(772) Entonces ocurrió algo sorprendente,
porque Hernando Bachicao, quien en sus cartas a Gonzalo Pizarro (conservadas
por Pedro de la Gasca) se mostró, además de brutal, como un inquebrantable
capitán dispuesto a morir por él, va a dar dos fatales pasos en falso: huir, y
luego volver. Así lo cuenta Inca Garcilaso: "Hernando Bachicao, que era
capitán de piqueros de Gonzalo Pizarro, al oír cantar victoria a los de
Centeno, disimuladamente, aprovechando la confusión que había, se pasó a los de
Diego Centeno. El otro escuadrón de caballos de Diego Centeno, cuyos capitanes
eran Pedro de los Ríos y Antonio de Ulloa, arremetió contra la infantería de
Gonzalo Pizarro, pero los enemigos les enviaron tan buena rociada de pelotas,
que mataron al capitán Pedro de los Ríos y a otros muchos, teniendo que
volverse; en su retirada, los arcabuces fueron trueno y rayos para el
nobilísimo ejército del general Diego Centeno, pues, ciertamente, iban en él la
mayor parte de los caballeros y los caballos buenos que en aquel tiempo había
en el Perú, y casi todos perecieron en aquella cruel batalla". Gonzalo
Pizarro quiso salir de su escuadrón para pelear, pero Francisco de Carvajal le
dijo: "Estese quieto vuestra señoría, que yo le dejaré a sus enemigos
vencidos, huidos o muertos, pues ya falta poco. Se juntó toda la caballería de
Diego Centeno, pero Carvajal mandó a los arcabuceros que tiraran de prisa, y
así lo hicieron, matando a muchos. Les obligaron a que abandonasen el puesto y
huyesen por los campos. De manera que, apenas habían acabado de cantar la
victoria los de Diego Centeno, cuando la cantaron los de Gonzalo Pizarro. Nada
más ver esto Hernando Bachicao, se volvió a su antiguo escuadrón dando muestras
de victorioso". De momento, a Bachicao no le va a pasar nada, pero estaba
ya sentenciado. Luego nos contará Inca Garcilaso cómo el astuto Francisco de
Carvajal supo aplazar el castigo, y da escalofríos pensar los miedos en los que
Bachicao, si no era un estúpido, se vería envuelto permanentemente mientras
convivía con Gonzalo Pizarro y sus hombres.
Cuenta luego Inca Garcilaso una anécdota
de la que tuvo referencias directas: "Un soldado de Diego Centeno que yo
conocí, llamado Guadramiros, alto de cuerpo y bien dispuesto, aunque pacífico,
que no presumía de la milicia, sino de la urbanidad, le dio tal picazo en la
gola al capitán Juan de Acosta, que lo tumbó de espaldas. Al dar en el suelo,
levantó ambas piernas en alto, y entonces llegó un negro que yo también conocí,
que se llamaba Guadalupe, y le dio una cuchillada en las dos piernas, por las
pantorrillas, que, por ser el negro pequeño y ruinejo, y la espada tan ruin
como su amo, le hirió en ellas levemente. Entonces los de Pizarro arremetieron
contra los pocos que quedaban de Diego Centeno, y los mataron a casi todos.
Juan de Acosta protegió (caballerosamente) a Guadramiros y a Guadalupe
para que no los matasen, poniéndose delante de ellos, pues merecían mucha honra
y recompensa. Como he dicho, los conocí yo, y después, en el Cuzco vi a
Guadalupe como soldado arcabucero, en una de las compañías de Gonzalo Pizarro,
lleno de plumas y galas, más ufano que un pavo real, porque todos le hacían
honra por su valentía. Perdóneseme estas niñerías, pero pasaron así y fui
testigo de ellas". Sin duda, Guadalupe no era esclavo, y ahora le vemos,
quizá agradecido, militando al lado de Gonzalo Pizarro. ¿Qué sería de él tras
la próxima derrota de Jaquijaguana?
(Imagen) Dado que, hablando de Pedro de
Valdivia, nos ha salido al paso el capitán ALONSO DE GÓNGORA MARMOLEJO, uno de
los cronistas de las aventuras chilenas, y por ser un hombre interesante, le
voy a dedicar la presente imagen. Nació el año 1523 en Carmona (Sevilla). El
apellido Góngora tiene origen vasco (hay una población en Navarra llamada así),
y es frecuente en Andalucía. Publicó su obra ("Historia de lo acaecido en
el Reino de Chile") en 1575 (falleció meses después), pero, como les
ocurrió a otros cronistas, su obra pasó desapercibida durante siglos, hasta que
se descubrió y pudo ser publicada por primera vez en 1862. Góngora leyó La Araucana,
escrita por Alonso de Ercilla sobre la conquista de Chile (adonde llegó en
1555), y admiró sus versos, pero le ocurrió lo que a muchos: le pareció que un
texto versificado no era el que convenía a hechos tan variados y trepidantes,
porque se queda escaso de contenido. Y sintió la necesidad de narrar todo lo
que le contaron acerca de aquel tema, más lo mucho que vivió como protagonista.
Y lo hizo, como Bernal del Castillo en México (ambos muy memoriosos), con
sencillez y ajustándose al máximo a la verdad. De por sí, la obra de Ercilla es
un canto a la bravura de los indígenas mapuches (los más temibles de las
Indias), pero Góngora veía los hechos con ojos de sufrido conquistador:
"Me pareció necesario contar en prosa, desde el principio, los muchos
trabajos e infortunios que se han padecido en este reino de Chile, mayores que
en ninguna otra parte de las Indias, por ser tan belicosos sus nativos". Batalló
largos años junto a Pedro de Valdivia por todo Chile, al que llamaba "esa
vaina de espada, angosta y larga", pero se enfrentó, probablemente con
razón, a su sucesor, Francisco de Villagra (de quien acabamos de hablar). Fue
testigo de la fundación de muchas poblaciones, y ejerció también cargos
administrativos en ellas. Poco antes de morir, le negaron el cargo de Defensor
de los Indios, y, paradójicamente, le otorgaron la misión de castigar a los
hechiceros de los nativos, suponiendo, sin duda, que así los protegían de sus
manipulaciones. Mientras ejercía ese trabajo, murió ALONSO DE GÓNGORA MARMOLEJO
a finales de 1575, dejando un hijo mestizo.
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