(781) Francisco de Carvajal le dio a
Miguel Cornejo otra razón por la que no mandó apresar a Diego Centeno en su
refugio de la cueva: "Le dijo que no había motivo para preocuparse, pues,
'cuando Centeno saliera de ella, como
salió, presumiendo de ser enemigo de Gonzalo Pizarro, mi señor, presumí yo de
volverlo a encerrar en otra cueva más estrecha, como lo hice en la batalla de
Huarina (tras la cual pudo huir);
habiendo yo respetado por vuestra merced a un enemigo tan grande como Diego
Centeno, ¿cuánto más respetaré vuestra persona y a sus amigos, y a toda esta
ciudad, por vivir vuestra merced en ella?; por lo cual, todos los que vinieron
con vuestra merced quedan libres y exentos de castigo'. Después Carvajal se
despidió de Miguel Cornejo, quedando la ciudad muy tranquila, pues estaban los
vecinos muy temerosos, esperando algún cruel castigo por lo mucho que, en
ocasiones pasadas, se habían mostrado servidores del Rey y en favor de Diego
Centeno. Todo esto se lo oí contar a Gonzalo Silvestre, que era el mayor
enemigo que Carvajal tuvo, y, por el contrario, muy amigo de Diego Centeno,
compañero suyo en todas las adversidades y desdichas hasta el fin y muerte de
Diego Centeno". En la anécdota, hay algunas cosas que no encajan. En
realidad, tras la batalla de Huarina, Carvajal cometió brutalidades en
Arequipa, y, por si fuera poco, un grupo de mujeres, fieles partidarias del
Rey, huyeron (o las trasladaron) al Cuzco, donde, como sabemos, Carvajal colgó
de una ventana a la que lideraba el grupo, María Calderón, e incluso su marido,
el capitán Jerónimo de Villegas, vecino de Arequipa, andaba escondiéndose de
las iras de Carvajal. Otra cosa que chirría es la pretensión de Carvajal de
quitar importancia a que Centeno siguiera vivo en la cueva. Sabía de sobra que
era un capitán muy peligroso y eficaz en la batalla, hasta el punto de que la
victoria que los de Gonzalo Pizarro obtuvieron en Huarina fue casi un milagro,
debido en gran parte, precisamente, a que Centeno no pudo dirigir la batalla
por estar muy enfermo. En este sentido, hay que pensar que, si Carvajal lo
dijo, estaba mintiendo, y, si no lo dijo, alguien se lo inventó. Hilando fino,
podría salvarse de la anécdota el hecho de que Carvajal no castigó a Cornejo
por haber quedado profundamente agradecido de su antigua ayuda en Arequipa.
Después de la batalla, Gonzalo Pizarro se
retiró con sus hombres hacia el Cuzco: "No habían podido salir antes por
los muchos que resultaron enfermos o heridos en la batalla de Huarina. Y,
porque es cosa que debe quedar en la memoria, tengo que decir que los hombres
ricos y principales que estaban con Gonzalo Pizarro, viendo los muchos heridos
que habían quedado del ejército de Diego Centeno, se repartieron entre sí a los
más lastimados, y los curaron. Mi padre tomó a su cargo a doce, muriendo seis
en el camino, y salvándose los demás. Yo conocí a dos de ellos, siendo uno
Diego de Tapia, un hidalgo muy honrado y valiente, el cual se mostró muy
agradecido de lo que por él se hizo. El otro se llamaba Francisco de la Peña,
al que le iba bien el apellido, pues, entre otras heridas que durante la
batalla le dieron, recibió tres cuchilladas en la mollera, que le quebraron el
casco y fue necesario quitárselo".
(Imagen) Ya le dediqué una imagen a MIGUEL
CORNEJO, pero vemos ahora que Carvajal le perdonó la vida por haberle hecho un
gran favor. Conociéndole a Carvajal, es de suponer que consideró saldada su
deuda, y, como Cornejo siguió luchando al servicio del Rey, tendría que evitar
caer de nuevo en sus manos. El gran político, militar e historiador peruano
Miguel de Mendiburu, al hablar de que Miguel Cornejo fue uno de los
privilegiados que estuvo presente cuando se apresó a Atahualpa, hace un juicio
que no me parece acertado. Dice que Francisco Pizarro y los suyos
"apresaron a Atahualpa e hicieron una matanza de indios con engaño y
alevosía". Hoy en día, el imperialismo se ve como algo inhumano, pero
entonces, no. Aquellos doscientos escasos soldados solo pensaban en la victoria
(o la muerte) contra miles de indios. El mérito de su hazaña fue asombroso. Ya
antes había estado, en solitario, Hernando de Soto cara a cara con Atahualpa
(ningún español le había visto aún), con un peligro que da escalofríos. Y, un poco
después, también solo, Hernando de Aldana, que entendía el quechua (poco faltó
para que lo mataran cuando se opuso a que Atahualpa le quitara su espada), y a
quien, en 1546, lo ejecutó el implacable Carvajal por ser partidario del virrey
y familiar de los Aldana. Curiosamente, la única deslealtad a la Corona que
cometió MIGUEL CORNEJO fue la de amotinar a los vecinos de Arequipa, enfurecido
contra las Nuevas Leyes que el virrey quería imponer por orden del Emperador.
El documento de la imagen aporta datos interesantes. Nos aclara que Cornejo
(además de alcalde) fue tesorero oficial de la ciudad de Arequipa, y que sus
herederos efectuaron la liquidación de sus cuentas desde 1545 (inicio del
cargo) hasta 1553, año en que murió. Como ya dije, le vino la muerte luchando
contra el rebelde Francisco Hernández Girón. El historiador Mendiburu explica
la fatalidad que le ocurrió a MIGUEL CORNEJO: "Durante la batalla, eran
exagerados el calor y la polvareda; sintiéndose torturado por la falta de aire,
quiso quitarse la celada que le cubría el rostro, pero fue incapaz de hacerlo,
y murió asfixiado".
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