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No parece muy objetivo Inca Garcilaso mostrando la cara aparentemente humana de
Francisco de Carvajal. Dice que se volcó en atenciones con los que habían
resultado heridos en la derrota de Diego Centeno, y que ofreció un perdón
general a todos los que participaron en la batalla. Es cierto que añade por qué
era tan generoso: "Francisco de Carvajal hizo esto para atraer a los
soldados a su bando, pues bien sabía que tenían más fuerza los beneficios que
el castigo y las crueldades, las cuales usaba con sus enemigos declarados, a
los que llamaba tejedores (la lanzadera
de los telares va y vuelve)". Se olvida Inca Garcilaso de decir lo que
les ocurría a quienes no aceptaran su deseo: acabamos de ver en la imagen anterior
la mala experiencia que tuvo en este sentido Martín Hurtado de Arbieto.
Es
nornal que un hijo trate de lavar la imagen de su padre, pero, en lo que sigue,
se le pilla de nuevo a Inca Garcilaso falseando, casi con seguridad, un hecho
que se recogió en las crónicas de forma muy diferente. Se comentó mucho que
Gonzalo Pizarro, al caer su caballo por haber recibido una importante herida,
tuvo la ayuda de Sebastián Garcilaso de la Vega, quien le prestó su buen
caballo Salinillas, para que saliera del grave apuro. Nos acaba de contar Inca
Garcilaso que Gonzalo Silvestre, mientras perseguía a Gonzalo Pizarro, que
llegaba ya a refugiarse en su escuadrón de infantería, le dio muchos golpes con
su espada, que no hacían efecto porque el jinete iba bien protegido, y, al
final, pudo herir a su caballo, pero haciéndole solo un rasguño. Era una
anécdota que Silvestre no quería recordar porque se reirían de la poca fuerza
que le quedaba en aquel momento. Veamos
lo que Inca Garcilaso dice que ocurrió con la batalla recién terminada:
"Después de que volviera Gonzalo Pizarro a su campamento, halló en él a mi
padre, y le pidió el caballo Salinillas (se
lo había regalado Gonzalo), para que curasen el suyo de la pequeña herida
que Silvestre le dio". El párrafo es muy corto, pro tiene el tufo del
disimulo. De hecho, la creencia general de que Sebastián Garcilaso de la Vega
le salvó la vida en esa ocasión a Gonzalo Pizarro, perjudicó mucho
posteriormente, al padre y al hijo, en los ambientes oficiales. Además, es
cierto que Sebastián Garcilaso dejó fama de chaquetero, sin duda con el fin
salvar su vida. También tenía engatusado a Gonzalo Pizarro, a quien, en el
último momento, abandonará para ponerse al servicio de Pedro de la Gasca.
Parece ser que le decían a Gonzalo que no se fiara de él, pero, en una carta
que le envió desde el Cuzco al clérigo Francisco de Herrera en marzo de 1548,
le comentaba: "En cuanto a lo que me decía de que el capitán Garcilaso de
la Vega me tiene atado, le diré que aquí se han dado muchos pronósticos, tanto
por hechiceros como por hombres muy sabios, de que Garcilaso es el que me ha de
traer atado al capellán (despectivo)
La Gasca, y así lo creo".
(Imagen) Uno de los que se quejó de que Sebastián Garcilaso de la Vega
fuera perdonado y premiado por La Gasca, era ALONSO DE MEDINA. Pero no fue su
única protesta, puesto que, con su carácter irascible y apocalíptico, sacudió
sin freno a diestro y siniestro. Hay que reconocerle que, siguiendo una línea
de respeto a la legalidad, nunca dejó de servir al Rey. Siempre fue muy crítico
con los hermanos Pizarro, echándoles en cara, como hacía nuestro viejo conocido
Don Alonso Enríquez de Guzmán, y con el mismo estilo mordaz, el asesinato de
Diego de Almagro. Fue, además de soldado, mercader en el Cuzco y Potosí. Tras
ser derrotado y ejecutado en la batalla de Jaquijaguana Gonzalo Pizarro (contra
quien también luchó Alonso de Medina), Pedro de la Gasca dio amplios perdones y
recompensas a los arrepentidos, con el fin de hacer que la paz fuera definitiva.
Pero hubo muchas injusticias en el reparto de los premios. Uno de los que se
quejaron amargamente fue Alonso de Medina. Tendría razón en el fondo, pero no
en la forma de proclamarlo. Redactó un largo escrito que constituía su memorial
de quejas. Incluso (algo a lo que nadie se habría atrevido), le envió varias
cartas a Pedro de la Gasca con estilo violento y sin ningún respeto, aunque
añadiendo algún párrafo de aparente sumisión. Se diría que, más que valiente,
fue suicida, aunque, afortunadamente para él, La Gasca lo tomó como fruto de su
carácter descontrolado. Aun así, a punto estuvo de ser ejecutado. Lo tuvieron
recluido en un convento, pero después la Audiencia de Lima lo condenó a muerte,
y él reaccionó enviando como alegación una memoria de sus servicios prestados
al Rey, y una justificación de las críticas que hacía públicamente, en las que,
además de defender a los españoles poco premiados, denunciaba también el mal
trato a los indios. No hubo ejecución, pero fue desterrado a Arequipa y,
posteriormente, a México. Aunque su nombre fuera bastante común, es probable
que se refiera a él (hábil escritor) el documento de la imagen (año 1571), en
el cual se nombra a ALONSO DE MEDINA, residente en México, escribano y notario
público para el territorio de las Indias.
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