(788) Pasados los rigores del invierno,
Pedro de la Gasca puso en marcha su ejército y partieron de Andahuylas. Al
llegar al río Apurimac, se reunieron para tomar una decisión, ya que
atravesarlo por el camino real era muy peligroso. Decidieron hacer unos puentes
de mimbres y maromas en sitios donde el río se estrechaba, aunque suponía un
gran esfuerzo porque eran lugares muy escarpados y de duro acceso. Dice el
cronista que Gonzalo Pizarro sabía que La Gasca estaba ya en movimiento, porque
los indios, en tiempo de guerra, solían hacer de espías dobles, olfateando en
cada momento quién sería el vencedor para evitarse futuros castigos. Pero
Gonzalo no se ocupó de estorbarle la marcha, porque confiaba en vencer,
"por las muchas victorias que él y los suyos habían alcanzado en el
discurso de aquella guerra".
El que no lo veía tan claro era el
experimentado Francisco de Carvajal, y le dio unos consejos a Gonzalo Pizarro:
"Viendo el peligro que en las batallas hay de ganar o perder, pienso que
sería conveniente que vuestra señoría procurase retrasar la guerra hasta ver
claramente asegurada la victoria. Lo que le conviene a vuestra señoría es salir
de esta ciudad (el Cuzco), dejándola
despoblada y sin alimentos. Los que vienen contra vuestra señoría son dos mil
hombres, y vienen muertos de hambre. Su esperanza es llegar aquí para saciarla.
Vuestra señoría deberá, además, despedir a los que eran de Diego Centeno, pues
nunca han de ser buenos amigos".
Pero Gonzalo Pizarro no estaba dispuesto a
esperar pacientemente: "Desechó este consejo tan saludable diciendo que
era cobardía retirarse del enemigo sabiendo que no tenía una ventaja clara, y
que supondría aniquilar la honra y la fama ganadas en las victorias pasadas.
Carvajal le respondió: 'Los capitanes diestros se mantienen a la espera con
arte y maña militar hasta desgastar al enemigo, sin entrar imprudentemente en
la batalla, en la cual no hay certidumbre de victoria, como se ha visto en
muchas que en el mundo se han dado, y así nos lo muestra la batalla de Huarina,
que vuestra señoría venció tan en contra de la esperanza de sus enemigos".
Inca Garcilaso da una explicación de por
qué, según él, Gonzalo Pizarro no le hizo caso a Carvajal: "La causa por
la que Gonzalo Pizarro no siguió este consejo tan bueno, ni otros semejantes,
como luego veremos, fue que dejó de confiar en Carvajal el día que mostró, en
Lima, su conformidad con los capitanes que querían hacer tratos con Pedro de la
Gasca, hasta ver la oferta de paz que les hacía. Aquel parecer era contra el
gusto de Gonzalo Pizarro, que no quería que nadie le aconsejase que hubiera otro
gobernador, pues él pensaba que lo era, y por tal se tenía. Bastó una
imaginación tan sin fundamento, para que Carvajal perdiese su crédito, y se
imaginase de él cosa tan ajena a su condición y a sus obras. Y fue de tal
manera que ni las maravillas que después hizo en su servicio, ni la victoria de
la batalla de Huarina fueron suficientes para restituirle en el lugar que antes
tenía. Y fue tan cruel esta sospecha, que también dañó al mismo Pizarro, pues,
por no seguir sus consejos, se perdió del todo, y, de haberlos admitido,
pudiera ser (como lo decían los entendidos) que tuviera mejor resultado".
(Imagen) No era
precisamente un defecto del implacable FRANCISCO DE CARVAJAL la deslealtad.
Recordemos que quiso ir a España cuando iba a empezar esta guerra civil, pero,
por petición de Gonzalo Pizarro, decidió ponerse a su servicio con todas las
consecuencias. Antes de la última batalla, Gonzalo comenzó absurdamente a
desconfiar de él. Fueron derrotados, y, poco después (3 de mayo de 1548), La
Gasca envió un informe al Consejo de Indias. Resumo partes del texto:
"Pedro de Valdivia me había traído preso a Francisco de Carvajal, tan
rodeado de gentes que de él habían sido ofendidas, que le querían matar, y a
duras penas le pude defender. Él decía que se alegraría de que le mataran allí
mismo. Aquella noche, tras reunirnos, decidimos hacer allí justicia con toda
brevedad de Gonzalo Pizarro, de Francisco de Carvajal y de otros, tanto por
evitar el peligro que podía haber de que huyeran, como por parecer que, mientras
Gonzalo Pizarro siguiera vivo, no sería segura la paz, dadas las turbulencias y
los cambios que en esta tierra ha habido. Aunque, por disposición de Su
Majestad, yo podía juzgar casos criminales y de muerte, sin embargo, por
respeto a la decencia de mi hábito clerical, encargué el castigo al mariscal
Alonso de Alvarado y al licenciado Cianca. Al día siguiente, 10 de abril de
1548, se condenó como traidor a Gonzalo Pizarro, se le cortó la cabeza (en la Plaza de Armas del Cuzco), y se
ordenó llevarla a Lima para exposición pública, con un letrero que manifestase
el delito cometido, y que se derribase la casa que tenía en el Cuzco. Algunos
querían que se le hiciera cuartos, pero no me pareció bien, por el respeto que
a su hermano le debía. Murió bien, reconociendo los errores que contra Dios, su
Rey y sus prójimos había cometido. El mismo día se ejecutó a Francisco de
Carvajal, se hicieron de él cuartos y se pusieron alrededor del Cuzco. Se mandó
exponer su cabeza en Lima, y derribar la casa que en aquella ciudad tenía. Se
dice que, de los más de 340 que ejecutaron Gonzalo Pizarro y sus hombres
durante la rebelión, Francisco de Carvajal mató a unos 300". Solo queda
anotar que el triste Gonzalo Pizarro tenía unos cuarenta años, y, el
irrepetible Francisco de Carvajal, alrededor de ochenta.
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