jueves, 28 de julio de 2016

(Día 340) TODOS LOS DÍAS BATALLAS, y el sensato BERNAL sabe que puede resultar monótono detallarlas. Evitaban que las canoas introdujeran agua y alimentos en la ciudad; duro método de disuasión. UNA ASTUTA TRAMPA de los indios hace encallar los bergantines y mueren varios españoles. BERNAL SE LIBRA MILAGROSA Y BRAVAMENTE de las manos de los aztecas.

(92) –Tenochtitlán, secre, era un gigante atacado por bacterias.
     -Certo, dottore; y segregaba una masa enorme de anticuerpos: lucha a vida o muerte durante tres meses de agonía. Bernal, inevitablemente, tiene que ser muy repetitivo. Él lo explica muy bien: “Ya sé que los curiosos lectores se hartarán de ver tantos combates, y no puedo hacer otra cosa, porque estuvimos 93 días en esta tan fuerte ciudad teniendo guerra de día y de noche, y he de recitar lo que hicimos, pero no lo pongo por detalle porque sería cosa para nunca acabar, y se parecería a los libros de Amadís o de caballerías”. De manera que, venerable patriarca, si te parece, iremos a lo esencial y más llamativo, aunque procurando ser claros.
     -Sabias palabras, luminoso doncel. Anticipemos que habrá tres aspectos fundamentales en la táctica de ataque. Los puentes eran de vital importancia. Se conquistaban y los indios volvían a recuperarlos; hubo que cegar trabajosamente los pasos; y costó mucho también encontrar la manera de inutilizar las enormes estacas que, clavadas en el fondo,  ponían en serio peligro a los bergantines. Además, tenían que andar  muy atentos para impedir que las canoas llevaran agua y alimentos a la ciudad asediada. Lo dice Bernal añadiendo un dato de crueldad utilizada como arma militar: “Y como los mexicanos andaban descuidados en sus canoas metiendo bastimentos, no había día que no traían los bergantines canoas apresadas y muchos indios colgados de las entenas”. A su vez, los españoles pagaron un alto precio con una trampa de los nativos. Unas piraguas simularon huir; las siguieron dos bergantines, y tropezaron de repente con un ‘invento’ nuevo de los mexicanos. “Habían hincado de  noche muchos maderos gruesos; cuando encallaron los bergantines, atacaron los indios, hiriendo a todos los españoles, por manera que mataron al capitán Portillo, gentil soldado que había luchado en Italia, y al capitán Pedro Barba”. (Y lo vamos a mencionar  nosotros, porque Bernal no lo hace: ya vimos que este Pedro era teniente en Cuba, y le echó a Cortés un capote, protegiéndole del gobernador Velázquez en el comienzo de la larguísima lista de angustias, sinsabores y peligros que siempre le acompañaron). Sigamos con la interminable guerra: Cortés ordenó que por nada del mundo se avanzara sin cegar los pasos de los puentes; y por poco se nos muere Superbernal. Alvarado cumplió la orden de Cortés, y empezaron a destruir edificios para utilizar los escombros: “Con los adobes y las maderas de las casas que derrocábamos, cegábamos los pasos de los puentes, pero los mexicanos acordaron pelear de otra manera; tenían hechos muchos hoyos dentro del agua que no los podíamos ver, y salió tanta multitud dellos a atacarnos que acordamos retraernos, sin que pudiésemos hacerlo por el sitio que teníamos cegado, haciéndonos ir por la parte donde estaban los hoyos; pasábamos el agua a nado y a vuelapié, y la mayoría caímos en los hoyos; apañaron los mexicanos cinco de nuestros compañeros, y vivos los llevaron a Cuauhtémoc. De mí digo que me habían echado mano muchos indios, y tuve manera para desembarazar el brazo, y Nuestro Señor Jesucristo me dio esfuerzo para que a buenas estocadas que les di me salvara. Y desque me vi fuera del agua, me quedé sin sentido, sin me poder sostener en mis pies y sin aliento, por causa de la fuerza que hice para escabullirme de aquella gentecilla y de la mucha sangre que me salió. Cuando me tenían agarrado, en el pensamiento yo me encomendaba a  Nuestro Señor y a Nuestra Señora, su bendita madre, por donde me salvé. ¡Gracias a Dios por las mercedes que me hace!”.

     Foto: Toda su longeva vida se la pasó Bernal dando gracias a Dios por ser de los pocos que escaparon de la muerte en las numerosísimas batallas de México, y presumió, con muy justa razón, del orgullo de haber sido el conquistador más antiguo de aquellas tierras, puesto que ya anduvo por allí en las dos expediciones anteriores a la de Cortés. Ahora nos cuenta que tenía en su pensamiento a Nuestro Señor cuando le agarraron los indios. Yo creo, hijos míos, que también pensaba con horror en estos magníficos pero siniestros templos de Tenochtitlán, y  en el tzompantli que está a la derecha: esa tremebunda “estantería” de calaveras.


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