viernes, 11 de diciembre de 2015

(111) - Buona notte, mío dolce scrittore. Va a ser una gozada presentar  lo que podría haber sido de Indias en otras manos. No sé si los colombianos saben de qué se libraron.
     - Benvenuto, caro Sancio. Solamente una parte de esa zona fue administrada por otros europeos, alemanes en concreto. Carlos V estaba enredado en una tela de araña de deudas con los banqueros Walser, y les cedió en exclusiva el aprovechamiento del norte de Venezuela. Tres líderes teutones dejaron un pésimo recuerdo de crueldades insuperables y afán de enriquecerse, sin cumplir su compromiso de crear poblaciones, salvo la urbanización de Coro, su centro de partida. Dos de ellos llegaron hasta Colombia, y uno incluso a Bogotá, pero, por felices circunstancias, ninguno pudo establecerse allí. Todos fueron unas malas bestias, incluso para los españoles, que hasta se rebelaron, pero nadie les puede negar su capacidad de sufrimiento y la heroicidad que derrocharon durante las expediciones. Salieron una y otra vez de Coro hacia Colombia con el ardiente entusiasmo de encontrar El Dorado. El primero fue Ambrosio Alfínger, nombrado gobernador de Venezuela en 1529. Dos años después puso en marcha a su tropa rumbo a territorio colombiano, alcanzando las riberas del Magdalena, hasta que se vio obligado a volver, muriendo alcanzado por una flecha envenenada por las tierras donde después se fundaría Pamplona.
     - Así fue, jovencito. Pero muerto el perro no se acabó la rabia, porque le sustituyó otro impresentable teutón (aunque igual de heroico): Jorge de Spira. Era muy joven y tenía otro sueño, encontrar el mítico país del río Meta. Partió con unos 400 hombres y fue incapaz de dar con su desembocadura, pero recorrió la zona del Orinoco, llegando nada menos que hasta los Andes, y dio marcha atrás a 3.000 kilómetros de su punto de partida, Coro, donde se presentó, tres años después, con solo 100 hombres y fracasado. Remata la faena tú, divino vate, con Nicolás Federmann.
     - Okay, darling. Aunque estuvo subordinado a los otros dos, fue el más afortunado, pero no menos cruel. El año 1530 llegó, el primero, hasta los llanos del Orinoco. Muerto Alfinger, se vio sometido, como su nuevo jefe, Spira, a las crecientes protestas de los españoles, por lo que prudentemente se fueron de exploración y se hartaron de maltratar a los nativos. Federmann volvió por su cuenta hacia la zona de los Andes siguiendo el rastro del oro, y  decidió escalar la cordillera hacia Bogotá, adonde llegó ¡tres años después de su salida! y con la mitad de sus hombres. Según se aproximaba, iría eufórico pensando: “¡Esta tierra es mía!”. Pero, “vine, vi y me desesperé”: acababa de tomar la zona el gran Gonzalo Jiménez de Quesada. Y, poco después, otra increíble casualidad: asomó por el sur un polvoriento grupo de españoles que se acercaba bajo el mando del irascible Sebastián de Benalcázar. A domani, caro.
     - Vale, apasionado cronista: ¡qué respiro para los colombianos! Cuenta mañana cómo ganó el mejor de todos.  Ciao, e dorme bene.





     Desde Coro, en Venezuela, Federmann, olfateando el oro como un sabueso, trepó una criminal cordillera, y alcanzó Bogotá. Pero se encontró allí a Gonzalo Jiménez de Quesada, recién venido desde Santa Marta subiendo el río Magdalena y otra brutal montaña. Sin acabar  de discutir sus derechos, aparecieron por el sur, llegados desde Popayán y con cara de pocos amigos, Benalcázar y sus hombres: todo pronosticaba una tragedia.


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