(769) Pero no bastaban las provocaciones
de Juan de Acosta para que los de Centeno se lanzaran al ataque: "Viendo
Francisco de Carvajal que estaban parados, mandó que su gente se adelantara
diez pasos. Los de Centeno no quisieron que con ello ganasen honra, y
comenzaron todos a marchar. Entonces, los de Gonzalo Pizarro se pararon, y,
viendo venir a los contrarios, Francisco de Carvajal mandó disparar algunos
arcabuces para provocar que los enemigos disparasen de golpe, como lo hicieron.
La infantería de Centeno comenzó a marchar a paso largo, caladas las picas, y
sus arcabuceros dispararon por segunda vez, sin hacer ningún daño, porque había
trescientos pasos de distancia. Carvajal
no permitió que ningún arcabuz disparase hasta que tuvo a los contrarios a poco
más de cien pasos. Cuando dio la orden de hacerlo, los arcabuceros, que eran
muchos y muy diestros, mataron de la primera rociada más de ciento cincuenta
hombres, y entre ellos dos capitanes. Ocurrió de manera que se comenzó a abrir
el escuadrón de Centeno, y, en la segunda andanada, se desbarató totalmente, y
comenzaron a huir sin orden".
Esta descripción de la batalla la copia
literalmente Inca Garcilaso del cronista Agustín de Zárate, dando la misma
versión López de Gómara y el Palentino. Y sigue diciendo: "Yo añadiré
particularidades que en aquella batalla pasaron entre un bando y otro, pues las
oí contar. El amago que Carvajal hizo para que sus enemigos le acometiesen,
estándose él a pie quedo, lo hizo porque sus arcabuceros, que no eran más de
doscientos cincuenta, tenían casi setecientos arcabuces. Se debía a que
Carvajal, como prudente hombre de guerra, se equipaba para sus futuras
necesidades mucho antes de que llegara el momento. Por eso, recogió con mucho
cuidado las armas de los que huían, principalmente los arcabuces. Unos días
antes de la batalla, los mandó aderezar con todo cuidado y los repartió de
forma que casi todos los soldados llevaron tres arcabuces, y fue porque no
podían caminar con ellos a cuestas, por lo que provocó a los enemigos para que
fueran ellos los que iniciaran el ataque".
Después Inca Garcilaso cuenta dos
anécdotas del irrepetible psicópata. Le encantaba hacerse el ingenioso, y llama
la atención que muchas de sus bromas, a veces más bien sosas, circularan luego
de boca en boca, quizá por haberse convertido en una especie de leyenda; sin
duda, era un gran militar, pero especialista en mezclar la crueldad con el
humor negro. La primera trata de que se le acercó un soldado pidiéndole que le
diera plomo para hacer pelotas de arcabuz. Terminó por dárselo, pero, antes, le
preguntó cuántas tenía, le contestó que tres, y Carvajal aprovechó para que
aprendiera una moraleja marca de la casa. Le dijo: "Le suplico a vuestra
merced, que de esas tres me deje una que le sobra, para dársela a otro que no
tenga ninguna. Con una de las otras dos, mate hoy un pájaro, y, el día de la
batalla, mate a un hombre con la otra, y no dispare más". El mensaje era
que, si cada uno de sus arcabuceros matase a un enemigo, tendría asegurada la
victoria. Y añade el cronista: "Con estas bromas trataba a sus más
próximos, pero, para sus enemigos, tenía otras gracias muy pesadas". Era
su estilo, y habría sido un buen autor de libros de picaresca.
(Imagen) Inca Garcilaso nos dice que uno
de los capitanes de Diego Centeno era PEDRO PIZARRO, el cronista que ya nos
contó cosas de las aventuras de Perú. Tuvo larga vida y fue siempre fiel a la
Corona. Ahora, con Centeno, le ha tocado pasar por la dura experiencia de la
derrota, de lo cual se resarcirá en la victoriosa batalla de Jaquijaguana,
aunque, no se sabe por qué, Pedro de la Gasca no se fiaba demasiado de su
lealtad. La crónica de Pedro también contó, resumidamente, aquel trago amargo.
En esencia, esto es lo que dijo: "Los hombres de Centeno fuimos a hacernos
fuertes en el Desaguadero (del lago Titicaca), y se juntó con nosotros Alonso
de Mendoza (que había abandonado a los rebeldes). Gonzalo Pizarro partió
de Lima, habiéndosele huido la flor de su gente, vino en nuestra busca y nos
dio batalla en Huarina, donde nos desbarató por falta de capitán, porque
Centeno estaba malo y no entró en batalla, siendo el buen ardid de Francisco de
Carvajal (con el uso rápido e incesante de sus arcabuceros) lo que nos
derrotó, a pesar de que los nuestros de caballería habían vencido a la de
Gonzalo Pizarro. Cuando supo de su victoria, Gonzalo Pizarro le mandó a
Carvajal desde el Cuzco que fuese a Arequipa para que la robase, matando a los
que pudiese alcanzar, y llevando al Cuzco a todas las mujeres de los vecinos
enemigos, y así lo hizo". Lo cual explica por qué Jerónimo de Villegas huyó
de Arequipa, así como el hecho de que Carvajal se llevara al Cuzco a las
mujeres, y que ahorcara a una de ellas, María Calderón, esposa de Villegas,
algo que tuvo que ser permitido por Gonzalo, ya que estaba en la ciudad. El
éxito de Gonzalo Pizarro tuvo un doble mérito: sobreponerse al desánimo general
que llevaban sus soldados tras muchas deserciones, y la hábil maniobra del
experto Francisco de Carvajal al armar al máximo a sus arcabuceros y provocar
al enemigo para que iniciara el ataque. Pero el espectáculo no había terminado,
porque los contrarios eran igualmente correosos: "Enterado del desbarate,
Pedro de la Gasca, reuniendo gente de todas partes con los que habíamos salido
vivos de Huarina, fuimos todos al Cuzco en busca de Gonzalo Pizarro". Y se
levantará el telón por última vez.
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