domingo, 13 de diciembre de 2015

(113) - Hola, querubín: la caldera de Bogotá a punto estallar.
     - Todo un espectáculo, docto ectoplasma. Federmann frente a Quesada, gente rápida en desenvainar la espada. El granadino, acostumbrado a tratar con soldados alemanes en las guerras de Italia, no se asustaba fácilmente ante los gritos con  pedregoso acento teutón. Él era, con unos meses de ventaja, el  primero en llegar a Bogotá, pero su rival hablaba del derecho jurisdiccional de la gobernación de Venezuela; argumento de poco peso para un veterano leguleyo como Gonzalo: el colombiano río Magdalena iba derechito a desembocar en la gobernación de Santa Marta. Estaban como dos leones en un barranco sin salida. ¿Dramático? Pues la cosa se puso peor, porque entró en el recinto otro león, Benalcázar, también dispuesto a matar por su presa: ni Venezuela ni Santa Marta; la jurisdicción le correspondía a Perú, Quito y Popayán. Como para creer en las conjunciones astrales: la expedición del alemán había durado tres años, la de Gonzalo once meses, y la de Sebastián algo menos; todo ello para llegar casi al mismo tiempo. Demasiado sufrimiento para practicar el fair play.
     - Era imposible entenderse, como os pasa ahora en esas patéticas tertulias televisivas. Solo que aquello “iba en serio”: un revoltijo de jefes, oficiales y soldados vociferando y fuertemente armados. Tenían fresco en la memoria el desastre en que había acabado la relación entre Pizarro y Almagro (afectando al Perú entero) precisamente por discusiones sobre competencias territoriales. Pero esta vez, milagrosamente,  la espantosa nube negra no explotó.
     - Y fue porque la sensata intervención de unos de tu oficio, dos capellanes, más el peso moral y la serenidad de Gonzalo, impusieron la cordura: se le reconocieron a él provisionalmente los derechos, con fuertes compensaciones a los otros dos bandos, y vinieron después a España los tres líderes a zanjar el asunto, donde el rey confirmó básicamente el planteamiento inicial, con felices consecuencias para el futuro de la bautizada como Nueva Granada. Verdaderamente, se hizo la debida justicia, aunque las presiones del gobernador de Santa Marta le dejaron a Gonzalo sin la categoría que merecía, porque solo consiguió en la Corte los títulos, medio honoríficos, de Adelantado y Mariscal de Nueva Granada, y aun eso, tras  darle mucho el tostón al rey. ¿Volvemos a  invitarle mañana, daddy?
     - Por supuesto: me encanta tener al Quesadita en nuestra tertulia, y sería delito de lesa majestad no decir algo más de él. Bye, piccolino.



     En Bogotá, en la Plazoleta del Rosario, está plantada esta estatua del gran Gonzalo Jiménez de Quesada. En la mano derecha alza su espada, que, intencionadamente, el artista ha convertido en una cruz; quizá haya forzado el simbolismo, pero no cabe duda de que el ilustre granadino fue un  militar idealista y, al mismo tiempo, un fervoroso cristiano. Si lo que lleva en la mano izquierda es, como parece, un libro, ya tenemos ahí a Gonzalo entero, porque también brilló como un extraordinario letrado y escritor, de marcado carácter humanista en ambas facetas.


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