(1110):
Uno de los problemas principales de los capitanes españoles en las Indias era
el de tener contentos a sus hombres premiando sus servicios: "En este
tiempo, Valdivia, viendo que en los términos de Santiago no tenía indios que
asignar a todos los que consigo tenía, quiso contentarlos, y, para ello, preparó
ochenta hombres, diciéndoles que estaba informado de que la tierra de adelante
era mejor que la de Santiago, por lo que tenía voluntad de llevarlos para que
vieran que allí había indios más que suficientes para los cristianos. Todos
alegres, con deseo de verlo, salieron con él, y llegaron al asiento donde ahora
está la ciudad de Concepción. Viendo el sitio que para poblar allí tenía, con
un buen puerto para navíos, pasó adelante, y, antes de que los indios se
acabasen de juntar para pelear con él, decidió retirarse fingiendo que iban a
dormir, para lo que dejó fuegos encendidos, pero siguió caminando de noche
hasta que llegó a Santiago. Después de haber reposado, repartió algunos indios
entre sus hombres".
Pero el cronista Marmolejo nos va a
mostrar también el talante tramposo y duro de Pedro de Valdivia, especialmente
cuando tenía dificultades para conseguir lo que deseaba con urgencia:
"Todos en general, viendo la riqueza de la tierra, creían que lo que le la
faltaba a Valdivia era gente para poblarla. Dado que él estaba ocupado en conquistar
la zona de Santiago, y ya tenía pacificado lo mejor de la comarca, como era
astuto, pensó un modo de hacer lo que, desde hacía tiempo, tenía en su pecho
determinado. Quería enviar al Perú en busca de gente a Francisco de Villagra y
a Jerónimo de Alderete, hombres principales que después ambos fueron
gobernadores, diciendo que les facilitaría el dinero y los poderes que necesitasen". Valdivia
les había dado licencia a muchos para que fueran a Perú, diciéndoles que el oro
que llevaban sería un reclamo para que allí se animara la gente a ir a Chile.
Pero tenía una sucia maniobra preparada: "Estando todos en el puerto para
embarcarse, llegó Pedro de Valdivia sin haberlo comunicado, pero diciendo con
astucia que iba a despedirlos y escribir al rey para que favoreciese las cosas
de Chile. Los pasajeros comían y disfrutaban a la espera de embarcarse, y
Valdivia los entretuvo con buena conversación, tras haberle mandado a los
marineros que, secretamente, le trajesen el batel. Ellos lo hicieron así, porque en aquel tiempo Valdivia
era temido de todos por su mucho rigor, sabiendo que ahorcaba a los hombres
fácilmente, y que su comportamiento era más que tiránico. El veterano Valdivia
sabía que, mientras no tuviese un título más importante (aún no era
gobernador) del que tenía, para que temiesen su autoridad, era necesario
hacerlo así. Después fue hacia la mar, se metió en el barco y mandó que le
llevasen adonde todos los que estaban en tierra tenían su oro, que eran noventa
mil pesos (unos 270 kilos). Luego llevó el barco a tierra para que se
embarcasen Jerónimo de Alderete y los capitanes Juan
Jufre, Diego García de Cáceres, Diego Oro, Juan de Cárdenas, don Antonio
Beltrán, Alvar Martínez y Vicencio de Monte. Llegados al navío mandó
levantar las anclas y dar la vela para navegar hacia el Perú".
(Imagen) Las figuras históricas y los
hombres poderosos tienen siempre grandes capacidades, pero, muchas veces,
ensombrecidas por graves defectos, lo que puede dar como resultado un balance
muy positivo o, en ocasiones, desastroso. Acabamos de ver que Pedro de Valdivia,
atormentado por su falta de medios económicos para su maravillosa campaña de
Chile, no dudó ni un momento en estafar a sus propios soldados. Los dejó
plantados en tierra, les robó su oro, y partió hacia Perú con ansias de que lo
confirmaran como Gobernador de Chile. El cronista Marmolejo nos muestra la
perplejidad de los soldados timados: "Los que quedaban en tierra y veían
que les llevaba su oro, gritaban con tantos vituperios y maldiciones, que
ponían temor a los oyentes. Pedro de Valdivia les había dejado un comunicado en
el que les decía que respetasen a Francisco de Villagra como su teniente, y
prometiéndoles que él volvería en breve con gente para ampliar el reino, y que
les devolvería el oro que llevaba, a cada uno lo suyo. Los pobres engañados, que
quedaron en el puerto animándose unos con otros, se volvieron a Santiago, visto
que no podían hacer otra cosa. Un trompeta que allí estaba, llamado Alonso de
Torres, viendo el navío ir a la vela, comenzó a tocar su trompeta diciendo: 'Mira
el lobo dónde va, Juanica, mira el lobo
dónde ...', de lo cual los presentes,
aunque tristes y quejosos, no pudieron dejar de reír, pero al instante dio con
la trompeta en una piedra donde la hizo pedazos". No se sabe si Valdivia
devolvió o no lo robado, pero lo que sigue no es muy esperanzador: "Y así
llegaron a Santiago, yendo entre ellos un soldado llamado Francisco Pinel, a
quien Valdivia había quitado tres mil pesos de oro (casi diez kilos). Anduvo
más de un año obsesionado por su dinero, hasta que Valdivia volvió al gobierno
de Chile. Habiéndole pedido que se lo pagase, no se lo daba, entreteniéndolo
con palabras, hasta que un día lo despidió de malas maneras, y el pobre, que
era de poco ánimo, desesperado, se ahorcó". No parece que a Valdivia le
quitara el sueño. En los archivos se ve otra reclamación semejante que le
hicieron a Pedro de Valdivia y a varios de sus capitanes. Esta vez es del año
1554, pero por algo más grave. En el documento de la imagen, María de León,
esposa de Juan Pinel (ya es casualidad que se apellidara también Pinel), el
escribano público más antiguo de Chile, denunciaba a Pedro de Valdivia, al
capitán Jerónimo de Alderete y a otros por haberle robado a su difunto marido
unos cuatro mil pesos de oro y haberle matado a garrote vil.
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