(1100) En su día, hablé bastante de Juan
Salazar de Espinosa, a quien la burgalesa Medina de Pomar le ha arrebatado sin
pruebas su origen, siendo así que lo más probable es que naciera a 20 km de
distancia, en Espinosa de los Monteros. El cronista Alonso Gómez de Santoya, en
1559, un año antes de que muriera Salazar, decía que era "vecino de
Espinosa de los Monteros", y, en el archivo de Geneanet , todas las
numerosas referencias lo sitúan como nacido en esa población el año 1508. Fue
hombre de mucha valía, y a él le corresponde también el honor de haber fundado
Asunción, la capital de Paraguay. Pero entonces aquellas tierras vivían
inmersas en peligrosas y turbias aguas políticas. Ahora vemos a Juan de Salazar entre la espada
y la pared, probablemente con deseo de proteger y apoyar los derechos de Álvar
Núñez Cabeza de Vaca como gobernador de Río de la Plata, pero consciente de que
Domingo de Irala y sus cómplices podían cortarle la cabeza. No llegaron a
tanto, pero lo apresaron y lo embarcaron junto a Cabeza de Vaca para enviarlos
con graves acusaciones a España. El viaje fue truculento: "El gobernador,
yendo así en el bergantín, rogó a los funcionarios que le dejasen llevar dos
criados suyos para que le sirviesen por el camino y le hiciesen de comer. Y ellos metieron en la nave a los dos criados,
pero no para que le sirviesen, sino para que fueran bogando cuatrocientas leguas
río abajo. Y habían hecho en Asunción una maldad muy grande, y era que, cuando
lo prendieron, decían a sus partidarios mil males del gobernador, y luego les
pidieron que les firmaran en blanco unos papeles. Tras conseguirlo, llenaron
después un montón de hojas con informaciones falsas contra el gobernador (para
acusarle ante el Rey)".
En aquellos tiempos debía de ser
relativamente fácil envenenar a un preso sin que se pudiera demostrarlo. Los
funcionarios del Rey les encargaron un asunto siniestro a dos aliados suyos, un
vasco apellidado Machín y un tal Lope Duarte (que iba a España para gestionar
negocios de Domingo de Irala): "Les mandaron que envenenasen la comida del
gobernador, y lo hicieron tres veces.
Pero él, para remediarlo, llevaba consigo una botija de aceite y un pedazo de
unicornio (eran bastante crédulos), y, cuando sentía algo, usaba estos
remedios con muy gran trabajo y grandes vómitos, y plugo a Dios que escapó de
ellos. Un día rogó a los oficiales funcionarios Alonso Cabrera y Garci Venegas que
les dejasen guisar a sus criados, porque de otra persona no lo había de tomar. Ellos
se negaron, por lo cual estuvo algunos días sin comer, hasta que la necesidad
le obligó a ello".
Por fin, alcanzaron el océano Atlántico:
"En el bergantín iban veintisiete
personas en total, y, en cuanto salieron a la mar, les tomó una tormenta que llenó
todo el bergantín de agua, y perdieron casi todos los bastimentos, pues no
pudieron salvar más que un poco de harina, un poco de manteca de puerco y de
pescado y un poco de agua, y estuvieron a punto de perecer ahogados. A los
oficiales que traían preso al gobernador les pareció que, por el agravio e
injusticia que le habían hecho, Dios
quiso darles aquella tormenta tan grande, y determinaron soltarlo de sus
prisiones. Por ese motivo, se las quitaron, y fue Alonso Cabrera, el veedor, quien
se las limó, y él y Garci Venegas le besaron el pie, aunque él no quiso, y
dijeron públicamente que ellos sabían que Dios les había dado aquellos cuatro
días de tormenta por los agravios que le habían hecho sin razón".
(Imagen) Ya mencioné a Jaime Rasquín como
el prototipo de los indeseables que destituyeron al gobernador Cabeza de Vaca.
Voy a 'plagiarme' un texto que escribí hace ocho años: En 1559 (15 años
después de lo que ahora vemos, y justo cuando Cabeza de Vaca murió), Jaime
Rasquín, con su flamante título de gobernador, va a tomar posesión de su cargo
en el Río de la Plata, en donde anteriormente había colaborado para que le
robaran miserablemente su puesto al excepcional Alvar Núñez Cabeza de Vaca,
personaje legendario y notable narrador de sus propias odiseas. En la
expedición del valenciano Jaime, va también Alonso Gómez de Santoya, quien se
encargará después de darnos a conocer la arbitrariedad, incompetencia y
mezquindad de Rasquín, y el fracaso de aquel viaje, que terminó de manera forzada,
e increíblemente desviada, en Santo Domingo. Recojo las últimas palabras de la
crónica de Santoya, porque son dramáticas y clarificadoras: "Los
agraviados pedían justicia contra el Gobernador Rasquín (llenando la Audiencia
de pleitos). Comenzáronsele a desvergonzar todos, de manera que, aunque se
topaba en la calle con sus soldados, no hacían más caso de él que de un gabacho
(acababa de nacer el despectivo mote de los franceses). Al fin, andaba
solo como el más bajo hombre de la armada, que era lástima haberle conocido tan
señor y verlo tan abatido. Y de aquí se puede colegir que la soberbia no sube
al cielo”. Y, ya de paso, no me resisto a recoger una terrible anécdota contada
por Gómez de Santoya, que deja bien claro lo que era la vida entonces para algunos
'diferentes'. Mantendré alguna dura expresión de la época, porque mucho más
dura era la realidad: “Ocurrió un caso nefando (o sea, relativo al pecado
nefando, la sodomía) y harto estupendo (sin duda, en el sentido de
impresionante). En la nao capitana se halló que el contramaestre de ella
era puto, que se echaba con un muchacho, y con otro pasaba un caso horrendo (no
lo aclara). Y al contramaestre le dieron garrote y le echaron a la mar, y a
los dos muchachos los azotaron, y, por ser sin edad suficiente, les quemaron
los rabos, cosa que dio alteración harta en ambas naos, aunque dicen que el gobernador
Jaime Rasquín lo sabía desde Canarias”. En el documento de la imagen se ve que Jaime
Rasquín ya había muerto el año 1576, y que el Rey tenía prisa en que se zanjara
el asunto de una multa que se le había
impuesto.
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