(102) - Buenas noches, romántico trovador:
vaya piropo tuviste para Francisca
Pizarro; rozaste la frontera entre lo sublime y lo ridículo.
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Hola, ironías; no perdonas una. Hoy diremos algo de Gonzalo Pizarro, su tío,
otro que le echó los tejos; pero “ná de ná”. Era también bastardo, aunque
legitimado por su padre, y estaba lleno de cualidades militares y de
arrogancia. Entre los cuatro hermanos Pizarro se habían comido crudo al tuerto
Almagro, que en mala hora se asoció con Francisco en tiempos de promesas y esperanzas. Como
todos los descomunales personajes de Indias, Gonzalo ardía de desasosegada
ambición, y en 1540 organizó una armada con
unos doscientos españoles y más de mil indios, saliendo de Quito y
comenzando a descender por el río Amazonas para llegar a la fantasiosa zona de
El Dorado, donde se suponía que el seductor metal abundaba como las piedras
porque los caciques celebraban ceremonias cubiertos con su polvo. Todas las
expediciones que se hicieron terminaron trágicamente. Y la de Gonzalo fracasó
desde el comienzo, porque se vio tan desesperado que tuvo que parar y aceptar, a regañadientes y con
desconfianza, que otro sublime tuerto, Francisco de Orellana, descendiera la
corriente para buscar alimentos, bajo caballeresca palabra de volver. Pero no
volvió. Y tener la certeza de que no pudo es imposible, aunque no era fácil
remontar semejante río. Mañana hablaremos de su peripecia.
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Siempre me impresionó, querido secre, el sentido común de Cortés, que, por
desgracia, les faltó a los Pizarro. Gonzalo tuvo que volverse, y, al llegar a
Perú se enteró de la muerte de Francisco a manos de los partidarios del
ejecutado Almagro dirigidos por su hijo, también llamado Diego. Aquello era un
mar turbulento de enfrentamientos civiles que costaron mucha sangre. Gonzalo,
inicialmente, simuló coquetear con el bando leal a la Corona. Se le quitó la
vida después al hijo de Almagro, y la situación degeneró tanto que un poderoso
grupo de españoles, eligiendo por jefe a Gonzalo Pizarro, se sublevó contra el
rey pretendiendo la independencia de Perú.
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Lo que demuestra, querido abad, que es fácil hacer política de salón y
practicar el “buenismo”. Las leyes protectoras de los indios del año 1543
fueron absolutamente necesarias, pero su aplicación se hizo de manera
traumática para los hacendados españoles, dando origen a esa demencial rebeldía
que era imposible llevar a buen puerto. Carlos V mandó a un hábil virrey, Pedro
de Lagasca, quedando sofocado con rapidez el intento, cuya cabeza era, como
hemos dicho, Gonzalo, y perdió la suya. Otra revuelta posterior tuvo el mismo
fin. Después las aguas remansaron y,
poco a poco, Perú llegó a ser el virreinato más próspero y mejor administrado
de Indias. Vale, carus Sanctus.
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Ego benedico tibi et te absolvo ab abundantibus peccatis tuis.
El
cuadro es moderno, pero pudo ser así la partida de Gonzalo Pizarro hacia El
Dorado. No les bastaba a los Pizarro el Perú y esperaban dar en la diana de un
reino cubierto de oro. El ambicioso capitán ni siquiera pudo comprobar que todo
era una fábula: el Amazonas le derrotó en el primer asalto. Luego sería peor:
al dar la vuelta se enteró de que su hermano Francisco había sido asesinado,
y, después, insensatamente, se enfrentó
al rey, perdió la batalla y lo ejecutaron. Lo de Indias tenía que haberlo
contado Homero, porque Troya, dioses aparte y comparado con esto, fue un juego de niños.
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