(114) - Vamos allá, filósofo arruinado; eres
un simple átomo pero el espectáculo del gran teatro del mundo resulta interesante:
veamos cómo termina la interpretación de Gonzalo Jiménez de Quesada.
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Qué no habrán visto esos resabiados ojos tuyos, vetusto ectoplasma. El
multiusos granadino, después de llegar en 1540 a España con sus dos rivales y
conseguir el arreglo del conflicto, resultó “chafado” por las raquíticas
concesiones que le hizo Carlos V: todo el territorio conseguido quedó bajo el
control del irresponsable Alonso Fernández de Lugo, hijo del Gobernador de Santa Marta. Así que
Gonzalo se pasó 7 años haciéndole la corte a la Corte hasta que obtuvo los
títulos de Adelantado y Mariscal de Nueva Granada. Anduvo por toda Europa,
quizá persiguiéndolo al rey, o por otras razones menos confesables. Es muy
probable que las necesidades económicas le llevaran a utilizar fondos ajenos,
porque (nadie lo comenta) hay varios documentos de “busca y captura” contra él.
En un curiosísimo libro, “El carnero”, escrito por el criollo colombiano Juan
Rodríguez Freyle a principios del XVI, en estilo llano, ameno y con un
puritanismo bastante cómico, se cuenta que Gonzalo, en el viaje a España, le
pidió dinero al padre del autor y que jamás se lo devolvió. Pero los apuros de
Quesada terminaron felizmente: no recibió sanciones, sino esos dos títulos
honoríficos. El resto de su vida lo pasó demostrando que era un escritor de
altos vuelos.
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Y que lo digas, discípulo amado. Hizo una crónica de su triunfal expedición
colombiana: el famoso “Epítome”. Le mandó al rey una magnífica memoria de cómo
consideraba que se había de tratar a los nativos. Se cabreó con el ilustre
historiador Paulo Jovio por su versión antiespañola de las guerras de Italia, y,
bajo aparentes muestras de respeto, le metió unas buenas sacudidas en su libro
titulado “Antijovio”, demostrando unos conocimientos históricos impresionantes
y de primera mano, porque vivió la experiencia. Sin contar otras obras de gran
valor. Entretanto, se enteró de que sus
dos hermanos, Hernán y Francisco, que habían quedado al mando en Indias y eran
de pasta menos tratable, fueron
achicharrados por un rayo (quizá
divino) en una tormenta que asoló el Cabo de Vela. Volvió a Bogotá, convertido
en un respetado y sabio patriarca. Preparó un ejército para cortarle el paso al espeluznante Lope de
Aguirre, pero otros le ahorraron el trabajo. Luego cometió un gravísimo error;
ya anciano, organizó una salida militar hacia
El Dorado: un desastre total que sobrellevó con cristiana resignación.
Murió el año 1579, y, aunque alguno dice que de lepra, no parece cosa probada.
Y se exagera su edad, aunque pasó de los 80. Honor y gloria para el grandísimo
Quesada. Sayonara, baby.
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Tanto como para Cortés, Pizarro y Valdivia. To see you, dad.
Así
yace de solemne el ilustre granadino Gonzalo Jiménez de Quesada en la catedral
de Bogotá, la tierra de sus amores, en la que quiso pasar el resto de sus días
saboreando el espléndido fruto de su heroica empresa. Que nadie olvide que
estuvo a la altura de los más grandes y fue más humano y más culto que todos
ellos.
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