(112) - Good night, Príncipe de los Ingenios.
Me encanta que hables de Gonzalo Jiménez de Quesada. No me importa que a mí no
me acaben de poner en una hornacina, pero
lo suyo clama al cielo.
-
Welcome, sweet Sancho: en el hit parade tenía que estar junto a Cortés y
Pizarro, a los que incluso superó en algunas cualidades, como la intelectual y
la de comprensión humana. Los colombianos se quedaron con el mejor. Incluso la
riqueza cultural del país tiene mucho que ver con que fuera colonizado por un
militar intelectual.
-
Lástima, pequeñín, que hayamos de limitarnos a un boceto de tan rica
personalidad. Hay aspectos misteriosos en su carácter.
-
Que, sin duda, sabio ectoplasma, condicionaron, para bien, su comportamiento.
Nacido hacia 1496, estudió leyes, y ejerció como letrado en Granada. Erudito,
sí, pero con alma aventurera, aparece en 1522 batallando en Génova. Ahí vemos
ya dos ingredientes decisivos en su trayectoria: una inteligencia ilustrada y un
ansia de gloria a la que siempre subordinó la riqueza. Pongámonos sicoanalistas
para fisgar en su interior: fue un misterio su relación con las mujeres; está
claro que no le apasionaron, aunque se dice que alguna compañera tuvo, pero no
hijos. Quizá esa aparente falta de instinto de macho alfa, le proporcionara
serenidad para resolver con tino y buenas maneras las muchas situaciones
conflictivas en las que se vio enredado. Lo mismo da cuál fuera la causa: sus diplomáticas
maneras hicieron que Colombia fuera el territorio de Indias menos maltratado,
lo que no quiere decir que los españoles se dedicaran allí solamente a hacer el
bien, orque sus prioridades no eran precisamente humanitarias. Gonzalo llegó a
Santa Marta el año 1536 en la expedición del recién nombrado gobernador de esa
zona, Pedro Fernández de Lugo, y se ganó su con fianza.
-Ya
lo creo, querido freudiano. Mucho tenía
que valer Gonzalo para que Pedro le encargara precisamente a él una empresa verdaderamente
estelar: ir río arriba por el caudaloso Magdalena, ¡con 900 hombres!, ascender
después una terrible cordillera y alcanzar el oro rumoreado. A Gonzalo se le
dispararon todos los entusiasmos cuando, durante el viaje, llegaron de las
alturas unos indios que comerciaban con panes de sal: era la prueba de que
venían de un lugar con desarrollo cultural.
Aquella tropa estaba ya, probablemenete, a punto de tirar la toalla.
Prueba de ello es que, tras once meses infernales, solo llegaron a la cima unos
160, hechos polvo pero ya imparables: comenzaron la ocupación sin el menor
titubeo. Gonzalo demostró todo lo que sabía de estrategia militar y
diplomática, culminando el trabajo al asentarse en Bogotá. Y, ¡oh Dios mío!, a
los pocos días llegó Federmann, el teutón cabezacuadrada, y, ¡santo Dios!, de
seguido asoma el careto Benalcázar.
Sigue mañana.
-
De acuerdo, reverendo; parece de chiste, pero así fue. Bye, bye.
Ahí
se ven bien las rutas de las tres primeras expediciones que llegaron a Bogotá. El
que más “sudó” fue Federmann: ¡tres años de sufrimiento. Quesada tuvo su
ración: once meses desesperantes y mortíferos. Para Benalcázar tampoco fue
fácil, pero tardó menos. Llegaran casi a un tiempo: enorme y peligrosa
casualidad.
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