(773) Acaba de mencionar Inca Garcilaso que Juan de Acosta impidió que mataran a Guadramiros y al negro Guadalupe. Pero es posible que luego acabaran con su vida, porque consta que unos parientes de Francisco de Guadramiros (quizá fuera otro) solicitaron que les entregaran sus bienes, ya que había muerto en esta misma batalla de Huarina. Sigamos con el cronista, que nos va a confirmar que fue uno de los combates más sangrientos, si no el peor, de las guerras civiles, prueba de que la lucha resultó feroz, y, sin duda, impresionante y delicioso espectáculo para muchos indios: "Aquel lance de Guadramiros fue el postrero de aquella batalla, y se acabó reconociendo la victoria de Gonzalo Pizarro. Murieron de su bando cerca de cien hombres, quedando heridos los capitanes Cepeda, Juan de Acosta y Diego Guillén. De la parte de Diego Centeno murieron más de trescientos cincuenta, y, entre ellos, el maestre de campo, todos los capitanes de infantería, sus alféreces y la gente más lucida que en ella había, como Pedro de los Ríos y el alférez general Diego Álvarez. Todos ellos quedaron muertos en el campo. Salieron heridos otros trescientos cincuenta, de los cuales murieron más de ciento cincuenta por la escasez de cirujanos y medicinas, y por ser la tierra muy fría. Estaban asimismo tan cansados los vencedores que no persiguieron a los huidos".
Sin
embargo, indica que el propio Gonzalo Pizarro, a pesar del agotamiento, salió,
sin demasiado interés, con unos pocos soldados a inspeccionar la zona por si
encontraba algún enemigo despistado. Dieron con uno hecho polvo, y se trataba
de Gonzalo Silvestre (al que le dediqué una imagen), aquel conquistador que, ya
anciano y en España, le contó muchas aventuras de las Indias a Inca Garcilaso.
Uno de los de Pizarro, Gonzalo de los Nidos (también hablé de él), que era muy
bravucón, lo reconoció y dijo que lo iba a matar. Daba la casualidad de que
Silvestre, en plena batalla le había perdonado a él la vida, y se lo recordó,
pero el otro siguió en su empeño. Con un golpe de espuelas, el caballo de
Silvestre pareció resucitar y salió a la carrera. Le alcanzó después Gonzalo de
los Nidos, el cual salió malparado del encuentro, y volvió pidiendo ayuda, pero
Silvestre logró escapar. Inca Garcilaso comenta: "Porque el cobarde nunca
tiene manos, sino lengua". Algo muy injusto en este caso, ya que Gonzalo
de los Nidos, además de bocazas, era un heroico soldado (por otra parte, ¿quién
no lo era?).
Se
irrita Inca Garcilaso viendo que muchos cronistas se ensañaban con Francisco de
Carvajal adjudicándole más barbaridades de las que hizo. Y así, niega que,
después de la batalla matara a más de ochenta enemigos: "Carvajal no mató
a nadie, contentándose con la sola victoria. Él se preciaba de haber matado a
más de cien hombres durante la batalla, pero porque lo hizo con su buen arte
militar. Después de la batalla, se ocupó de que estuvieran bien atendidos los
contrarios. Halló escondidos a ocho de ellos que habían resultado heridos,
entre los cuales estaban Martín Hurtado de Arbieto, natural de Vizcaya, hombre
noble y valiente, Juan de San Miguel, natural de Salamanca, y Francisco de
Maraver, natural de Zafra, a los cuales yo conocí, aunque no recuerdo los
nombres de los demás, y todos creían que pensaba matarlos".
(Imagen) MARTÍN HURTADO DE ARBIETO tenía que ser muy joven cuando, en
1537, partió hacia Perú. Era, como otros de gran relieve en las Indias, natural
de Orduña (Vizcaya). Desde un principio estuvo enfrentado a los pizarristas,
optando por el bando de Diego de Almagro el Mozo, junto al cual perdió la
batalla de Chupas. Derrotado luego al lado de Diego Centeno en Huarina, no le
quedó más remedio que unirse al bando del vencedor, Gonzalo Pizarro. En su
relación de méritos, su yerno se ocupó de dar a entender que luego Martín
permaneció encarcelado, algo absurdo, pues, cuando Gonzalo Pizarro le perdonaba
la vida al alguien, era con la condición de que formara parte de sus tropas.
Por eso también resulta inútil el empeño del cronista Inca Garcilaso en
mantener que su padre, Sebastián Garcilaso, acompañaba a Gonzalo, pero sin
participar en las batallas. Lo que sí hizo Arbieto fue aprovechar la ocasión de
huir y pasarse al bando de Pedro de la Gasca. Y, tras la victoria, comenzó su
carrera ascendente. La Gasca le premió con una buena encomienda de indios.
Aunque luego surgió otra peligrosa rebelión, la de Francisco Hernández Girón,
es casi seguro que Martín se la perdió entera, ya que consta que en 1553, poco
antes de su comienzo, partió para España. Lo más probable es que visitara
Orduña; en su parroquia ha quedado un bello cuadro flamenco donde aparece
Martín (la imagen muestra el trozo en el que se ve su rostro). Ya de vuelta a
Perú, fue muy valorado por el gran virrey Francisco de Toledo, quien lo nombró
gobernador de Vilcabamba (abrupto refugio de los últimos incas rebeldes),
porque en 1572, actuando como capitán general, había acosado en aquella zona a
Tupac Amaru, el último emperador inca, aunque fue Martín García Óñez de Loyola
(sobrino nieto de San Ignacio), quien lo apresó, siendo seguidamente ejecutado;
pero 26 años después, en 1598, fueron los indios quienes acabaron con la vida
de Óñez de Loyola. En su cargo de gobernador de Vilcabamba, MARTÍN HURTADO DE
ARBIETO desplegó una intensa actividad, que dio como resultado la fundación de
varias poblaciones. Murió en Lima el año 1589, siendo entonces un anciano muy
rico.
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