lunes, 7 de diciembre de 2015

(107) - Inés de Suárez, ¡qué peaso muhé, mi niño! Fue un conjunto de variopintas cualidades, algunas contradictorias, como las de implacable y maternal. Afortunado Pedro de Valdivia.
     - Fue bonito mientras duró, romántico ectoplasma. No me extraña que Isabel Allende novelara su vida en “Inés del alma mía”. Se casó en España y su marido se fue a Indias. Harta de su ausencia y de la falta de noticias, se embarcó en busca del evaporado, comprobando al llegar que había fallecido en uno de los enfrentamiento civiles de Perú, adonde, como viuda, se trasladó de inmediato. Conoció a Valdivia y formaron la sociedad ideal: no solo con amor y sexo, sino también como compañeros de batalla y de responsabilidades militares. Allí estaba ella, junto al gran extremeño, cuando se fundó Santiago de Chile. Cuenta tú, sabio clérigo, de lo que era capaz.
     - Como dices en nuestro libro, el peso de las circunstancias es decisivo en nuestras vidas. Valdivia salió de Santiago a sofocar una rebelión india, y dejó la ciudad al mando de Inés (¡qué señora!), oportuna ocasión que aprovecharon otros grupos nativos para lanzar un ataque muy poderoso. Los españoles tenían presos a algunos caciques de estos rebeldes, y pensaban que, mientras los mantuvieran vivos, podrían resistir.  Pero Inés se la jugó imponiendo su autoridad (¡qué hembra!): les cortó la cabeza a todos los líderes indios y se las tiró desde el fuerte a los belicosos asaltantes, arruinándoles por completo la moral y zanjando así el problema.
     - Así es, Sancho: tuvo el coraje de ejecutar lo que tenía que hacer. Esa misma mujer se desvivía en atenciones, como una madre, por sus compañeros españoles, y, en general, era muy querida. Pero, algunos, para perjudicar a  Valdivia, la sacrificaron a ella acusándolos de amancebamiento. El extremeño fue sometido a juicio por algunos abusos: salió absuelto, pero le exigieron que abandonara a Inés porque él ya tenía una esposa en España, llamada Marina Ortiz de Gaete. Se vio obligado a aceptar para librarse de duras condenas, y así terminó el romance. Qué tiempos.
     - Pero no fue tan dramática la situación, jovencito, porque en el “arreglo” se acordó que Inés se casara por todo lo alto con el más importante colaborador de su amante, Rodrigo de Quiroga, quien, años después de la tremebunda muerte de Pedro de Valdivia, fue gobernador de Chile, formando un feliz matrimonio hasta que la muerte les separó a muy avanzada edad.
     - Como no tenemos ninguna foto de tu adorada Inés, querido abad, pondremos la de una portada del libro de Isabel Allende. Sayonara.
     - Buena idea, secre; pero ten cuidado con la que escoges, porque hay una que no es comentable por un casto clérigo. Duerme bien.


     ¡Maldición!: este plumífero me la ha jugado abusando de que no lo puedo excomulgar y con la artera estrategia de los hechos consumados. Se ha desquitado de mis guasas, aunque tengo  que reconocer que la portada es estimulante (que el Señor me perdone). En cualquier caso, no hay mal que por bien no venga: que todo el mundo lea esa apasionante biografía y se convierta en un adicto irrecuperable a la epopeya de Indias.


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