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-Nueva bronca de Cortés, peque: esta
vez a Alvarado.
-Era necesaria, reverendo, porque no aseguró debidamente la retirada: murieron
varios soldados y casi perdemos a Bernal: “Cortés se enojó mucho, y le mandó un
mensaje a Pedro de Alvarado para que ni
en bueno ni en malo fuéramos adelante sin
haber cegado antes con adobes y madera el paso de agua; y como vimos que
por culpa nuestra había acaecido aquel
desmán, tapamos en cuatro días aquella abertura, aunque fue con harto trabajo y
con heridas que nos dieron los contrarios,
muriendo seis soldados”. Y cada día era lo mismo, lucha continua (‘¡Sus!, y a pelear’, dice Bernal), con
la particularidad de que la multitud de indios amigos muchas veces era un
estorbo: “Querían pelear con los mexicanos, pero, como eran muchos, nos
embarazaban, y no podíamos hacer frente en todas partes, por lo que les
echábamos fuera de la calzada, dejándoles donde estuvieran a salvo”. Unos por
tierra y otros en los bergantines, peleaban sin descanso inclinando poco a poco
la balanza a su favor: “Como vieron los pueblos de la laguna, Iztapalapa,
Vichilobusco, Coyoacán, Mezquique y otros,
que todos los días teníamos victorias, y veían que los de Chalco,
Texcoco y Tlaxcala eran nuestros amigos,
acordaron venir de paz ante Cortés, y con
mucha humildad le demandaron perdón. Y Cortés se holgó mucho dello, y
con buen semblante y muchos halagos, los perdonó”. No solo destruían las casas
para cegar los pasos de agua con el escombro, sino también porque se dieron
cuenta de que era la única manera de evitar los ataques desde las azoteas y
acortar la duración de la guerra desmoralizando a los indios. El día de San
Juan se cumplía un año desde la terrible fecha en que salieron derrotados de
México, con el negro balance de más de 800 españoles y cerca de 2.000
tlaxcaltecas muertos en la batalla o sacrificados a los dioses. Y Cuatuhtémoc
lo celebró con un ataque masivo a las tres capitanías españolas, las de
Sandoval, Alvarado y Olid; lo pudieron resistir, pero Cortés se quedó
pensativo. “Como vio que cada día
cegábamos los pasos de agua y de noche los volvían a abrir los
mexicanos, y que ya se habían muerto veinte soldados, habló con todos nosotros para decidir lo que hacer”. Pero en
realidad fue él quien propuso algo que resultó equivocado. Proceda
vuecencia.
-Esta fue la idea de Cortés: “Nos dijo que
entrásemos en la ciudad muy de golpe hasta llegar a Tlatelolco, que es la plaza
mayor de México (la del mercado), muy
más ancha y grande que la de Salamanca,
que sentáramos allí los tres reales, y así poder batallar por las calles
de Tenochtitlán sin tener tantos trabajos al retirarnos”. Se dispararon los
pareceres, pero la mayoría, Bernal incluido, estaban en contra de la propuesta,
“porque seríamos nosotros los cercados, y no queríamos que nos aconteciese como
cuando salimos huyendo de México”. Cortés escuchó, pero no le convencieron, y,
como le corresponde a un líder, decidió: “Dio la orden de que al otro día saliésemos todos con la mayor pujanza hasta
ganar la plaza de Tlatelolco”. Fue una tragedia, y el mismísimo Cortés se llevó
el susto más grande de su vida. Comenzaron avanzando bien, y hasta con moral de
triunfo, pero una vez más se metieron en una encerrona. Los indios, que
parecían huir, se volvieron de repente; los tlaxcaltecas que iban con Cortés
dieron la espantada, “dejando sin cegar un paso, y los mexicanos le hirieron en
una pierna, le mataron 8 caballos y le llevaron vivos 66 soldados (qué desastre); y a Cortés ya le tenían
agarrado 7 capitanes mexicanos, pero quiso Dios que en aquel instante llegara a
él Cristóbal de Olea, que peleó muy bravosamente, pues mató a estocadas a 4 de
los capitanes que lo retenían; y también ayudó un soldado llamado Lerma, e
hicieron tanta lucha que lo soltaron. Pero por le defender allí perdió la vida el Olea”.
Foto: Era la segunda vez que Cristóbal de
Olea le salvaba la vida a Cortés, pero él murió en el intento, y el caballo que
traía para sacarlo de aquella trampa también. Lo derribaron agarrando su lanza,
y terminaron la faena con la temible espada macáhuitl, que llevaba lascas de
obsidiana incrustadas, y que, según Bernal, cortaba más que las navajas.
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