(64) Como esto fue un tema de filias y
fobias, el cronista Pedro Pizarro se pone incondicionalmente a favor de Pizarro
y carga las tintas sobre la supuesta mezquindad de Almagro. Lo mismo le ocurrió
al asombroso Charles F. Lummis
(fallecido en 1928), quien tuvo la rareza de que, siendo norteamericano,
estudiara con pasión la historia de Las Indias. Y lo explicó: ‘Porque amo la
justicia y admiro el heroísmo, he escrito este libro (Los exploradores españoles del siglo XVI); si no hemos hecho justicia a los exploradores
españoles, es sencillamente porque hemos sido mal informados’. Su libro y su
vida fueron admirables, pero llama la atención con qué virulencia se refiere
siempre a Almagro. Quizá se deba a que era Francisco Pizarro el personaje de
Indias al que más admiró, y, ante la duda, prefirió evitarle un borrón. Creo
que merecía la pena aprovechar la ocasión con este pequeño regate para dejar
constancia de la rareza y la importancia de ese casi desconocido personaje:
Charles F. Lummis.
Si he empezado mencionando al cronista
Pedro Pizarro es, sobre todo, porque completa lo que Cieza deja en blanco,
algunos detalles de la salida de Pizarro hacia Indias, que tienen además el
valor de haberlos presenciado directamente (iba por primera vez al Nuevo
Mundo). Como Francisco Pizarro (cosa habitual en el gremio de los grandes
conquistadores) se vio en serias dificultades para reunir el mínimo de soldados
que, según lo dispuesto por el rey,
tenía que llevar a Indias, recurrió a la ‘trampita’ de los hechos
consumados. Dice el cronista: “Vino a la ciudad de Sevilla, fletó dos navíos y
una zabra y se embarcó con alguna gente, pero no con los trescientos hombres
que le eran mandados que pasase. Estando en San Lúcar, le avisaron que venían a
tomar alarde (recuento) de la gente
que traía. Sabido lo cual, Francisco Pizarro se embarcó en la zabra, salió por
la barra de San Lúcar y fue a aguardarnos en la isla de La Gomera. A los que
tenían que hacer el alarde se les hizo entender que había ido en la zabra la
demás gente que faltaba allí. Dende a pocos días, salimos de San Lúcar en los
dos navíos con Hernando Pizarro, su hermano, al cual había dejado por capitán
de ellos”. Primer aviso del protagonismo de Hernando, sin duda el ‘jefe’ de sus
hermanos, por legitimidad y por currículo militar, y, de algún modo, con algún
ascendiente psicológico sobre el mismo Francisco, aunque este, de hecho, era ya
en todos los sentidos el todopoderoso gobernador del Perú conocido y por
conocer. Llegaron a La Gomera, y todos juntos zarparon rumbo a Indias. “Tomamos
puerto en Santa Marta (Colombia), donde estaba por gobernador Pedro de
Lerma, y nos quitaron alguna gente de la que traíamos echando fama de que
íbamos a una tierra tan mala que no había que comer en ella más que culebras,
lagartos y perros, y así se nos huyeron algunos y se quedaron allí. Luego
llegamos al puerto de Nombre de Dios, donde Diego de Almagro vino a recibir a
su compañero don Francisco Pizarro, y, al entender que no traía la gobernación
para ambos, como la habían capitulado, y no obstante que don Francisco le dijo
las diligencias que sobre ello había hecho, don Diego de Almagro se amohinó”.
(Imagen) ‘Si oyes a alguien hablar mal de
un español, es un español’. Frase exagerada que, sin embargo, encierra una
cierta verdad. El ‘gringo’ Carlos F. Lummis (fallecido en 1928) demostró con
sus libros que amaba la justicia y admiraba el heroísmo. Su propia vida puso
ambas cosas en práctica. Superó muchas dificultades personales, fue un
humanista amante de los indios, y sin embargo, supo reconocer el increíble
mérito de los españoles en América. Llegó a escribir: ‘La
razón de que no hayamos hecho justicia a los exploradores españoles es,
sencillamente, porque hemos sido mal informados. Su historia no tiene paralelo’. Valoró
en especial el mestizaje de la cultura española frente el racismo
anglosajón de su tiempo. Para amar, hay que conocer, y Lummis, cuando la
descubrió, quedó perdidamente rendido ante la grandeza de lo que hicieron los
españoles en Indias. Admiró a Pizarro más que a nadie, y eso le llevó a juzgar
con injusta dureza a Almagro; pero los pecados por amor son perdonables.