su aposento muy triste y pensativo. Cortés procuró saber qué fue la
causa de se levantar México”. Alvarado dio la versión de que los mexicanos
estaban decididos a atacarlos y liberar a Moctezuma, porque creían que así se
lo mandaban sus dioses y era la mejor oportunidad, con Cortés lejos y en guerra
con Narváez. Parece, reve, que la respuesta no le bastó.
-No era un inquisidor cómodo. Fue directo
al grano: “Y le tornó a decir Cortés que a qué causa les fue a dar guerra
estando bailando y haciendo sus fiestas. Y contestó que sabía muy ciertamente,
por un papa, dos principales y otros mexicanos, que luego iban a venir a dar
guerra. E Cortés (no soltaba la presa)
le dijo: ‘Pues hanme dicho que os demandaron permiso para hacer los bailes’.
Replicó Alvarado que así era en verdad, pero para tomarlos descuidados, e, para
que temiesen y no viniesen a darle guerra, se adelantó a dar en ellos. Y cuando
aquello Cortés le oyó, le dijo muy enojado que era muy mal hecho e gran
desatino”.
Era como cuando de repente se callan los
pájaros y se ocultan los animales de la selva: el preludio de un huracán. A
Cortés le afectó la silenciosa tensión del ambiente y (cosa increíble en él) se
deprimió: “Por el camino les había dicho a los capitanes de Narváez, alabándose
de sí mismo, que en México mandaba absolutamente en Moctezuma, e que les
saldrían a recibir y hacer fiestas, y a darles oro, pero no siendo así, sino
que todo estaba muy al contrario de sus pensamientos, con las calles vacías y
sin mercado, y ni siquiera de comer nos daban, estaba muy airado y soberbio por
la mucha gente que traía, y muy triste y mohíno”. De manera que perdió sus
diplomáticas zalamerías. Moctezuma le mandó recado de que le quería ver, y
Cortés exclamó: “¡Vaya un perro, que ni de comer nos manda!’. Y entonces
nuestros capitanes le dijeron: ‘Señor, temple su ira, y mire cuánto bien nos ha
hecho, que si no fuese por él ya fuéramos muertos’. Y Cortés se indignó más con
estas palabras, e dijo: ‘¿Qué cumplimiento he de tener yo con un perro que
entendía secretamente con Narváez?’. Y como Cortés tenía allí tantos españoles,
ya nada le importaba, e por eso hablaba tan airado y tan descomedido”.
Marcharon los emisarios de Moctezuma, y poco después ESTALLÓ LA MADRE DE TODAS
LAS TORMENTAS.
(Foto: Todo vacío, todo silencioso en Tenochtitlán;
pero la gran capital de México era un volcán a punto de reventar y abrasar con
su lava a aquellos insensatos aventureros).
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