viernes, 4 de diciembre de 2015

(104) - Good night, my dear old man. Nos falta otro tuerto “grande”.
     - Welcome, my good priest of Maine. El hiperactivo Francisco de Orellana: corta vida, largos hechos. Natural de Trujillo, tierra de héroes. Nacido en 1511, se largó a las Indias con 16 años, dispuesto a comerse el mundo o a que lo comieran. Pronto se convirtió en un eficaz colaborador de su pariente y amigo Pizarro, pero con vuelo propio por sus dotes de mando, y adquiriendo relieve social como rico y respetado encomendero. Ese instinto “civil” le permitió dedicarse también a fundar poblaciones. La primera en 1535 (casi un chavalín) bajo el nombre de Puertoviejo, y al precio, entre otras cosas, de que le quebraran un ojo. Entre batalla y batalla, le dio tiempo a restablecer de forma sólida y definitiva, el año 1539, la ciudad de Guayaquil, donde recuerda el acontecimiento una lucida estatua respetada por los agradecidos ecuatorianos. Como ya vimos, el año 1540 Pizarro envió a su hermano Gonzalo a la loca aventura de la búsqueda de El Dorado.
     - Solo el hombre se empeña en dar coces contra el aguijón, hijo mío. A Gonzalito no le hizo mucha gracia, pero tuvo que aceptar que participara en la empresa Orellana. Se metieron en un callejón sin salida, y, como vimos ayer, tuvieron que comerse hasta los perros. El “tuerto” se ofreció a ir río abajo para buscar comida, prometiendo volver con los recursos. Aceptado el plan, se puso en marcha, pero el poderosísimo Amazonas arrastró a Orellana y sus “cuates” a lo largo de miles de kilómetros, encargándose de convertirlos,  a base de sufrimientos de todo tipo durante unos dos años (héroes a la fuerza), en los primeros asombrosos descubridores que lo recorrieron enterito. Gonzalo, por supuesto, cansado de esperar, se había vuelto a casa derrotado, y Orellana, radiante, vino a España.
     - Tú, querido abad, no llegaste a conocerlo, pero trataste a muchos del mismo calibre; seguro que nunca supiste lo que era el aburrimiento. La historia de este extremeño, como la de la mayoría de aquellos numerosísimos alucinados, da para un extenso culebrón. Dejaremos para mañana el segundo capítulo de su odisea amazónica, porque no tuvo más remedio que volver, como los asesinos, al lugar del “crimen”. Primero consiguió pasar la prueba de fuego de demostrar que no había dejado abandonado a su jefe, Gonzalo Pizarro. Quizá el “notición” que traía le allanara el camino ante el rey. Acto seguido, loco de ilusiones, solicitó una exclusiva para dejarse tragar de nuevo por el Amazonas, esta vez río arriba, y poblar aquellos inmensos territorios. Se lo concedieron y, además, con el nombramiento de gobernador. To see you to-morrow, daddy.
     - Okay, my little and lovely biographe. Be happy.



     Ahí tenemos, con cara de pocos amigos, al gran Francisco de Orellana, recordado en su pueblo natal, Trujillo. También se le hizo justicia en Guayaquil, la ciudad ecuatoriana que fundó, colocándole una vistosa estatua. Da gusto ver que se reconozcan los méritos.


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