jueves, 3 de diciembre de 2015

(103) - Hola, agonías: ayer no pude aguantarme la risa; excuse me.
     - Me lo imaginaba, juguetón ectoplasma, y voy cambiar el tema del día. En mis varios buzoneos, tropecé con perros amenazantes, pero los toreé bien. Ayer paseaba, me salió de frente un trío de canes histéricos,  y los tenía a raya, pero uno de ellos, traicionero, se puso detrás y me lanzó una dentellada al muslo que fue como un trallazo.
     - Dale gracias al Señor, hijo mío, por tener lo principal delante.
     - Tú sigue con la  broma, que es gratis. El desgraciado hizo tirabuzón y me desgarró el músculo. Pensé en lo que podría haberle hecho a un niño. Y, de rebote, en la utilización de perros en Indias.
     - Lo pasaste de largo en nuestro libro, en parte porque también tu querido Balboa los utilizó, y, en una ocasión, de forma dramática.
     - Pues es el momento de hablar de esta “arma de combate”. Los soldados llevaban perros agresivos, especialmente de raza alana, pero bien amaestrados, que eran magníficos para cazar, vigilar y rastrear. Lo terrible era su uso para la guerra, algo habitual a lo largo de la historia humana. Resultaban tan eficaces contra los aterrorizados indios que algunos se hicieron famosos y llegaron a cobrar para sus dueños un sueldo de soldado, como el llamado Bruto, y otros dos de cariñosos nombres, Becerrillo y Leoncico. Recojo unos breves textos de los cronistas. El primero honra bien poco la memoria de Vasco Núñez de Balboa, y las víctimas fueron indios homosexuales. Lo contó entonces  Pedro Mártir de Anglería: “La casa de este indio encontró Vasco llena de nefanda voluptuosidad: halló al hermano del cacique en traje de mujer, y a otros muchos acicalados y, según testimonio de los vecinos, dispuestos a usos licenciosos. Entonces mandó echarles los perros, que destrozaron a unos cuarenta”. El segundo es del historiador Oviedo y habla de una vieja india a la que sin razón alguna el capitán Diego de Salazar quiso aperrear (quizá por supuesta bruja): “El perro se paró como la oyó hablar, e muy manso se llegó a ella e alzó una pierna e la meó, como los perros lo suelen hacer en una esquina o cuando quieren orinar, sin le hacer ningún mal. Lo cual los cristianos tuvieron por cosa de misterio, según el perro era fiero y denodado; e así, el capitán, vista la clemencia que el perro había usado, mandóle atar, e llamaron a la pobre india. Y desde a un poco llegó el gobernador Joan Ponce; e sabido el caso, no quiso ser menos piadoso con la india de lo que había sido el perro, y mandóla dejar libremente y que se fuese donde quisiese, e así lo fizo”. El que, fiel a su mala condición, los utilizó con sádica crueldad fue Pedrarias Dávila. Aunque también los multiusos chuchos sirvieron de comida en situaciones desesperadas, como le ocurrió a la tropa de Gonzalo Pizarro en su desastroso viaje por el Amazonas. Lo cuenta el extraordinario cronista (uno más de los muchos “grandes”) Cieza de León: “E padecían grandísima necesidad de comida, porque ya se habían comido los perros, que eran más de novecientos, e dos tan solamente habían quedado vivos”. Había que contarlo. Misión cumplida. Agur, Santxotxu.
     - Bihar arte, lastana. Y no  salgas a pasear  sin un bastón, Felitxu.



     Bastante mala prensa tiene la llegada de los españoles a Indias como para  que nos adjudiquen también la “patente” del uso de perros de guerra. Esa escena se pintó en la sepultura del faraón Tutankamon.


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