(104) - Good
night, my dear old man. Nos
falta otro tuerto “grande”.
- Welcome, my good priest of Maine. El hiperactivo Francisco de Orellana: corta
vida, largos hechos. Natural de Trujillo, tierra de héroes. Nacido en 1511, se
largó a las Indias con 16 años, dispuesto a comerse el mundo o a que lo
comieran. Pronto se convirtió en un eficaz colaborador de su pariente y amigo
Pizarro, pero con vuelo propio por sus dotes de mando, y adquiriendo relieve
social como rico y respetado encomendero. Ese instinto “civil” le permitió dedicarse
también a fundar poblaciones. La primera en 1535 (casi un chavalín) bajo el
nombre de Puertoviejo, y al precio, entre otras cosas, de que le quebraran un
ojo. Entre batalla y batalla, le dio tiempo a restablecer de forma sólida y
definitiva, el año 1539, la ciudad de Guayaquil, donde recuerda el
acontecimiento una lucida estatua respetada por los agradecidos ecuatorianos.
Como ya vimos, el año 1540 Pizarro envió a su hermano Gonzalo a la loca
aventura de la búsqueda de El Dorado.
-
Solo el hombre se empeña en dar coces contra el aguijón, hijo mío. A Gonzalito
no le hizo mucha gracia, pero tuvo que aceptar que participara en la empresa
Orellana. Se metieron en un callejón sin salida, y, como vimos ayer, tuvieron
que comerse hasta los perros. El “tuerto” se ofreció a ir río abajo para buscar
comida, prometiendo volver con los recursos. Aceptado el plan, se puso en
marcha, pero el poderosísimo Amazonas arrastró a Orellana y sus “cuates” a lo
largo de miles de kilómetros, encargándose de convertirlos, a base de sufrimientos de todo tipo durante
unos dos años (héroes a la fuerza), en los primeros asombrosos descubridores
que lo recorrieron enterito. Gonzalo, por supuesto, cansado de esperar, se
había vuelto a casa derrotado, y Orellana, radiante, vino a España.
-
Tú, querido abad, no llegaste a conocerlo, pero trataste a muchos del mismo
calibre; seguro que nunca supiste lo que era el aburrimiento. La historia de
este extremeño, como la de la mayoría de aquellos numerosísimos alucinados, da
para un extenso culebrón. Dejaremos para mañana el segundo capítulo de su
odisea amazónica, porque no tuvo más remedio que volver, como los asesinos, al
lugar del “crimen”. Primero consiguió pasar la prueba de fuego de demostrar que
no había dejado abandonado a su jefe, Gonzalo Pizarro. Quizá el “notición” que
traía le allanara el camino ante el rey. Acto seguido, loco de ilusiones,
solicitó una exclusiva para dejarse tragar de nuevo por el Amazonas, esta vez
río arriba, y poblar aquellos inmensos territorios. Se lo concedieron y,
además, con el nombramiento de gobernador. To see you to-morrow, daddy.
- Okay, my little and lovely biographe. Be happy.
Ahí
tenemos, con cara de pocos amigos, al gran Francisco de Orellana, recordado en
su pueblo natal, Trujillo. También se le hizo justicia en Guayaquil, la ciudad
ecuatoriana que fundó, colocándole una vistosa estatua. Da gusto ver que se
reconozcan los méritos.
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