(103) - Hola, agonías: ayer no pude
aguantarme la risa; excuse me.
-
Me lo imaginaba, juguetón ectoplasma, y voy cambiar el tema del día. En mis
varios buzoneos, tropecé con perros amenazantes, pero los toreé bien. Ayer
paseaba, me salió de frente un trío de canes histéricos, y los tenía a raya, pero uno de ellos,
traicionero, se puso detrás y me lanzó una dentellada al muslo que fue como un
trallazo.
-
Dale gracias al Señor, hijo mío, por tener lo principal delante.
-
Tú sigue con la broma, que es gratis. El
desgraciado hizo tirabuzón y me desgarró el músculo. Pensé en lo que podría
haberle hecho a un niño. Y, de rebote, en la utilización de perros en Indias.
-
Lo pasaste de largo en nuestro libro, en parte porque también tu querido Balboa
los utilizó, y, en una ocasión, de forma dramática.
-
Pues es el momento de hablar de esta “arma de combate”. Los soldados llevaban
perros agresivos, especialmente de raza alana, pero bien amaestrados, que eran
magníficos para cazar, vigilar y rastrear. Lo terrible era su uso para la
guerra, algo habitual a lo largo de la historia humana. Resultaban tan eficaces
contra los aterrorizados indios que algunos se hicieron famosos y llegaron a
cobrar para sus dueños un sueldo de soldado, como el llamado Bruto, y otros dos
de cariñosos nombres, Becerrillo y Leoncico. Recojo unos breves textos de los
cronistas. El primero honra bien poco la memoria de Vasco Núñez de Balboa, y
las víctimas fueron indios homosexuales. Lo contó entonces Pedro Mártir de Anglería: “La casa de este
indio encontró Vasco llena de nefanda voluptuosidad: halló al hermano del
cacique en traje de mujer, y a otros muchos acicalados y, según testimonio de
los vecinos, dispuestos a usos licenciosos. Entonces mandó echarles los perros,
que destrozaron a unos cuarenta”.
El
segundo es del historiador Oviedo y habla de una vieja india a la que sin razón
alguna el capitán Diego de Salazar quiso aperrear (quizá por supuesta bruja):
“El perro se paró como la oyó hablar, e muy manso se llegó a ella e alzó una
pierna e la meó, como los perros lo suelen hacer en una esquina o cuando
quieren orinar, sin le hacer ningún mal. Lo cual los cristianos tuvieron por
cosa de misterio, según el perro era fiero y denodado; e así, el capitán, vista
la clemencia que el perro había usado, mandóle atar, e llamaron a la pobre
india. Y desde a un poco llegó el gobernador Joan Ponce; e sabido el caso, no
quiso ser menos piadoso con la india de lo que había sido el perro, y mandóla
dejar libremente y que se fuese donde quisiese, e así lo fizo”. El que, fiel a su mala condición, los utilizó
con sádica crueldad fue Pedrarias Dávila. Aunque también los multiusos chuchos
sirvieron de comida en situaciones desesperadas, como le ocurrió a la tropa de
Gonzalo Pizarro en su desastroso viaje por el Amazonas. Lo cuenta el
extraordinario cronista (uno más de los muchos “grandes”) Cieza de León: “E
padecían grandísima necesidad de comida, porque ya se habían comido los perros,
que eran más de novecientos, e dos tan solamente habían quedado vivos”. Había que contarlo. Misión cumplida. Agur,
Santxotxu.
-
Bihar arte, lastana. Y no salgas a
pasear sin un bastón, Felitxu.
Bastante
mala prensa tiene la llegada de los españoles a Indias como para que nos adjudiquen también la “patente” del
uso de perros de guerra. Esa escena se pintó en la sepultura del faraón
Tutankamon.
No hay comentarios:
Publicar un comentario