(128) - No juzgues, hijo mío, y no serás
juzgado (al menos por ti mismo). Es cierto que los poderosos tienen privilegios, pero poco descanso. A Pedro de
Mendoza, la grandeza de su linaje le exigió perseguir la gloria a cualquier
precio, incluso el de su fortuna personal: Carlos V le llenó de honores a
cambio de partir hacia el río de la Plata al mando de una expedición, arriesgar
su vida y correr con todos los gastos.
-
Así es, sabio doctor. Incluso la gran ciudad argentina, Mendoza, no le recuerda
a él, sino a un pariente suyo (y de tu arzobispo), García Hurtado de Mendoza,
que ordenó fundarla en 1561.
-
¿Te imaginas, pequeñín, lo que fue la salida de aquella armada en 1534? El penacho de Pedro flameando como otra
bandera sobre su orgullosa cabeza, en la proa de la capitana, la vista
fija hacia el rioplatense suroeste, seguido de 15 naos,
donde hormigueaban ¡más de 1.500 hombres!, entre los que estaban tipos tan
correosos como Ayolas, Martínez de Irala y Salazar de Espinosa, de quienes
pronto hablaremos. ¡Qué derroche de dinero! Como viejo tesorero de la Casa de
la Contratación de Sevilla, pensarlo me da sudores.
-
No sufras, daddy: Pedro ya se había hecho rico en las campañas de Italia, donde
seguro que conoció a Jiménez de Quesada, el fundador de Bogotá. Esta expedición
era vital, no solo para explorar y conquistar, sino también para cortar de raíz
las aspiraciones de los portugueses en aquella zona. Durante el viaje, se
ejecutó a un hombre al parecer afable, Juan de Osorio, acusado de conspirador
por Ayolas y Salazar. Y poco después de llegar al río de la Plata, fue cuando
Mendoza efectuó esa primera fundación de Buenos Aires, que no se consolidó por
el acoso de los irascibles nativos: mataron a muchos soldados, entre ellos al
capitán Cepeda, hermano de Sta. Teresa. Se trasladaron al fuerte de Caboto y
allí el ataque fue del hambre: otros 200 muertos.
- La rueda de la fortuna sube y baja, mon
petit. También Mendoza soñó con fabulosas minas, y le mandó al burgalés Juan de
Ayolas al frente de un grupo de desventurados en pos de la Sierra de la Plata,
con el humillante encargo de llegar hasta donde Pizarro y ofrecerle la venta de
sus licencias de exploración porque estaba arruinado. Pasó algún tiempo, y una
sífilis viajera (en un cuerpo español fue a Europa, y en el de Mendoza volvía a
Indias) se le fue agravando al otrora poderoso e ilusionado aristócrata, perdió
toda esperanza y decidió regresar a España. Para mayor abatimiento, le remordía
la conciencia por la ejecución de Juan de Osorio, preparó una copia del proceso
previo que se le hizo al desdichado, para hacer frente a las explicaciones que
le iban a pedir en la Corte, y se
embarcó. Seguro que, cuando durante el viaje vino a visitarle la muerte, no
puso pegas, sino que, harto de padecimientos, partió con ella sonriendo
filosóficamente. Su ilusión había durado 3 años. Brindemos por él.
-
Y por todos aquellos gloriosos perdedores: la mayoría de los temerarios “locos
de Las Indias”. Pero solo con una copita, my dear. Bye, bye.
Ya
ves, my bosom friend. Sabíamos que Pedro
de Mendoza fue un ilustre perdedor, que
su aventura indiana solo duró tres años, que su fundación de Buenos Aires no
prosperó de inmediato ni la pudo ver consolidada, y que incluso murió en el viaje de vuelta.
Pero, a su manera, fue grande. ¿Qué más decir de él? Afortunadamente, ya lo han
hecho los bonaerenses con una sola frase maravillosa. Ese precioso monumento le
recuerda en el cuarto centenario de la fundación de la ciudad. Y debajo pone
(que Dios los bendiga) el verdadero elogio que se merece: “Buenos Aires es su
inmortalidad”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario