sábado, 12 de diciembre de 2015

(112) - Good night, Príncipe de los Ingenios. Me encanta que hables de Gonzalo Jiménez de Quesada. No me importa que a mí no me acaben de poner en una hornacina, pero  lo suyo clama al cielo.
     - Welcome, sweet Sancho: en el hit parade tenía que estar junto a Cortés y Pizarro, a los que incluso superó en algunas cualidades, como la intelectual y la de comprensión humana. Los colombianos se quedaron con el mejor. Incluso la riqueza cultural del país tiene mucho que ver con que fuera colonizado por un militar intelectual.
     - Lástima, pequeñín, que hayamos de limitarnos a un boceto de tan rica personalidad. Hay aspectos misteriosos en su carácter.
     - Que, sin duda, sabio ectoplasma, condicionaron, para bien, su comportamiento. Nacido hacia 1496, estudió leyes, y ejerció como letrado en Granada. Erudito, sí, pero con alma aventurera, aparece en 1522 batallando en Génova. Ahí vemos ya dos ingredientes decisivos en su  trayectoria: una inteligencia ilustrada y un ansia de gloria a la que siempre subordinó la riqueza. Pongámonos sicoanalistas para fisgar en su interior: fue un misterio su relación con las mujeres; está claro que no le apasionaron, aunque se dice que alguna compañera tuvo, pero no hijos. Quizá esa aparente falta de instinto de macho alfa, le proporcionara serenidad para resolver con tino y buenas maneras las muchas situaciones conflictivas en las que se vio enredado. Lo mismo da cuál fuera la causa: sus diplomáticas maneras hicieron que Colombia fuera el territorio de Indias menos maltratado, lo que no quiere decir que los españoles se dedicaran allí solamente a hacer el bien, orque sus prioridades no eran precisamente humanitarias. Gonzalo llegó a Santa Marta el año 1536 en la expedición del recién nombrado gobernador de esa zona, Pedro Fernández de Lugo, y se ganó su con fianza.
     -Ya lo creo, querido freudiano.  Mucho tenía que valer Gonzalo para que Pedro le encargara precisamente a él una empresa verdaderamente estelar: ir río arriba por el caudaloso Magdalena, ¡con 900 hombres!, ascender después una terrible cordillera y alcanzar el oro rumoreado. A Gonzalo se le dispararon todos los entusiasmos cuando, durante el viaje, llegaron de las alturas unos indios que comerciaban con panes de sal: era la prueba de que venían de un lugar con desarrollo cultural.  Aquella tropa estaba ya, probablemenete, a punto de tirar la toalla. Prueba de ello es que, tras once meses infernales, solo llegaron a la cima unos 160, hechos polvo pero ya imparables: comenzaron la ocupación sin el menor titubeo. Gonzalo demostró todo lo que sabía de estrategia militar y diplomática, culminando el trabajo al asentarse en Bogotá. Y, ¡oh Dios mío!, a los pocos días llegó Federmann, el teutón cabezacuadrada, y, ¡santo Dios!, de seguido asoma el careto  Benalcázar. Sigue mañana.
     - De acuerdo, reverendo; parece de chiste, pero así fue. Bye, bye.



     Ahí se ven bien las rutas de las tres primeras expediciones que llegaron a Bogotá. El que más “sudó” fue Federmann: ¡tres años de sufrimiento. Quesada tuvo su ración: once meses desesperantes y mortíferos. Para Benalcázar tampoco fue fácil, pero tardó menos. Llegaran casi a un tiempo: enorme y peligrosa casualidad.


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