(1101) Quizá el carácter supersticioso que
abundaba en aquellos tiempos pueda explicar que los oficiales temieran que Dios
les estaba castigando por las injusticias a las que habían sometido al
gobernador Cabeza de Vaca, pero no deja de ser una reacción que parece muy
exagerada teniendo en cuenta que no les temblaba el pulso cuando castigaban
cruelmente. Se diría que el cronista Pedro Hernández trata de cubrirles de
culpas, o de aumentar las que tenían. Y sigue insistiendo en la misma línea:
"Los oficiales del Rey manifestaban que le habían hecho muchos agravios e injusticias
al gobernador, y que era mentira todo lo que habían dicho contra él, y que para
ello habían obligado a hacer dos mil juramentos falsos, debido a la envidia que
le tenían porque en tres días había descubierto más tierras y caminos que lo
que ellos hicieron en los doce años que llevaban allí. Y, por ello, que le rogaban por amor de Dios
que les perdonase y les prometiese que no le diría a Su Majestad que ellos lo
habían apresado".
Por si fuera poco, se diría que muestra a
Dios complacido por su arrepentimiento: "En cuanto lo dejaron libre al
gobernador, terminaron el agua, viento y tormenta que habían durado cuatro días
sin interrupción. Y, así, pudimos venir en el bergantín dos mil quinientas
leguas por el mar, navegando sin ver tierra, y no comiendo (cada día) más
de una tortilla de harina frita con una poca de manteca y agua. Y de esta
manera vinimos con mucho trabajo hasta alcanzar las islas Azores, que son del
serenísimo rey de Portugal, tardando en hacer el viaje tres meses. Cuando
llegamos, los oficiales, por pasiones que traían entre ellos, se dividieron y
vinieron cada uno por su parte, pero antes intentaron que la justicia prendiese
al gobernador para que diese cuenta a Su Majestad de los delitos que habían
hecho. Para tratar de conseguirlo, dijeron que, cuando pasó por las islas de
Cabo Verde, había robado en el puerto. Oído por el corregidor, les dijo que su
rey tenía bien protegido su puerto para que nadie robase. Entonces ellos se
embarcaron y se vinieron para estos reinos de Castilla, donde llegaron unos
diez días antes que el gobernador, y cuando supieron que ya venía, esa misma
noche desaparecieron los delincuentes y se fueron a Madrid".
El
cronista Pedro Hernández recurre de nuevo al providencialismo: "En ese
tiempo murió el obispo de Cuenca (Sebastián Ramírez de Fuenleal, fallecido
en enero de 1547), que era presidente en el Consejo de las Indias, el cual
tenía deseo y voluntad de castigar aquel delito y desacato que contra Su
Majestad se había hecho en aquella tierra. Pocos días después de haber estado
presos ellos (los funcionarios), y el gobernador igualmente, y sueltos bajo
fianzas, Garci Venegas, que era uno de los que lo habían traído preso, murió de
muerte desastrada y súbita, pues le saltaron los ojos de la cara, sin poder
manifestar ni declarar la verdad de lo pasado, y Alonso Cabrera, veedor, su
compañero, se trastornó, y mató a su mujer en Lora. Murieron también súbita y
desastradamente los frailes que participaron en los escándalos y el levantamiento
contra el gobernador, por lo que que pareció manifestarse que el gobernador no era
culpable de lo que le acusaban. Después de haberlo tenido preso en la Corte
ocho años, le dieron por libre y absuelto, pero, por algunas maniobras que se hicieron, le
quitaron la gobernación, porque sus contrarios decían que, si volvía a Río de
la Plata, provocaría escándalos y alteraciones por castigar a los culpables. Y
se la quitaron, además, sin haberle dado recompensa por lo mucho que gastó en
el servicio cuando fue a socorrer a los españoles de Río de la Plata y a descubrir
nuevas tierras".
(Imagen) Sin más aclaraciones, el cronista
Pedro Hernández termina su trabajo. Se limita a señalar que Álvar Núñez Cabeza
de Vaca estuvo encarcelado ocho años, lo que quiere decir que, probablemente
sin razón suficiente, hubo una dura sentencia contra él. Ya vimos que, sin
embargo, en los años 1554 y 1556 (tres antes de que muriera), habían cambiado
las cosas, pues le fueron concedidas sendas ayudas económicas. ÁLVAR NÚÑEZ
CABEZA DE VACA protagonizó dos odiseas completamente diferentes, salvo en lo
que se refiere a situaciones de extrema dureza. Su viaje por el sur de
Norteamérica fue un calvario, pero lo convirtió en un personaje heroico y
extraordinariamente famoso. Gracias a eso consiguió la gobernación de Río de la
Plata, lo que le proporcionó gran
prestigio y poder, pero esas mieles fueron efímeras, y tuvo la desgracia
de ser destituido por malos enemigos, difamado, juzgado y encarcelado, viendo
manchado su buen nombre. Cabeza de Vaca se había casado con María Marmolejo,
sin que se sepa nada de su posible descendencia, y, por un dato que ella
aporta, sabemos que, en 1559, ya había muerto. Fue rehabilitado por el Rey, y,
como vimos, compensado con dinero dos veces. La primera, el año 1554, y resumo
el texto en el que el futuro Felipe II le
pide al virrey de Perú que le haga una concesión: "Álvar Núñez Cabeza de Vaca
me ha hecho relación sobre su servicio a la Corona en La Florida, donde gastó cuanto tenía, y
después como gobernador de Río de la Plata, donde asimismo había gastado lo que
él y sus parientes tenían, diciendo que ahora estaba tan pobre, que, si no le diésemos
con qué sustentarse, moriría de hambre. Y me suplicó que le concediese un buen
repartimiento de indios en Perú. Por lo cual, os mando que, yendo el dicho Álvar
Núñez Cabeza de Vaca a esa tierra y llevando consigo a su mujer, le deis una
encomienda de indios que rente mil pesos de oro cada año, y, si no hubiese
ninguna vacante, su equivalente en dinero". Aunque Cabeza de Vaca no
volvió a Perú, se le abonaba la pensión en España, muriendo el año 1559, al
parecer en Sevilla, pero siendo enterrado en Valladolid. Aunque el final de su
vida fue triste, sus increíbles aventuras y sus dos magníficas crónicas han
dejado una huella imborrable. Se puede asegurar que fue también el verdadero
autor de la segunda ('Comentarios'), a pesar de que oficialmente, y por razones
de conveniencia, prefirió que se publicara como escrita por su fiel secretario
Pedro Hernández.
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