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–Tenochtitlán, secre, era un gigante atacado por bacterias.
-Certo, dottore; y segregaba una masa
enorme de anticuerpos: lucha a vida o muerte durante tres meses de agonía.
Bernal, inevitablemente, tiene que ser muy repetitivo. Él lo explica muy bien:
“Ya sé que los curiosos lectores se hartarán de ver tantos combates, y no puedo
hacer otra cosa, porque estuvimos 93 días en esta tan fuerte ciudad teniendo
guerra de día y de noche, y he de recitar lo que hicimos, pero no lo pongo por
detalle porque sería cosa para nunca acabar, y se parecería a los libros de
Amadís o de caballerías”. De manera que, venerable patriarca, si te parece,
iremos a lo esencial y más llamativo, aunque procurando ser claros.
-Sabias palabras, luminoso doncel.
Anticipemos que habrá tres aspectos fundamentales en la táctica de ataque. Los
puentes eran de vital importancia. Se conquistaban y los indios volvían a
recuperarlos; hubo que cegar trabajosamente los pasos; y costó mucho también
encontrar la manera de inutilizar las enormes estacas que, clavadas en el
fondo, ponían en serio peligro a los
bergantines. Además, tenían que andar
muy atentos para impedir que las canoas llevaran agua y alimentos a la
ciudad asediada. Lo dice Bernal añadiendo un dato de crueldad utilizada como
arma militar: “Y como los mexicanos andaban descuidados en sus canoas metiendo
bastimentos, no había día que no traían los bergantines canoas apresadas y
muchos indios colgados de las entenas”. A su vez, los españoles pagaron un alto
precio con una trampa de los nativos. Unas piraguas simularon huir; las
siguieron dos bergantines, y tropezaron de repente con un ‘invento’ nuevo de
los mexicanos. “Habían hincado de noche
muchos maderos gruesos; cuando encallaron los bergantines, atacaron los indios,
hiriendo a todos los españoles, por manera que mataron al capitán Portillo,
gentil soldado que había luchado en Italia, y al capitán Pedro Barba”. (Y lo
vamos a mencionar nosotros, porque
Bernal no lo hace: ya vimos que este Pedro era teniente en Cuba, y le echó a
Cortés un capote, protegiéndole del gobernador Velázquez en el comienzo de la
larguísima lista de angustias, sinsabores y peligros que siempre le acompañaron).
Sigamos con la interminable guerra: Cortés ordenó que por nada del mundo se
avanzara sin cegar los pasos de los puentes; y por poco se nos muere Superbernal.
Alvarado cumplió la orden de Cortés, y empezaron a destruir edificios para
utilizar los escombros: “Con los adobes y las maderas de las casas que
derrocábamos, cegábamos los pasos de los puentes, pero los mexicanos acordaron
pelear de otra manera; tenían hechos muchos hoyos dentro del agua que no los
podíamos ver, y salió tanta multitud dellos a atacarnos que acordamos
retraernos, sin que pudiésemos hacerlo por el sitio que teníamos cegado,
haciéndonos ir por la parte donde estaban los hoyos; pasábamos el agua a nado y
a vuelapié, y la mayoría caímos en los hoyos; apañaron los mexicanos cinco de
nuestros compañeros, y vivos los llevaron a Cuauhtémoc. De mí digo que me
habían echado mano muchos indios, y tuve manera para desembarazar el brazo, y
Nuestro Señor Jesucristo me dio esfuerzo para que a buenas estocadas que les di
me salvara. Y desque me vi fuera del agua, me quedé sin sentido, sin me poder
sostener en mis pies y sin aliento, por causa de la fuerza que hice para
escabullirme de aquella gentecilla y de la mucha sangre que me salió. Cuando me
tenían agarrado, en el pensamiento yo me encomendaba a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, su bendita
madre, por donde me salvé. ¡Gracias a Dios por las mercedes que me hace!”.
Foto: Toda su longeva vida se la pasó
Bernal dando gracias a Dios por ser de los pocos que escaparon de la muerte en
las numerosísimas batallas de México, y presumió, con muy justa razón, del
orgullo de haber sido el conquistador más antiguo de aquellas tierras, puesto
que ya anduvo por allí en las dos expediciones anteriores a la de Cortés. Ahora
nos cuenta que tenía en su pensamiento a Nuestro Señor cuando le agarraron los
indios. Yo creo, hijos míos, que también pensaba con horror en estos magníficos
pero siniestros templos de Tenochtitlán, y
en el tzompantli que está a la derecha: esa tremebunda “estantería” de
calaveras.
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