(1108) El entusiasmo de los indios al oír
tocar la flauta a Pedro de Miranda era sincero, y sus ganas de aprender cómo se
hacía, también, pero sus promesas, no: "Le dijeron a Miranda que, por lo
agradecidos que a él le estaban, también le perdonarían la vida a Monroy, pero,
antes, les había de enseñar a andar a caballo (los indios chilenos tuvieron
pronto ese interés). Aunque, desde entonces, los indios les pusieron vigilantes
para que no huyesen, ellos planeaban su libertad. Sacaban a los caciques al
campo, les hacían subir a caballo y les decían de qué manera se habían de
poner, y ellos recibían grandísimo placer manejando sus caballos y tocando la flauta.
Un día, escondieron dentro de los borceguíes un cuchillo bien amolado cada uno,
salieron al campo para el ejercicio habitual, y, viendo su oportunidad,
arremetieron con dos de los caciques y les dieron de puñaladas, dejándolos
malheridos. Mientras los indios buscaban algún remedio para sus señores,
mandaron a Barrientos, que estaba allí, que subiese a caballo. El tal
Barrientos (también llamado Gasco) era un español que llevaba muchos días preso
entre los indios, no pudiendo hacer otra cosa más que escapar, porque, aunque
quisiera quedarse, lo matarían. Luego los tres se metieron por el desierto (de
Atacama): cosa de grandísimo riesgo, porque habían de caminar ochenta
leguas de arenales sin llevar qué comer para ellos ni para los caballos. Pero
Dios los favoreció, porque tuvieron la suerte de encontrar en lo despoblado un
carnero cargado de maíz, que les pareció ser milagro. Repartieron entre ellos
lo que bastaba para el camino, lo demás se lo dieron a sus caballos, y, con los
tasajos que del carnero hicieron, tuvieron provisiones para llegar a Atacama (ya
en territorio peruano)".
Lo peor ya lo habían pasado, y continuaron
su camino: "Entrando por la tierra de Perú, supieron que don Diego de
Almagro, hijo del Adelantado, había muerto, y también el marqués Francisco
Pizarro, y que gobernaba el reino del Perú el licenciado Vaca de Castro. Con
esta noticia, yendo en su busca, lo hallaron en el río Calcas cerca de Huamanga,
donde los recibió bien, y le dieron cuenta de su peregrinación. Se habló mucho
de que sería un viaje próspero para los que quisiesen ir a Chile, ya que fue
grande la admiración al ver los estribos de oro, aunque hechos en obra tosca, y
todos se entusiasmaban oyéndoles contar cosas de Chile. A los pocos días, Vaca
de Castro les consiguió setenta hombres bien preparados con los que se
volviesen, y no les dio más porque en aquel tiempo había acabado de ganar la
batalla de Chupas (contra los almagristas) y no se fiaba de toda la
gente que tenía".
El cronista Marmolejo va a ser ahora más
preciso que lo que le contaba Pedro de Valdivia a Carlos V en un informe que le
envió sobre este viaje a Perú. Al narrar los incidentes, Valdivia cuenta cómo
huyeron de los indios Monroy, Miranda y Barrientos, el español que vivía con
los nativos, del que, además, habla con desprecio, quizá por considerarlo
un desertor. Le decía al Rey, ente otras
cosas, que tuvieron que huir sin los estribos de oro, porque los indios se los
habían quitado. Marmolejo acaba de
indicar que ellos sí llegaron a Perú con los estribos. Y sigue narrando:
"Con estos setenta hombres, Alonso de Monroy se volvió a Chile, tomando
provisiones en Atacama para pasar el desierto. Llegó al valle de Copiapó, donde,
siendo conocido, los principales señores lo vinieron a ver y les dieron (a
los indios) los estribos de oro que habían quitado a sus compañeros cuando
los mataron".
(Imagen) Si, como vimos, la muerte de
Gonzalo de los Ríos fue truculenta, no lo va a ser menos la del 'virtuoso
flautista' PEDRO DE MIRANDA, quien entusiasmó a los indios con su música cuando
acompañaba a Alonso de Monroy en su azaroso viaje a Perú. Digamos primero que
el cronista Marmolejo, además de dar muestras de ser hombre culto, acertó al
comparar a Miranda con Orfeo, ya que también este personaje mítico se sirvió de
sus habilidades musicales para poder llegar en el Averno hasta donde estaba su
enamorada Eurídice. El nacimiento de Pedro de Miranda tuvo lugar en Larraga
(Navarra) el año 1517. Estuvo presente en la fundación de Santiago de Chile en
1541, y Pedro de Valdivia le premió generosamente sus importantes servicios,
llegando a tener cargos políticos de relieve. Casado con Esperanza Rueda, tuvo
nueve hijos, y sobrevivió a calamidades, hasta morir, en 1573, de manera
trágica. Su mala fortuna se debió a que una de sus hijas, Catalina de Miranda (una
bella mestiza, hija natural, pero reconocida por el matrimonio) se casó con
Bernabé Mejía, el cual era, sin duda, un valiente soldado, pero maltratador y
muy celoso, hasta el punto de ver con malos ojos que Catalina saliera de la
casa de sus padres, por miedo a sus muchos admiradores. Por cuestiones de ese
tipo, tenía duros enfrentamientos con ella y con su suegra. Y ocurrió que,
cuando las dos volvían de misa, Bernabé Mejía, rabioso, perdió el control y
atacó a su suegra con una espada, siendo Catalina la que recibió una mortal
estocada por intentar protegerla, tras lo cual Mejía hirió a Esperanza Rueda.
Luego llegaron al lugar su marido, Pedro de Miranda, y un mercader que estaba
con él, Francisco de Soto, y se enzarzaron con el asesino, pero, siendo mucho
más joven, mató a los dos. De lo que no se pudo librar fue de la ira de los
vecinos. Entraron en masa a por él, lo mataron
a golpes y cuchilladas, lo arrastraron por la ciudad, y, finalmente, lo
descuartizaron. El documento de la imagen desmiente un dato que se da por
cierto. Se afirma que Mejía mató también a su suegra, pero no es cierto:
solamente resultó herida. En el texto vemos que, un año después, ella le cedió
una encomienda de indios a su único hijo varón, llamado asimismo Pedro de
Miranda (y, de hecho, no murió hasta el año 1592). Se ve también que Esperanza
de Rueda había estado casada con el gobernador de Chile Jerónimo de Alderete,
el cual falleció pronto. Y, curiosamente, parece seguro que otro cronista
chileno, Pedro Mariño de Lobera, se casó con una de las ocho hijas de Pedro de Miranda,
llamada Francisca de Miranda.
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