viernes, 3 de septiembre de 2021

(1511) El cronista atribuye a un castigo de Dios las desgracias que les ocurrieron a varios enemigos de Cabeza de Vaca, quien, por culpa de ellos, tuvo que soportar ocho años de cárcel, siendo después rehabilitado por Felipe II.

 

     (1101) Quizá el carácter supersticioso que abundaba en aquellos tiempos pueda explicar que los oficiales temieran que Dios les estaba castigando por las injusticias a las que habían sometido al gobernador Cabeza de Vaca, pero no deja de ser una reacción que parece muy exagerada teniendo en cuenta que no les temblaba el pulso cuando castigaban cruelmente. Se diría que el cronista Pedro Hernández trata de cubrirles de culpas, o de aumentar las que tenían. Y sigue insistiendo en la misma línea: "Los oficiales del Rey manifestaban que le habían hecho muchos agravios e injusticias al gobernador, y que era mentira todo lo que habían dicho contra él, y que para ello habían obligado a hacer dos mil juramentos falsos, debido a la envidia que le tenían porque en tres días había descubierto más tierras y caminos que lo que ellos hicieron en los doce años que llevaban allí.  Y, por ello, que le rogaban por amor de Dios que les perdonase y les prometiese que no le diría a Su Majestad que ellos lo habían apresado".

     Por si fuera poco, se diría que muestra a Dios complacido por su arrepentimiento: "En cuanto lo dejaron libre al gobernador, terminaron el agua, viento y tormenta que habían durado cuatro días sin interrupción. Y, así, pudimos venir en el bergantín dos mil quinientas leguas por el mar, navegando sin ver tierra, y no comiendo (cada día) más de una tortilla de harina frita con una poca de manteca y agua. Y de esta manera vinimos con mucho trabajo hasta alcanzar las islas Azores, que son del serenísimo rey de Portugal, tardando en hacer el viaje tres meses. Cuando llegamos, los oficiales, por pasiones que traían entre ellos, se dividieron y vinieron cada uno por su parte, pero antes intentaron que la justicia prendiese al gobernador para que diese cuenta a Su Majestad de los delitos que habían hecho. Para tratar de conseguirlo, dijeron que, cuando pasó por las islas de Cabo Verde, había robado en el puerto. Oído por el corregidor, les dijo que su rey tenía bien protegido su puerto para que nadie robase. Entonces ellos se embarcaron y se vinieron para estos reinos de Castilla, donde llegaron unos diez días antes que el gobernador, y cuando supieron que ya venía, esa misma noche desaparecieron los delincuentes y se fueron a Madrid".

     El cronista Pedro Hernández recurre de nuevo al providencialismo: "En ese tiempo murió el obispo de Cuenca (Sebastián Ramírez de Fuenleal, fallecido en enero de 1547), que era presidente en el Consejo de las Indias, el cual tenía deseo y voluntad de castigar aquel delito y desacato que contra Su Majestad se había hecho en aquella tierra. Pocos días después de haber estado presos ellos (los funcionarios), y el gobernador igualmente, y sueltos bajo fianzas, Garci Venegas, que era uno de los que lo habían traído preso, murió de muerte desastrada y súbita, pues le saltaron los ojos de la cara, sin poder manifestar ni declarar la verdad de lo pasado, y Alonso Cabrera, veedor, su compañero, se trastornó, y mató a su mujer en Lora. Murieron también súbita y desastradamente los frailes que participaron en los escándalos y el levantamiento contra el gobernador, por lo que que pareció manifestarse que el gobernador no era culpable de lo que le acusaban. Después de haberlo tenido preso en la Corte ocho años, le dieron por libre y absuelto, pero,  por algunas maniobras que se hicieron, le quitaron la gobernación, porque sus contrarios decían que, si volvía a Río de la Plata, provocaría escándalos y alteraciones por castigar a los culpables. Y se la quitaron, además, sin haberle dado recompensa por lo mucho que gastó en el servicio cuando fue a socorrer a los españoles de Río de la Plata y a descubrir nuevas tierras".

    

     (Imagen) Sin más aclaraciones, el cronista Pedro Hernández termina su trabajo. Se limita a señalar que Álvar Núñez Cabeza de Vaca estuvo encarcelado ocho años, lo que quiere decir que, probablemente sin razón suficiente, hubo una dura sentencia contra él. Ya vimos que, sin embargo, en los años 1554 y 1556 (tres antes de que muriera), habían cambiado las cosas, pues le fueron concedidas sendas ayudas económicas. ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA protagonizó dos odiseas completamente diferentes, salvo en lo que se refiere a situaciones de extrema dureza. Su viaje por el sur de Norteamérica fue un calvario, pero lo convirtió en un personaje heroico y extraordinariamente famoso. Gracias a eso consiguió la gobernación de Río de la Plata, lo que le proporcionó gran  prestigio y poder, pero esas mieles fueron efímeras, y tuvo la desgracia de ser destituido por malos enemigos, difamado, juzgado y encarcelado, viendo manchado su buen nombre. Cabeza de Vaca se había casado con María Marmolejo, sin que se sepa nada de su posible descendencia, y, por un dato que ella aporta, sabemos que, en 1559, ya había muerto. Fue rehabilitado por el Rey, y, como vimos, compensado con dinero dos veces. La primera, el año 1554, y resumo el  texto en el que el futuro Felipe II le pide al virrey de Perú que le haga una concesión: "Álvar Núñez Cabeza de Vaca me ha hecho relación sobre su servicio a la Corona  en La Florida, donde gastó cuanto tenía, y después como gobernador de Río de la Plata, donde asimismo había gastado lo que él y sus parientes tenían, diciendo que ahora estaba tan pobre, que, si no le diésemos con qué sustentarse, moriría de hambre. Y me suplicó que le concediese un buen repartimiento de indios en Perú. Por lo cual, os mando que, yendo el dicho Álvar Núñez Cabeza de Vaca a esa tierra y llevando consigo a su mujer, le deis una encomienda de indios que rente mil pesos de oro cada año, y, si no hubiese ninguna vacante, su equivalente en dinero". Aunque Cabeza de Vaca no volvió a Perú, se le abonaba la pensión en España, muriendo el año 1559, al parecer en Sevilla, pero siendo enterrado en Valladolid. Aunque el final de su vida fue triste, sus increíbles aventuras y sus dos magníficas crónicas han dejado una huella imborrable. Se puede asegurar que fue también el verdadero autor de la segunda ('Comentarios'), a pesar de que oficialmente, y por razones de conveniencia, prefirió que se publicara como escrita por su fiel secretario Pedro Hernández.




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