(784) Con solo ocho años, andaba el
cronista Inca Garcilaso por el Cuzco viendo el brillante espectáculo de la
entrada de Gonzalo Pizarro, y, una vez más, se le ve a su padre perfectamente
integrado en el grupo de los rebeldes: "Yo entré en la ciudad con ellos,
pues el día anterior había salido a recibir a mi padre a tres leguas del Cuzco.
Parte del camino lo hice a pie, y, en el resto, me llevaron dos indios a
cuestas. Para la vuelta, me dieron un caballo y a quien lo llevase seguro, y vi
todo lo que he dicho. Recuerdo dónde se aposentaron los capitanes, a los cuales
conocí. Todo lo recuerdo, aunque han pasado sesenta años, porque la memoria
guarda mejor lo que vio en su niñez".
También nos cuenta que Francisco de
Carvajal se puso de inmediato a preparar con la máxima diligencia todo lo que
fuera conveniente para la próxima e inevitable batalla. Ya habló antes de que
era enormemente meticuloso para conseguir la máxima eficacia y precisión de las
armas, con especial interés en los arcabuces, y más después de que hubiesen
sido el secreto del gran triunfo en Huarina: "Andaba siempre en una mula
grande, entre parda y bermeja. Yo no lo vi en otra cabalgadura durante todo el
tiempo que estuvo en el Cuzco, antes de la batalla de Jaquijaguana. Era tan
diligente en conseguir lo que a su ejército le convenía, que a todas horas del
día y de la noche le topaban sus soldados trabajando. Al pasar junto a ellos,
les decía que no dejaran para mañana lo que podían hacer hoy. Si le preguntaban
cuándo comía y cuándo dormía, les contestaba que, a los que quieren trabajar,
para todo les sobra tiempo".
Lo que cuenta Inca Garcilaso después, nos
aclara en qué momento Francisco de Carvajal ahorcó a María Calderón por hacer
campaña públicamente contra Gonzalo Pizarro, de lo que ya hemos hablado varias
veces. Recordemos que ella y varias mujeres a las que lideraba huyeron de
Arequipa para buscar mayor seguridad en el Cuzco. Ellas, sin duda, formaron
parte de los que vieron con angustia la entrada triunfal de Gonzalo Pizarro en
la ciudad. Se supone que todos se mordieron la lengua, pero ellas, no, y, especialmente,
María, de la que dice Inca Garcilaso que era "una de las mujeres nobles de
Arequipa". Fue entonces cuando Carvajal hizo su salvajada (con comentario
sádico incluido). Lo que resulta extraño en el cronista es que se calle dos
cosas que conocía perfectamente: su nombre, y que era la esposa del
conquistador Jerónimo de Villegas (al que ya le dediqué una imagen). Este hecho
también va, en parte, contra la promesa que, según Gonzalo Silvestre, le hizo
Francisco de Carvajal a Miguel Cornejo de no matarlo a él ni a ninguno de los
vecinos de Arequipa (como recogí en una imagen reciente).
Aunque también es cierto que María
Calderón abusó de temeridad frente a una serpiente venenosa: "Después de
la batalla de Huarina, ella gritaba contra Gonzalo Pizarro, diciendo que se
habían de acabar sus tiranías, como la de otros poderosos que habían alcanzado
victorias más grandes que la suya. Daba como ejemplo a los griegos y a los
antiguos romanos. Esto lo decía en público, sin temor y con tan poco recato, que
la ahorcó en una ventana de su casa, después de haberle dado garrote".
Pero, al menos, su profecía se cumplió al pie de la letra, y, además, muy
pronto.
(Imagen) Los cronistas ya nos han
anticipado muchas veces el trágico final de Gonzalo Pizarro, y también lo que
ocurrió después. La victoria de Pedro de la Gasca fue sensacional, y su mérito,
enorme. Pero, de alguna manera, su política de apaciguamientos y recompensas
(no le quedaba otra solución) no apagó del todo el fuego rebelde. Aunque
también es cierto que ya nunca se convirtió en un incendio devorador, y, tras
dos o tres alarmas, fue sofocado para siempre. El peor rebrote fue el provocado
por el cacereño FRANCISCO HERNÁNDEZ GIRÓN, un gran capitán con trepidante
biografía, pero al que le faltaron alcances para darse cuenta de que su
aventura iba a acabar inevitablemente mal. Fu ejecutado el año 1554. En un
informe que se envió (sin destino conocido) poco antes, pero ese mismo año, se
escribió el párrafo que figura en la imagen: "Francisco Girón y los demás
se alzaron por ver las libertades de los indios, y porque no se les daba
bastante de comer (encomiendas rentables),
habiendo sido ellos los conquistadores de todo el Perú". En una carta que
escribió desde Lima Pedro de la Gasca (medio desesperado) al Consejo de Indias,
el año 1548 (muerto Gonzalo Pizarro), ya veía venir el problema: "Ha
llegado a esta ciudad tanta gente de los que han quedado sin encomiendas de
indios, que me pone en gran congoja, porque es tan inoportuna y desvergonzada,
que no sé llevarme con ella, pues ni me bastan buenas palabras, ni razones, ni
enojarme. Vino el mariscal Alonso de Alvarado para ayudarme contra estas
desvergüenzas, pero no bastó, porque todos en esta tierra se han acostumbrado a
ser señores de la Hacienda de su Majestad y de la de los particulares". Y
lo achaca a que se les mimó en exceso en los dos bandos: "Gonzalo Pizarro
tenía necesidad de dárselo todo para mantener su rebeldía; y a Diego Centeno,
con el deseo que tenía de servir a Su Majestad, le era forzado hacer lo
mismo". Se calla que también él tuvo que prometer premios que luego no
pudo dar. Era tan grave el problema, que se expulsó de Perú a muchos que
estaban vagueando, y, en primer lugar, a los que no fueron fieles al servicio
de su Majestad. Otro de los paliativos fue el de organizar nuevas expediciones
de conquista. Pero se tardó años en curar el mal.
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