domingo, 16 de agosto de 2020

(Día 1189) Juan de la Torre envió a varios capitanes para conseguir provisiones y armas, pero actuaron cruelmente e incluso violaron a españolas que llegaron a suicidarse por el deshonor. Inca Garcilaso disculpa a Gonzalo Pizarro de estas fechorías.

 

     (779) A continuación, Juan de la Torre preparó la ciudad del Cuzco para recibir a Gonzalo Pizarro, pues sabía que pensaba ir allí a celebrar su magnífica victoria. Además, se preocupó de recoger armas, y, con el fin de conseguir provisiones, envió desde la ciudad a varios emisarios hacia distintos sitios: "Uno de ellos fue Pedro de Bustinza, hombre noble, casado con Doña Beatriz Colla, hija legítima de Huayna Cápac (y hermanastra de Atahualpa) a la provincia de Antahuayla, donde había mucha comida. Le envió a Bustinza porque esperaba que los caciques, por el amor que le tenían a su mujer, la princesa, le darían los alimentos que pidiese". Pero Inca Garcilaso nos anuncia que más tarde contará cómo Bustinza, por ser hombre de mal carácter, provocará su propia muerte. A Dionisio de Babadilla fue el propio Gonzalo Pizarro quien le encargó que fuera a la villa de La Plata para traer bienes suyos y de su hermano Hernando Pizarro, y con ellos, más los que requisó a otros vecinos, se dirigió también al Cuzco, donde ya había llegado Gonzalo Pizarro.

     Dos de los que también partieron para apropiarse de bienes, cometieron una atrocidad: "Diego de Carvajal, llamado el Galán (guapo, pero mala bestia), que fue a Arequipa con la misma misión, maltrató a muchas mujeres en aquella ciudad porque sus maridos se habían distinguido en el servicio a Su Majestad, y eran amigos de Diego Centeno. Se dice que las saqueó hasta despojarlas de sus vestidos, y que él y uno de sus compañeros, llamado Antonio de Biedma, forzaron a dos de ellas, las cuales tomaron solimán (veneno a base de mercurio) por la afrenta que les habían hecho, a imitación de la buena Lucrecia, que se mató por lo mismo. Lo cual es maldad y tiranía, pues el que alcanza renombre de galán, lo ha de ser en todo, no solo en galas y adornos, sino en obras y palabras tales, que hagan que los demás los amen. Pero ellos pagaron poco después su maldad como merecían".

     Menciona también las 'hazañas' que le vimos hacer a Francisco de Espinosa, aunque en la zona de Las Charcas: robó cuanto pudo, mató en Arequipa a dos españoles, y, en la villa de La Plata, ahorcó a un regidor y un alguacil. Y añade: "A los cuatro los mató con la excusa de que habían servido al Rey. Y volviendo al Cuco, quemó vivos a siete indios, porque, según decía, habían avisado de que venía a ciertos españoles que luego huyeron". Inca Garcilaso siempre se alegra de poder disculpar de algo a Gonzalo Pizarro. Y, por eso, dice: "Todo eso lo hizo sin orden alguna de Gonzalo Pizarro, ni de su maestre de campo, ni de otros capitanes, sino por ganar su favor haciendo ostentaciones que lo mostrasen muy partidario servidor de quien no se lo agradeció, pues, cuando lo supo Gonzalo Pizarro, lo aborreció, porque no le gustaban semejantes crueldades, como tampoco le gustaron muchas de las de Francisco de Carvajal. Pero este Francisco de Espinosa lo pagó como los otros dos, según diremos en su lugar. Y, para que se pierda el enfado y mal gusto que tantas maldades habrán causado a los lectores, estará bien que hablemos de una obra generosa (pues de todo había) que un hombre de mala fama hizo en aquellos mismos días, para que se vea que no fue tan malo como los historiadores lo pintan".

 

     (Imagen) Era inevitable que los clérigos hablaran en sus sermones sobre a qué bando de las guerras civiles daba Dios su bendición. La mayoría se decantaba por los leales al Rey, pero algunos, por ejemplo muchos mercedarios, eran acérrimos defensores de Gonzalo Pizarro. A todos les estaba prohibido canónicamente guerrear, pero se dieron situaciones tan absurdas como las del obispo del Cuzco, Juan de Solano, que batalló como soldado en Huarina, y, en plena contradicción, castigó a algún clérigo por hacerlo. Por otra parte, era un tema tabú matar a los religiosos. Pero hubo casos en los que se les ejecutó. Lo delicado del asunto lo podemos ver en una carta que ALONSO DE VILLACORTA, en nombre de Gonzalo Pizarro, de quien era el mayordomo, quizá enviara a fray Jerónimo de Loaysa, obispo de Lima. Explicaba en ella (y pedía perdón) por qué se les había dado muerte a dos clérigos. Lo resumo: "Muy reverendo señor: Mi señor, el gobernador (lo era ilegalmente) no tiene culpa de la muerte del mercedario fray Gonzalo, ni de la del padre Pantaleón, porque le envió varias veces aviso a fray Gonzalo diciéndole que se fuese antes de que supiese de él Francisco de Carvajal, y, además, le escribió al dicho Carvajal diciéndole que no le matase, puesto que era clérigo. Y, aunque la tuviera, le podrá absolver cualquier sacerdote, porque fray Gonzalo y el padre Pantaleón eran incorregibles, acostumbrados a andar en guerras y ejércitos perpetrando delitos enormes, causando muchos homicidios y alborotando estos reinos; llevaban armas, pero no hábitos ni tonsura de religiosos. Mas, para mostrar ser hijo de obediencia, verdadero y católico cristiano, y temeroso de Dios, el gobernador Gonzalo Pizarro, mi señor, se presenta ante vuestra merced, y le pide que mande que se le absuelva, y que le den la penitencia que corresponda si se hallare por derecho que la merece". Queda por comentar que fray Gonzalo había sido un fanático partidario de Gonzalo Pizarro, pero, enemistado con él, se acababa de pasar al bando contrario para hacer proselitismo con el mismo entusiasmo, todo ello poco antes de que Pizarro fuera derrotado y ejecutado. La imagen muestra el permiso de partida hacia Perú, en 1534, de ALONSO DE VILLACORTA y un hijo suyo, vecinos de Olmedo (Valladolid).



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