(107) - Inés de Suárez, ¡qué peaso muhé, mi
niño! Fue un conjunto de variopintas cualidades, algunas contradictorias, como
las de implacable y maternal. Afortunado Pedro de Valdivia.
-
Fue bonito mientras duró, romántico ectoplasma. No me extraña que Isabel
Allende novelara su vida en “Inés del alma mía”. Se casó en España y su marido
se fue a Indias. Harta de su ausencia y de la falta de noticias, se embarcó en
busca del evaporado, comprobando al llegar que había fallecido en uno de los
enfrentamiento civiles de Perú, adonde, como viuda, se trasladó de inmediato.
Conoció a Valdivia y formaron la sociedad ideal: no solo con amor y sexo, sino
también como compañeros de batalla y de responsabilidades militares. Allí
estaba ella, junto al gran extremeño, cuando se fundó Santiago de Chile. Cuenta
tú, sabio clérigo, de lo que era capaz.
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Como dices en nuestro libro, el peso de las circunstancias es decisivo en
nuestras vidas. Valdivia salió de Santiago a sofocar una rebelión india, y dejó
la ciudad al mando de Inés (¡qué señora!), oportuna ocasión que aprovecharon
otros grupos nativos para lanzar un ataque muy poderoso. Los españoles tenían
presos a algunos caciques de estos rebeldes, y pensaban que, mientras los
mantuvieran vivos, podrían resistir.
Pero Inés se la jugó imponiendo su autoridad (¡qué hembra!): les cortó
la cabeza a todos los líderes indios y se las tiró desde el fuerte a los
belicosos asaltantes, arruinándoles por completo la moral y zanjando así el
problema.
- Así es, Sancho: tuvo el coraje de ejecutar
lo que tenía que hacer. Esa misma mujer se desvivía en atenciones, como una
madre, por sus compañeros españoles, y, en general, era muy querida. Pero,
algunos, para perjudicar a Valdivia, la
sacrificaron a ella acusándolos de amancebamiento. El extremeño fue sometido a
juicio por algunos abusos: salió absuelto, pero le exigieron que abandonara a
Inés porque él ya tenía una esposa en España, llamada Marina Ortiz de Gaete. Se
vio obligado a aceptar para librarse de duras condenas, y así terminó el
romance. Qué tiempos.
-
Pero no fue tan dramática la situación, jovencito, porque en el “arreglo” se
acordó que Inés se casara por todo lo alto con el más importante colaborador de
su amante, Rodrigo de Quiroga, quien, años después de la tremebunda muerte de
Pedro de Valdivia, fue gobernador de Chile, formando un feliz matrimonio hasta
que la muerte les separó a muy avanzada edad.
-
Como no tenemos ninguna foto de tu adorada Inés, querido abad, pondremos la de
una portada del libro de Isabel Allende. Sayonara.
-
Buena idea, secre; pero ten cuidado con la que escoges, porque hay una que no
es comentable por un casto clérigo. Duerme bien.
¡Maldición!: este plumífero me la ha jugado abusando de que no lo puedo
excomulgar y con la artera estrategia de los hechos consumados. Se ha
desquitado de mis guasas, aunque tengo
que reconocer que la portada es estimulante (que el Señor me perdone).
En cualquier caso, no hay mal que por bien no venga: que todo el mundo lea esa
apasionante biografía y se convierta en un adicto irrecuperable a la epopeya de
Indias.
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