(105) - Buenas noches, “suavidades”: vas
dando el pego con tu apariencia de caballero. Pero me alegro de que estés
contento porque ha vuelto de Colombia tu querida muisquita. Ya sabes que los
españoles decían que eran las mujeres más bellas de Indias. Tenía que haberme
embarcado (que el Señor me perdone).
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Yo creo que estás envidioso de que me hayan enviado dos libros del
descacharrante y extraordinario escritor Daniel Samper.
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En Quántix no sabemos lo que es la envidia, my dear. Al contrario: estoy
deseando que los leas lápiz en mano, recojas sabrosas palabras colombianas y
sazones con ellas nuestras divinas tertulias.
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Okay, tierno Sancho. Pero sigamos con lo nuestro. Fancisco de Orellana, después
de ser vomitado por el Amazonas en la Mar Océana, tuvo claro que debía “volver al toro”, como otro igual de
“trastornado” y tuerto que él, Padilla, con ese look (nunca mejor dicho) a lo Millán
Astray (vaya trío de novios de la muerte). Consiguió del rey la licencia para
llegar al monstruoso río y subir su curso descubriendo tierras, poblándolas y explotándolas.
Se casó en Sevilla (no solo de gloria vive el hombre) con una jovencita llamada
Ana de Ayala.
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Alto ahí, perillán, que no has dicho que, aunque sevillana, era probablemente
deuda mía porque yo estaba también emparentado con los Ayala. Lo dice muy claro
mi hijo en su testamento, esa preciosa joya que recoges en nuestro glorioso
libro. Pobre chiquilla, atada al carro de un héroe iluminado y medio suicida.
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Pero el tuerto era mucho tuerto, reverendo. Como los reyes fueron siempre unos
rácanos, Orellana se empeñó hasta el morrión. Incluso le pusieron trabas para
partir, y el tío se largó sin permiso. Llevaba cuatro naves, y solo una
llegó al Amazonas; Francisco inició su
peripecia río arriba, pero su memoria le
falló y fue incapaz de encontrar la vía principal. Era demasiado cabezón para
rendirse, y las fatigas de tanto empeño terminaron con su vida sin que conste
cómo ni dónde exactamente. Posteriormente se hizo una investigación oficial de
lo ocurrido. Aparece como testigo su enamorada, Ana de Ayala, que,
probablemente, se habría quedado en puerto seguro esperando la vuelta de
Francisco. Esto es parte de su testimonio: “La testigo sabe que pasaron
grandísimo trabajo de hambre y enfermedades, que se comieron los caballos y los
perros en once meses que anduvieron perdidos por el río, que murió la mayor
parte de la gente y su marido, y que solo escaparon 44 hombres, uno de los
cuales fue el capitán Juan Peñalosa” (con quien, por cierto, se casó). Gente heroica, Sancho. Bye, daddy.
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A su lado, los clérigos éramos tímidas damiselas, aunque algunos alcanzamos
gran poder. Happy dreams.
Misterioso
Amazonas, tan hermoso como terrible, tumba de Francisco de Orellana. Navegaron
miles de kilómetros torturados sin tregua: enfermedades, mosquitos, alimañas,
ataques de los indios, hambre, fatiga, anemias, nervios destrozados, y sin
poder abandonar el río por la impenetrable selva, más la depresión de ver cómo
los compañeros se iban muriendo.Algunas empresas terminaron con éxito, pero
muchas, como la del heroico tuerto, en un fracaso total. Un respeto, please.
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