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Montado sobre el caballo Salinillas, Gonzalo Pizarro hizo una inspección
después de la heroica victoria (la de los contrarios fue una 'heroica
derrota'): "Se presentó en el campo de batalla, y mandó recoger los
muertos y heridos, estando la mayoría despojados de sus vestidos, porque los
indios, sin respeto a enemigos ni amigos, se los habían quitado. Mandó enterrar
a los muertos en el mismo campo. A los capitanes y hombres nobles de ambos
bandos los enterraron en el pueblo que se llama Huarina, que estaba cerca de
allí y dio nombre a la batalla. Cuatro años después, estando ya el Perú
sosegado, y habiéndose fundado la ciudad de La Paz, los llevaron a ella y los
enterraron en la iglesia mayor con mucha solemnidad de misas, durante muchos
días. Contribuyeron en el gasto todos los caballeros, pues a todos les afectaba
por parentesco o amistad con los difuntos".
Es
raro que se le pasara a Inca Garcilaso comentar algo que sabía muy bien: la
ciudad de La Paz la fundó Alonso de Mendoza en 1548 por mandato de Pedro de la
Gasca tras la victoria final de Jaquijaguana, y se le puso ese nombre en
memoria de la paz que se había establecido después de tan duras guerras
civiles. Habrá todavía otros conflictos, pero menos importantes, y también
sofocados. La denominación de la ciudad marca la diferencia con lo habitual en
otras fundaciones, pues solían quedarse con nombres religiosos, o repetidos de
lugares de España.
Por importante y honrosa que fuera para Gonzalo Pizarro y sus hombres la difícil victoria de Huarina, estaba claro que no habían conseguido dar el jaque mate. Era necesario reforzarse para el siguiente enfrentamiento: "Habiendo cumplido Gonzalo Pizarro con los muertos y heridos (de ambos bandos), mandó al otro día capitanes que fuesen a diversas partes, para reforzar su tropa según convenía. Diego de Bobadilla fue a la villa de la Plata, Diego de Carvajal, llamado el Galán, a la ciudad de Arequipa, y el capitán Juan de la Torre, al Cuzco, llevando cada uno treinta arcabuceros".
La
situación de los derrotados huidos era lastimosa. Diego Centeno, que no había
luchado por estar muy enfermo, tuvo que sacar fuerzas de donde no tenía para
escapar rápidamente con su caballo, y lo hizo por caminos perdidos para evitar
que le alcanzara Carvajal. Le acompañaba el padre Vizcaíno y se dirigieron
directamente a Lima, a pesar de saber que La Gasca estaba en Jauja. Lo que sí
hizo fue mandarle una carta que fue escrita por el clérigo. Por su parte,
Francisco de Carvajal buscaba a alguien diferente: "Quería encontrar a
fray Juan Solano, obispo del Cuzco, con quien estaba muy indignado, porque,
como él decía, debiendo estar en su iglesia rezando a Dios por la paz de los
cristianos, luchó en el ejército de Diego Centeno como maestre de campo. No
pudiendo encontrarle (que no se sabe qué habría hecho de él), ahorcó a un
hermano suyo y a un fraile, compañero del obispo. Luego pasó adelante, camino
de Arequipa". Hasta Inca Garcilaso, que a veces defiende a Carvajal, reconoce
que solo él era capaz de ejecutar a un religioso, y que incluso el obispo
Solano habría corrido peligro. La ejecución de un sacerdote era sumamente rara.
En general, si merecía algún castigo, lo solían entregar a su superior
religioso para que le aplicara medidas disciplinarias. Es extraño que el obispo
Solano batallara, ya que todos los clérigos lo tenían prohibido. Francisco de
Carvajal lo castigó a su manera: matando a su hermano.
(Imagen) Los escritos de ALONSO DE MEDINA, llenos de acusaciones, sacaron de quicio a las autoridades y a muchos compañeros suyos, porque era tan molesto como el profeta Jeremías. Le reprochaba en una carta a Pedro de la Gasca haberle desterrado a Arequipa, y se quejaba de que sus vecinos (que en eso compartían un defecto general) "llaman honrado al que va vestido de seda y paños finos, mientras que desprecian con desdén, sin tenerlo en cuenta, al que es pobre o soldado". Provocaba la ira de los demás, y se refugió en un convento: "Después de retirarme, los vecinos seguían chillando y diciendo que yo escribía sobre los males que ellos hacen a los indios y a los españoles, y gritaban que me querían matar, y decían que muera el traidor". Pero, dado su historial de fidelidad al Rey, replicaba con bastante razón: "Yo nunca fui traidor, sino mal recompensado por el Rey y por su virrey, y ahora por vuestra señoría, que me tiene recluido en una iglesia sin hacerme justicia". Le suplicaba a La Gasca: "Le digo a vuestra señoría que yo necesito comer, y también mis seis criaturas, pero no puedo, por estar aquí recluido, y porque este retiro que vuestra señoría me ha impuesto me cuesta más de mil pesos de pérdida por no poder ganarlos". Cuando ya iba a partir para España La Gasca, ALONSO DE MEDINA le echa otra dura reprimenda, poniendo los ojos solamente en la parte negativa de su gran labor: "Pero ¿qué es esto, señor presidente? ¿Cómo podéis servir a dos señores? Uno es la codicia de lo que os han de dar en España; el otro, la vanagloria del mundo. Quiere vuestra señoría entrar en España con gloria de vencedor, y no mirar lo que toca a vuestra alma y a la de Su Majestad, pues dejáis sin capa al indio, y a la india, sin manta, y al traidor, con indios y con dineros, y al indio, hecho esclavo, vendido en pública subasta, y todo por llevar dineros a España, cuando Su Majestad no los quiere, ni los ha menester. Nuestro Señor ilumine a vuestra señoría para gobernar estos reinos como vuestra señoría y yo, su criado. deseamos". Hizo en sus escritos un dibujo (el de la imagen), en el que muestra a la izquierda a Juan Solano (obispo del Cuzco) negociando trapicheos con Pedro de la Gasca, quien, según los cronistas, no era dado a esas miserias.
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