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–Cuenta Bernal algo sorprendente, secre. ¿Tendrá razón?
-Se non é vero, caro Sancio, é ben
trovato: “Traía Narváez a un negro lleno de viruelas, que harto negro fue para
la Nueva España, porque fue causa de que se pegase y se llenase toda la tierra
de ellas, habiendo gran mortandad de indios, que nunca habían tenido tal
enfermedad”. Y de acuerdo con la fe de su época, reflexiona: “Por manera que
negra fue la aventura del Narváez, y más negra la muerte de tanta gente sin ser
cristianos”. Y fue entonces cuando…
-Mesémonos los cabellos, pequeñín, porque
recibieron noticias de otra desgracia escalofriante, como si los dioses, igual
que en Troya, disfrutaran olímpicamente (nunca mejor dicho) martirizando a
aquel grupito de héroes con el espantajo de la muerte a cada instante. Llegó la
temida hecatombe, y les arruinó el gozo de la victoria: “Como la adversa
Fortuna vuelve presto su rueda, que a grandes bonanzas y placeres da tristeza,
vinieron entonces noticias de que México estaba alzado y Pedro de Alvarado
cercado en su aposento, y le ponían
fuego por dos partes, teniendo siete soldados muertos y otros muchos heridos, y
nos pedía socorro con mucha instancia y priesa. Y desque aquella tan mala nueva
oímos, sabe Dios cuánto nos pesó, y a grandes jornadas comenzamos a marchar
para México, mandando preso al Narváez a la Villa Rica. Y Moctezuma le mandó a
Cortés cuatro grandes principales quejándose de Pedro de Alvarado”. Tropezamos
ahora, avisado investigador, con otro debate histórico sobre quién encendió la
mecha. Vamos a poner de relieve un solo dato que parece olvidarse: Cortés no
tuvo más remedio que dejarle a Alvarado una mínima tropa en México, y salir
escopetado a detener el huracán de Narváez, precisamente cuando todo anunciaba
que los principales caciques mexicanos iban a atacar en tromba a los españoles
fortificados en Tenochtitlán. Los indigenistas le echan la culpa de todo a
Alvarado. Y esa fue la versión de los enviados de Moctezuma: “Llorando muchas
lágrimas de sus ojos, dijeron que Pedro de Alvarado salió de su aposento con
todos los soldados que le dejó Cortés, y sin causa ninguna dio en los
principales y caciques que estaban bailando y haciendo fiesta a sus ídolos con
licencia que él les había dado, e que mató e hirió a muchos dellos, y por se
defender le mataron seis de sus soldados. Cortés les respondió algo desabrido,
diciéndoles que iría a México y pondría remedio en todo. Y dicen que, cuando supo estas palabras,
a Moctezuma le parecieron muy malas y
hubo enojo de ellas”. Entonces Cortés
tuvo que preparar con suma habilidad la organización de sus fuerzas;
suprimió las expediciones previstas, para disponer de todos sus hombres
(quedaban vivos unos 250), pero necesitaba contar también con los del derrotado
Narváez. Su tirón como líder era ya arrollador, aunque insuficiente para vender
aquella mercancía averiada: tuvo que hipnotizarlos. Bernal lo cuenta muy bien: “Cortés
habló con los de Narváez, sintiendo que no irían con nosotros de buena
voluntad, y les rogó que dejasen atrás enemistades pasadas, ofreciéndoles
hacerlos ricos y darles cargos; y les dijo que, pues habían venido a buscarse
la vida haciendo servicio a Dios y a Su Majestad, y a enriquecerse, que no
estuviesen tibios, porque ahora tenían la oportunidad. Y tantas palabras les
dijo que todos a una se le ofrecieron para venir con nosotros; y si supieran
las fuerzas de México, cierto está que no fuera ninguno”. Con ello consiguió
Cortés tener un ejército de unos 1.300 hombres. Como sin duda vuesas cultas
mersedes ya saben que consiguieron entrar en México pero les fue imposible
aguantar el tsunami azteca, emprendiendo una huida dantesca, les explico que Bernal
en su última frase está anticipando lo que luego veremos: habría una gran diferencia entre las dos tropas
españolas; los de Cortés, llenos de coraje y veteranía, y, los de Narváez, todo
lo contrario.
(Foto: El cuadro representa, probablemente
de forma muy tendenciosa, el ataque de Alvarado y sus hombres a los mexicanos
durante un baile ceremonial. Es difícil creer que su objetivo fuera la muerte de la población civil, y no
exclusivamente la de los guerreros aztecas
y la de los caciques que mayor importancia tuvieron en el rumoreado plan
de acabar con los españoles. Si nos olvidamos del abuso de la ocupación, que
hoy se ve tan claro, hay que ponerse en la piel de Alvarado para saber si su
decisión, como militar, estuvo justificada, y si fue prudente. En cualquier
caso, nunca se sabrá lo que pasó, porque hay versiones para todos los gustos).
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