(111) - Buona
notte, mío dolce scrittore. Va a ser una gozada presentar lo que podría haber sido de Indias en otras
manos. No sé si los colombianos saben de qué se libraron.
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Benvenuto, caro Sancio. Solamente una parte de esa zona fue administrada por
otros europeos, alemanes en concreto. Carlos V estaba enredado en una tela de
araña de deudas con los banqueros Walser, y les cedió en exclusiva el
aprovechamiento del norte de Venezuela. Tres líderes teutones dejaron un pésimo
recuerdo de crueldades insuperables y afán de enriquecerse, sin cumplir su
compromiso de crear poblaciones, salvo la urbanización de Coro, su centro de
partida. Dos de ellos llegaron hasta Colombia, y uno incluso a Bogotá, pero,
por felices circunstancias, ninguno pudo establecerse allí. Todos fueron unas
malas bestias, incluso para los españoles, que hasta se rebelaron, pero nadie
les puede negar su capacidad de sufrimiento y la heroicidad que derrocharon
durante las expediciones. Salieron una y otra vez de Coro hacia Colombia con el
ardiente entusiasmo de encontrar El Dorado. El primero fue Ambrosio Alfínger,
nombrado gobernador de Venezuela en 1529. Dos años después puso en marcha a su
tropa rumbo a territorio colombiano, alcanzando las riberas del Magdalena,
hasta que se vio obligado a volver, muriendo alcanzado por una flecha
envenenada por las tierras donde después se fundaría Pamplona.
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Así fue, jovencito. Pero muerto el perro no se acabó la rabia, porque le
sustituyó otro impresentable teutón (aunque igual de heroico): Jorge de Spira.
Era muy joven y tenía otro sueño, encontrar el mítico país del río Meta. Partió
con unos 400 hombres y fue incapaz de dar con su desembocadura, pero recorrió
la zona del Orinoco, llegando nada menos que hasta los Andes, y dio marcha
atrás a 3.000 kilómetros de su punto de partida, Coro, donde se presentó, tres
años después, con solo 100 hombres y fracasado. Remata la faena tú, divino
vate, con Nicolás Federmann.
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Okay, darling. Aunque estuvo subordinado a los otros dos, fue el más
afortunado, pero no menos cruel. El año 1530 llegó, el primero, hasta los
llanos del Orinoco. Muerto Alfinger, se vio sometido, como su nuevo jefe,
Spira, a las crecientes protestas de los españoles, por lo que prudentemente se
fueron de exploración y se hartaron de maltratar a los nativos. Federmann
volvió por su cuenta hacia la zona de los Andes siguiendo el rastro del oro,
y decidió escalar la cordillera hacia
Bogotá, adonde llegó ¡tres años después de su salida! y con la mitad de sus
hombres. Según se aproximaba, iría eufórico pensando: “¡Esta tierra es mía!”.
Pero, “vine, vi y me desesperé”: acababa de tomar la zona el gran Gonzalo
Jiménez de Quesada. Y, poco después, otra increíble casualidad: asomó por el
sur un polvoriento grupo de españoles que se acercaba bajo el mando del
irascible Sebastián de Benalcázar. A domani, caro.
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Vale, apasionado cronista: ¡qué respiro para los colombianos! Cuenta mañana
cómo ganó el mejor de todos. Ciao, e
dorme bene.
Desde
Coro, en Venezuela, Federmann, olfateando el oro como un sabueso, trepó una
criminal cordillera, y alcanzó Bogotá. Pero se encontró allí a Gonzalo Jiménez
de Quesada, recién venido desde Santa Marta subiendo el río Magdalena y otra
brutal montaña. Sin acabar de discutir
sus derechos, aparecieron por el sur, llegados desde Popayán y con cara de
pocos amigos, Benalcázar y sus hombres: todo pronosticaba una tragedia.
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