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–Cortés estaba ya harto, secre: quería terminar las batallitas.
-Da la sensación, querido ectoplasma, de
que trataba de aniquilar la moral de los mexicanos, pero, si estaban tan
pesados, era porque Cuauhtémoc ordenó un acoso constante. Llegaron los
españoles a un pueblo fortificado sobre una peña, y Bernal señala la dificultad
de aquella batalla con datos muy concretos de los apuros que él mismo pasó:
“Cortés mandó que fuésemos subiendo hacia ellos, pero echaban tantos peñascos
que fue cosa espantosa cómo se venían saltando. A mis pies murió un soldado que
se llamaba Martínez, e no dijo ni habló palabra. Luego mataron a otros tres. E
como yo entonces era suelto, no dejaba de seguir al alférez Corral, y a él le
descalabraron, y me dijo, con el rostro lleno de sangre y la bandera rota: ‘¡Oh,
Bernal, que no es poca cosa pasar más adelante!; estése protegido en esa
concavidad’. Y dio voces para que le
dijeran a Cortés que no se podía subir más arriba, y, como pudimos, bajamos, teniendo ocho muertos.
De manera que ese día no ganamos ninguna reputación, sino que la victoria fue
de los mexicanos y sus confederados. E pasada la noche, les volvimos a atacar,
hiriendo y matando a algunos. Y quiso Dios que acordaron de se dar de paz, y
fue porque no tenían agua ninguna. Estando platicando Cortés con el fraile
Melgarejo (el de las bulas) y el
tesorero Alderete sobre las guerras que habíamos tenido y de todas las cosas
pasadas hasta entonces, decían que, si el emperador fuese informado de la
verdad, nos haría grandes mercedes”. Siguieron sometiendo pueblos, “y fuimos a
uno muy bueno que se dice Coadlabaca (en
realidad su nombre era Cuaunahuac), que agora comúnmente corrompemos y le
llamamos Cuernavaca (nos hace ver en vivo
la transformación de un topónimo), donde había dentro mucha gente de guerra
que nos tiraba varas, flechas y piedras más espesas que granizo, y no podíamos
entrar porque tenían quebrados los puentes. Pero avisaron a Cortés de que más
adelante había entrada para los caballos, y pudimos atacarles por la espalda a
los mexicanos, y se fueron huyendo por los montes. Y los caciques de aquel
poblado vinieron pidiéndole a Cortés que les recibiera de paz, y diciendo que
han visto que no habrá cosa por fuerte que sea que no la señoreemos. Y Cortés
les mostró buena cara”. Sigue veloz con las batallitas, reve: ya llegaremos a
México.
-Como calentando motores andaban los
españoles, con sus amigos tlaxcaltecas, haciendo correrías de castigo y
sometimiento de poblados, hasta que llegara el gran momento del asalto
definitivo a México-Tenochtitlán; pero arriesgaban mucho, quizá demasiado, y al
precio de bastantes muertos. Hasta el extremo de que Cortés estuvo a puntito de
perder la vida. Fue en Xochimilco (sí,
aciertan vuesas mersedes: ese lugar donde las aguas de la laguna siguen sin
cubrir, para disfrute de los turistas románticos). Les tocó en mala suerte
una batalla tremenda: “Nos estaba esperando una multitud de guerreros que
llevaban lanzas como guadañas, hechas con las espadas que cogieron de los
españoles que mataron cuando huimos de México, y todas las armas que suelen
usar; y lo peor de todo es que ya venían otros escuadrones dándonos guerra por
la espalda, pero a grandes cuchilladas les hicimos retroceder. Otros mexicanos
que venían de refresco pelearon con los nuestros de caballo, y el de Cortés, o
por muy gordo o por cansado, desmayó, y los indios, como eran muchos, le
echaron mano y le derribaron del caballo, queriendo llevárselo vivo. Y como lo
vieron unos tlaxcaltecas e un soldado muy esforzado que se decía Cristóbal de
Olea, natural de Castilla la Vieja, de Medina del Campo, de presto llegaron, y
a buenas estocadas y cuchilladas hicieron sitio. Y tornó Cortés a cabalgar,
aunque bien herido en la cabeza, y quedó el Olea muy mal herido de tres
cuchilladas”. Lo que es la fatalidad: el
joven Olea volvió a salvarlo a Cortés después en México, sin otra
recompensa que su propia muerte. Bernal siempre lo recordará con especial
emoción (eran paisanos), y tuvo el detalle
de incluirlo, siendo un simple soldado,
en la sabrosa descripción que hace, al final del libro, de los capitanes
más notables de aquella gloriosa aventura.
Foto: Si van vuesas mersedes a Xochimilco,
disfruten del paseo en barca (a ser posible bien acompañados), pero no olviden
que Cortés se llevó ahí tal susto, que debe de andar todavía rondando esos parajes
su acongojado ectoplasma.
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