sábado, 1 de agosto de 2020

(Día 1176) El licenciado Diego Vázquez de Cepeda, viendo el panorama muy negro, le pedía a Gonzalo Pizarro que hiciera las paces con Pedro de la Gasca. Le contestó que, antes, le tenía que ganar la inminente batalla a Centeno.

     (766)  En tan crítica situación, intervino el licenciado Cepeda para proponer otro plan (tirar la toalla), que confirmaba el estado de desánimo al que habían llegado todos: "Les dijo que era mucho mejor entregarse al servicio de su Majestad, dejando de llevar sus vidas en peligro de perderlas con fama de traidores, porque, además, si se enfrentaban a Diego Centeno, correrían gran riesgo de resultar derrotados, apresados y muertos, porque eran pocos para luchar y él contaba con más de mil doscientos hombres. Al gran tirano le pareció que era un buen consejo, por lo cual le prometió que, si Dios le daba victoria contra Diego Centeno, él se pondría en manos del licenciado La Gasca para servir a Su Majestad (otra fantasía que pronto veremos desechada). Cepeda le dijo que, si así lo hacía, ganaría grandísima reputación, pero que viese primero que no tenía ninguna póliza de Dios para vencer a Diego Centeno, y que, después de vencidos y muertos, no podrían entregarse a La Gasca, porque Diego Centeno mandaría que les cortasen las cabezas. Gonzalo Pizarro le contestó que él quería dar la batalla, aunque muriese en ella".

     Los de Gonzalo Pizarro partirían en breve de Arequipa: "Después de pasadas estas cosas, se publicó un bando en el que el maestre de campo Francisco de Carvajal ordenaba que todos los capitanes y soldados se preparasen, porque a los dos días iban a a marchar. Llegado el momento, Gonzalo Pizarro salió de la ciudad con quinientos hombres desesperados, y veinticinco se habían escondido de noche para no ir con él". Llegó un punto de la marcha en el que tuvieron que resolver un dilema, porque había dos caminos, y cualquiera que utilizaran, era muy probable que Diego Centeno los atacara.  Gonzalo Pizarro pensó que era necesario engañarle: "Envió a Francisco de Espinosa, su maestresala (a quien ya conocemos) con treinta arcabuceros por el camino del Desaguadero (del lago Titicaca), donde recogería indios suficientes para hacer creer a los de Centeno que los iban a emplear en reparar un puente del Desaguadero, como si la intención de Gonzalo fuera pasar por allí. Después de partido Espinosa, Pizarro tomó el otro camino, que es el más próximo a la sierra de los Andes. Llegando al pueblo de Omayuso, Francisco de Carvajal y Hernando Bachicao, como crueles carniceros, ahorcaron a un miserable y triste soldado porque se iba adonde Diego Centeno. Más adelante, también huyó el capitán Francisco de Olea con cuatro soldados, y fueron a parar al campamento de Diego Centeno, en donde fueron muy bien recibidos. Por la huida de este hombre, se puso en gran turbación la tropa de Gonzalo Pizarro, y muchos soldados tuvieron intención de marcharse, pero no se atrevieron por miedo a ser ahorcados. El gran tirano y todos sus capitanes iban muy preocupados, pues muchos huían, y ya no sabían de quién fiarse. Esto es lo que les pasa a los tiranos que tienen dañada la conciencia, pues, mientras andan en sus tiranías, siempre están temerosos".

     Llegados a este punto, no me queda más remedio que cambiar de cronista, porque, por más que lo he intentado, me ha sido imposible encontrar el tomo siguiente (y último) que Pedro Gutiérrez de Santa Clara dedicó a las guerras civiles de Perú. Me pasó lo mismo en su día con Pedro Cieza de León. No ha habido manera de conseguir el texto digitalizado o impreso. Vuelvo, pues, a utilizar la crónica de Inca Garcilaso de la Vega, de cuya mano, realmente amena, seguiremos hasta el final. Inicialmente, veremos algo repetido, para hacer un enlace lógico con lo comentado hasta ahora, pero será breve y con detalles nuevos. Así que ha llegado el momento de despedir, con un adiós agradecido, al gran PEDRO GUTIÉRREZ DE SANTA CLARA.

    

    

     (Imagen) La alianza del licenciado DIEGO VÁZQUEZ DE CEPEDA (nacido en Tordesillas, y al que ya dediqué una imagen) con Gonzalo de Pizarro fue realmente extraña, porque era una traición a Carlos V, quien le había dado el selecto cargo de oidor de la Audiencia de Lima. Viendo a Gonzalo Pizarro en sus últimos apuros militares, le acaba de proponer que abandone la lucha y se ponga al servicio del Rey. El cronista Santa Clara explica sus razones de forma lúcida: "Entonces el licenciado Cepeda le escribió a Pedro de la Gasca pidiéndole que le tuviese por gran servidor de su Majestad, pues, en cuanto tuviera una oportunidad, huiría, pero al presente no podía por el gran miedo que tenía de Francisco de Carvajal y de Hernando Bachicao, que lo tenían vigilado para que no escapase. Le prometía, asimismo, con palabra de caballero hijodalgo, que, si Pizarro no se le entregaba, él le abandonaría y le ayudaría a vencerlo. Cepeda deseaba en gran manera ponerse al servicio de Su Majestad, pasándose al bando de Pedro de la Gasca, porque creía que lo restituirían en el cargo de oidor de la Real Audiencia de Lima, pues el mismo La Gasca se lo había escrito desde Panamá. Pero, como el gran tirano (Gonzalo Pizarro) estaba tan metido en estas bravas honduras de la guerra, Cepeda no sabía lo que iba a suceder en la batalla que se veía inminente, pues, por una parte, se tenía a Gonzalo Pizarro como invencible en las batallas, ya que siempre salió vencedor; y, por otra parte, Cepeda consideraba que a él no le convenía que le vieran fuera del servicio a su Majestad en estos devaneos, por la honra y reputación en que todos le habían tenido cuando fue oidor de la Real Audiencia.  Y así, andaba entre dos aguas; pero, si de verdad hubiese querido abandonar a Gonzalo Pizarro, tiempo y momentos tuvo para hacerlo, mas no quiso, porque sopesaba las ventajas de los dos bandos, movido por sus intereses". Recordemos que Cepeda, en la última guerra, la de Jaquijaguana, y en el último momento, tras olfatear al vencedor, se pasó al bando de Pedro de la Gasca. Y también que, por diversas razones, acabó en la cárcel de Valladolid, donde, al parecer, murió envenenado por sus propios parientes, el año 1555, para evitar la deshonra.




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