(777)
Veamos cómo sigue defendiendo Inca Garcilaso a su padre: "Para sacar a la
gente de su engaño, hizo mi padre, después de la batalla de Jaquijaguana,
información ante la justicia (lo que
quiere decir que el asunto fue muy comentado), y presentó veintidós
testigos, todos del bando de Diego Centeno, que dijeron que, cuando le pidió
Gonzalo Pizarro el caballo a mi padre, ya no había hombres de Centeno con quien
pelear en media legua a la redonda, y que la herida del caballo de Gonzalo era
tan pequeña, que no habría dejado de pelear en todo el día, si fuera menester.
También oí decir entonces que al caballo de Gonzalo Pizarro lo desjarretaron,
lo cual fue asimismo mentira, pues aquel caballo murió a veintidós leguas de
donde se dio la batalla. Estaba ya curado de la herida, pero flaco por haberlo
tenido a dieta, por lo que el albéitar (veterinario)
dijo que no convenía que se hartase de agua. Y ocurrió que esto no se le
advirtió a un indio que lo llevó al río, el cual dejó que el caballo bebiese
toda el agua que quiso, de suerte que, a media legua de allí, cayó muerto. Todo
esto se declaró en la dicha información". La explicación que da el
cronista resulta absurda: Gonzalo Pizarro le pide el caballo a Sebastián
Garcilaso de la Vega, siendo así que ya no había enemigos, y, además, la herida
del caballo suyo era tan pequeña, que, si fuera necesario, podría seguir
peleando durante todo el día. Visto para sentencia.
Lo
que no tiene duda es que la anécdota perjudicó a la familia: "De manera
que los cronistas escribieron esto por interés (no explica en qué sentido), y yo escribo lo que fue, no por
favorecer a mi padre ni esperar mercedes, sino por decir la verdad de lo que
pasó. Yo he pagado la penitencia, sin haber precedido la culpa; porque,
habiendo yo pedido mercedes a Su Majestad por los servicios de mi padre y por
la restitución patrimonial de mi madre, no se me concedieron". Afirma que
él y sus hermanos quedaron desamparados, y se queja (sin duda esta vez con
razón) del injusto precio que pagó por este asunto: "Cuando presenté en el
Consejo Real de las Indias las probanzas de toda esta cuestión, convencí a
aquellos señores, pero el licenciado Lope García de Castro (que luego fue
presidente de la Real Audiencia de Lima), estando en el tribunal, me dijo. '¿Qué
merced queréis que os haga Su Majestad, habiendo hecho vuestro padre con
Gonzalo Pizarro lo que hizo en la batalla de Huarina, dándole aquella tan gran
victoria?' Y, aunque yo repliqué que había sido testimonio falso que le habían
levantado, él me dijo: 'Lo tienen escrito los historiadores, ¿y queréis vos
negarlo?'. Con esto, rechazaron mis pretensiones, y me cerraron las puertas a
otras que pudiera haber tenido por mis particulares servicios. Pues, por la
misericordia de Dios, y la ayuda de los señores que he tenido, particularmente
de Don Alonso Fernández de Córdoba, Marqués de Priego, y de Don Francisco de
Córdova, hijo segundo del gran Don Martín de Córdoba, Conde de Alcaudete, he
podido servir a la Real Majestad cuatro veces como capitán, dos con el Rey
Felipe Segundo, y otras dos con el príncipe Don Juan de Austria, su hermano
(que Dios tiene en su gloria), el cual reconoció en mí ánimo y prontitud en
darle contento con mi servicio, de lo que dio cuenta a su hermano".
(Imagen) El cronista Inca Garcilaso solicitó en el Consejo de Indias
alguna merced, pero le fue rechazada porque el licenciado LOPE GARCÍA DE CASTRO
recordó la ayuda que su padre le había prestado a Gonzalo Pizarro dejándole el
caballo Salinillas para que se salvara. García de Castro era un personaje muy
completo, militar y letrado. Nació el año 1516 en un pueblo del Bierzo (León)
llamado Villanueva de Valdueza. Era oidor de la Cancillería de Valladolid y
miembro del Consejo de Indias. El año 1564 consiguió un puestazo: llegó a Perú
como Gobernador y virrey en funciones, para sustituir al anterior, Don Diego
López de Zúñiga, Conde de Nieva, del que había quejas. Era Caballero de
Santiago, y durante el tiempo que estuvo en Perú, cinco años muy intensos,
destacó por sus dotes de prudente organizador. Puso en marcha muchas
iniciativas importantes. Reorganizó la división administrativa de aquellas
tierras, y estableció la Casa de la Moneda. También tuvo que lidiar con el gran
inca Titu Cusi Yupanqui, refugiado con sus indios en las peñas de Vilcabamba,
aunque quien terminó la tarea fue el siguiente virrey, el gran Francisco de
Toledo. Le encargó a su sobrino Álvaro de Mendaña una misión de descubrimientos
por el Pacífico. De él y de su acompañante, Pedro Sarmiento de Gamboa, el más
glorioso perdedor de las Indias, ya escribí largamente 'in illo tempore'. Ahora
entramos en la sección de sucesos: Poco antes de llegar a Perú García de Castro
habían matado al virrey Conde de Nieva. Se dio la falsa versión de que lo
encontraron muerto en su cama. Pero esto a nadie engañaba. Lo ocurrido fue que
el virrey disfrutaba, en ausencia de su marido, de la mujer de un hombre muy
rico, poderoso y violento, Don Rodrigo Manrique de Lara, de alto linaje, como
sus apellidos indican. Amigos o parientes de Rodrigo, también poderosos,
tuvieron la osadía de esperar a que el virrey saliera de casa de su amante,
molerlo a golpes y dejarlo tirado. Más tarde, murió tras ser encontrado y
llevado a su residencia. Se consideró conveniente entre los juristas, para evitar
tumultos, dar carpetazo al asunto, y es lo que hizo LOPE GARCÍA DE CASTRO,
quien volvió a España en 1569, ejerció de nuevo como miembro del Consejo de
Indias y murió en Madrid el año 1576, aunque, por deseo suyo, lo enterraron en
su pueblín.
No hay comentarios:
Publicar un comentario