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La huida de los derrotados fue muy azarosa: "Tuvieron muchos duelos y mala
ventura, estando heridos y maltratados, sin descanso ni médico ni medicinas ni
una choza en la que abrigarse aquella noche del excesivo frío, y solo
imaginarlo causa horror. Lo primero que Gonzalo Silvestre les pidió a sus
indios fue las herramientas para el caballo, pues los españoles acostumbraban a
ir equipados para herrarlos. Llevaban una talega con doscientos clavos y cuatro
herraduras, porque los pueblos están muy lejos los unos de los otros, y los
caminos son muy ásperos (da la impresión de que están narrando lo que
Silvestre le contaba). Luego partió, dejando a los indios muy llorosos. Por
aquellos campos vio gente sin número, españoles e indios que iban huyendo sin
saber a dónde. Entre los cuales alcanzó a un español que tenía varias heridas,
una de ellas encima del riñón derecho, yendo él echado sobre el pescuezo de su
rocín, porque no podía ir enhiesto. Una india de su servicio lo acompañaba a
pie y le decía: 'Esfuérzate, señor, para huir de estos traidores, y no temas
que yo te deje antes de verte sano".
Cuando anocheció, Gonzalo Silvestre paró a descansar a un lado del
camino, y luego llegó donde él estaba un grupo de gente: "Eran más de
veinte españoles, algunos heridos y otros sanos, acompañados por unos veinte
indios. Los heridos no sabían cómo curarse, pero quiso Dios que uno de los
indios llevara una petaca llena de velas de sebo, y los indios de servicio les
dijeron a sus amos que con el sebo podían curar sus heridas. Ellos mismos lo
derritieron en dos cascos de hierro, y haciendo polvo estiércol de ganado, que
en aquellos campos había mucho, lo mezclaron con el sebo, y así, tan caliente
como se podía aguantar, lo echaron sobre las heridas de los españoles y de los
caballos, y el remedio fue tal, que sanaron todos. Estas cosas pasaron en
aquellos desiertos, de lo cual me informaron (se supone que a través de Silvestre)".
De
seguido, Inca Garcilaso va a dar su versión sobre la ayuda que le prestó su
padre a Gonzalo Pizarro. Veremos si nos convence: "El cronista Francisco
López de Gómara dice que Gonzalo Pizarro habría corrido peligro si Garcilaso no
le diera un caballo. Por su parte, Agustín de Zárate escribió: 'Viendo los de
Diego Centeno el desbarate de la infantería enemiga, hicieron otra arremetida,
haciendo mucho daño, y le mataron el caballo a Gonzalo Pizarro, al cual le
derribaron en el suelo sin herirlo'. Y más adelante, añade: 'Pedro de los Ríos
y Antonio de Ulloa derribaron a toda la gente de Pizarro, sin que quedaran
sobre las sillas más de diez. En este encuentro fue derribado Gonzalo Pizarro,
y Garcilaso de la Vega, que había aguantado sobre la silla, se apeó, le dio su
caballo y le ayudó a subir'. Todo esto dicen esos autores de mi padre. Pero yo
ya he escrito que Gonzalo Pizarro no tomó el caballo de mi padre durante la batalla,
sino después de ella, aunque no me extraña que los historiadores oyeran otra
versión, porque recuerdo que algunos mestizos condiscípulos míos (eran todos niños) me decían que habían
oído contarlo así". Inca Garcilaso seguirá dando razones (que veremos a
continuación), pero es curioso que no se ocupe de rechazar ya otro detalle: que
su padre estaba inmerso en la batalla (siempre decía que se quedaba al margen).
(Imagen) Aunque es de suponer que los cronistas se sirvieron también de
la correspondencia que Pedro de la Gasca tenía archivada, voy a copiar unos
párrafos que escribió en un informe que le envió al Consejo de Indias el 27 de
diciembre de 1547, aportando datos sobre la terrible derrota que sufrió su
capitán Diego Centeno en Huarina (el 20 de octubre anterior) frente a Gonzalo
Pizarro. Se los facilitó el canario Diego de Alday, un soldado que participó en
la lucha. Veremos por qué el previsible vencedor fue derrotado: "Me dijo
Alday que Diego Centeno se encontraba tan malo entonces de un dolor de costado
que ya le duraba ocho días, que no pudo entrar en la batalla, sino solamente
verla de lejos. Pero que la gente de Centeno, teniendo en muy poco a los de
Gonzalo Pizarro (su ejército era muy
inferior), los acometieron". Como ya vimos, la otra fatalidad para los
de Centeno fue la hábil estrategia de Francisco de Carvajal para provocarles el
ataque, manteniendo él a la espera su poderosa arcabucería. Alday le siguió
contando: "Los de la infantería de Centeno llegaron muy cansados por el mucho
trecho que tuvieron que recorrer para atacar, y los arcabuceros mataron en la
primera rociada a muchos de ellos y a todos los capitanes de la primera hilera.
Luego dispararon sobre la caballería matando a bastantes, entre ellos a Juan de
Arbe y a un tal Vergara, que habían derribado a Gonzalo Pizarro y estaban sobre
él, y así los suyos le facilitaron entrar en su escuadrón". Después, tras
ver la masacre que los de Carvajal habían hecho, y que Centeno no podía
dirigirlos, ni tenían capitanes que lo hicieran, todos huyeron como pudieron,
Diego Centeno incluido. Fue el mayor desastre de las guerras civiles, y con
gran mérito de los de Gonzalo Pizarro. Por otra parte, aunque Inca Garcilaso se
empeñaba en decir que su padre no le cedió su caballo a Gonzalo Pizarro, puesto
que no fue derribado, las palabras de La Gasca zanjan la cuestión: había caído
al suelo y lo iban a matar. En la imagen vemos Jauja (allí se encontraba La
Gasca), el emplazamiento de Huarina (junto al lago Titicaca) y, muy cerca del
Cuzco, Jaquijaguana, donde, seis meses después, se acabará la rebeldía y la
vida de Gonzalo Pizarro, y del hábil y terrible Carvajal.
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