(118) - Buenas noches, tierno Sancho. Qué
feliz y besucón llegas hoy.
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Hola, pequeñín: ¡qué buen hijo me has salido! Con nuestro libro en la mano,
estás conquistando de nuevo las Indias: Perú, Ecuador, Colombia… Pero ayer, ¡oh
ayer!, todos los sanluqueños te oyeron hablar de mí por la radio, y sentí hasta
lo hondo esa brisa suave y ese olor a mar que me envolvían las muchas veces que
fui a Sanlúcar a revisar las
expediciones: me embriagaba de romántica belleza. Vas a recuperarme también
para Andalucía. Te adoro.
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Hacemos un buen equipo, sensible abad. Y, como cantan los hooligans ingleses,
“nunca caminarás solo”. Terminemos la primera carta de tu excepcional pariente
Juan de Matienzo. En esta parte, se muestra llorón pidiendo mercedes, como era
habitual en las cartas de aquellos personajes, por lo general mal recompensados
(en eso radicó la demente rebelión de Lope de Aguirre): “Yo serví a V. M. en la
Chancillería de Valladolid 17 años, y mi padre 20. Soy casado. Traje acá cuatro
hijos. Dejé en Valladolid otros dos. Estoy, de los largos caminos, muy
endeudado, que debo 5.000 castellanos. Suplico a V. M. me permita vivir en
Potosí dos años, con salario de corregidor para ahorrar algo y poder casar
alguna hija de las que tengo. Y porque el regente Pero Ramírez de Quiñones, por
no se hallar bien en esta tierra, envía a suplicar a V. M. se sirva dél en otra
parte porque no se puede mantener con tan poco salario, si V. M. fuese servido
de mudarlo a otro cargo, suplico a V. M. se me haga a mí la merced de su
oficio, pues yo soy el oidor más antiguo. Que, pues que yo conozco la tierra y
tengo gran noticia della, lo podré servir tan bien como el que de nuevo viniere.
Y podrá V. M. ser informado de mi suficiencia de los licenciados Vaca de
Castro, Arrieta, Pedrosa, Gasca, Villagómez, Castro y los demás del Consejo
Real de V. M. que han estado en la Chancillería de Valladolid. Hame dado
atrevimiento a suplicar esto la benignidad con que V. M. acostumbra ayudar a
los que vienen a pedir mercedes. De la Ciudad de la Plata de los Charcas, a
postrero día de enero de 1562 años”. Tuerces el gesto, querido ectoplasma.
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Es que me dan grima varias cosas. Juan se ve obligado a adular al rey
llamándolo generoso, cuando, en realidad, los premios solían ser mezquinos. Y
lo digo yo, que, en ese sentido, fui un privilegiado porque contaba con el
amparo del “capo di tutti gli capi”, Juan Rodríguez de Fonseca. Además, mi pariente
demostró su honradez al morir casi
pobre, y ahí está como contraste (bochorno me da) la inacabable lista de bienes
que le dejé en herencia a mi hijo Luis
(un niño de once años). Quizá lo más patético sea que una persona de enorme
talla intelectual, que aportaba grandes beneficios a la corona, tenga que
mendigar informes favorables de los encopetados funcionarios del Consejo Real.
Duerme bien, baby.
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También sigue siendo cierto ahora que vale más caer en gracia que ser gracioso.
Bye, bye.
Una
vista de la Plaza Principal de Sucre, verdadera capital histórica de Bolivia
aunque ahora lo sea La Paz. Si el país quedó bautizado pensando en el Gran
Libertador, Bolívar, esta ciudad lleva el nombre de su principal colaborador,
el Mariscal Sucre, primer presidente del país tras su independencia;
anteriormente se llamó Ciudad de la Plata,
y, primitivamente, Chuquisaca, centro de la región denominada Charcas
(por los indios de esa etnia). Pero el que puso sabiamente en marcha la
organización judicial de todo el territorio fue mi “primo” Juan de Matienzo.
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